domingo, 2 de enero de 2022

‘Hay mucha desconfianza’: la vacunación en África debe vencer el escepticismo

Aunque las vacunas ya están disponibles en muchos países africanos, los problemas presupuestarios de los sistemas sanitarios han ralentizado su distribución y algunas personas de esa región, así como del sur de Asia, son cautelosas a la hora de inmunizarse.

 

Fuente:   nytimes

Por Lynsey Chutel y Max Fisher

03/12/2021

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Tumbas de musulmanes que murieron durante la pandemia en Lenasia, Sudáfrica, a principios de este año.Credit...Bram Janssen/Associated Press

JOHANNESBURGO — La detección de la variante ómicron en África marcó el inicio de la próxima etapa en la batalla contra la COVID-19: conseguir que muchas más personas sean inoculadas en las naciones más pobres, donde las vacunas han sido más escasas, para impedir que se desarrollen nuevas mutaciones.

No obstante, aunque algunas veces los líderes mundiales hablan de esto como si solo se tratara del envío de dosis al extranjero, la experiencia de Sudáfrica, al menos, deja entrever un conjunto de retos mucho más complejo.

Al igual que muchos países pobres, Sudáfrica se vio obligada a esperar meses para recibir las vacunas, ya que los países más ricos las monopolizaron. Muchos países todavía no tienen ni de lejos las dosis suficientes para inocular a su población.

Los problemas no han terminado a pesar de que las vacunas empezaron a llegar en mayor cantidad.

Una infraestructura de salud pública descuidada y sin fondos suficientes ha ralentizado su entrega, en especial en las zonas rurales, donde los problemas de almacenamiento y de personal son habituales.

Ahora, hay cada vez más señales de que en algunas partes de África, así como en el sur de Asia, el escepticismo o la franca hostilidad hacia las vacunas contra la COVID-19 puede ser más profunda de lo esperado, incluso cuando se está extendiendo la nueva y quizá más peligrosa variante ómicron. En África, al menos tres países ya han notificado casos de contagios con la variante ómicron: Sudáfrica, Botsuana y, el miércoles, Nigeria.

La profunda desconfianza en los gobiernos y en las autoridades médicas, en especial entre las comunidades rurales y marginadas, podrían estar retrasando las campañas de vacunación. El legado de la explotación occidental y los abusos médicos durante y después del colonialismo también influyen con bastante peso.

La desinformación que circula por las redes sociales suele llenar el vacío, en parte procedente de Estados Unidos y Europa, donde el rechazo a las vacunas también ha sido un problema.

“No hay duda de que las incertidumbres sobre las vacunas son un factor que influye en el despliegue de estas”, dijo Matshidiso Moeti, directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en África. Las noticias o los rumores sobre los posibles efectos secundarios, dijo, “se eligen y se comentan, y algunas personas se asustan”.

Pocos días antes de que se detectara por primera vez la variante ómicron, las autoridades sanitarias sudafricanas rechazaron los envíos de dosis de Pfizer-BioNTech y Johnson & Johnson, ante la preocupación de que sus reservas de 16 millones de vacunas pudieran estropearse por la demanda insuficiente.

Aunque solo el 36 por ciento de los adultos sudafricanos tienen el esquema de vacunación completo, las vacunaciones diarias ya han disminuido, según las estadísticas del gobierno.

Y eso no solo sucede en Sudáfrica.

Namibia, Zimbabue, Mozambique y Malaui también les han pedido a los fabricantes de vacunas y a los donantes que retrasen el envío de más vacunas porque no pueden utilizar los suministros que tienen, según varios funcionarios sanitarios que participan en el esfuerzo de distribución de vacunas para las naciones en desarrollo.

Las investigaciones han revelado de manera sistemática que factores como la desconfianza de la población y la distribución desigual de las vacunas pueden aumentar las dudas sobre esos fármacos en cualquier país, pero durante la pandemia estos problemas se han presentado de manera frecuente en los países más pobres, y han tenido un efecto más profundo, comentó Saad Omer, investigador de salud pública de la Universidad de Yale.

Las campañas públicas de información y las entregas de vacunas planificadas con cuidado pueden contrarrestar la desconfianza, pero son escasas.

“En esencia no se ha invertido en educación o promoción de vacunas en los países de bajos ingresos”, señaló Omer. “¿Por qué creemos que todo lo que hay que hacer es dejar las vacunas en un aeropuerto, tomar la foto y la gente vendrá corriendo a recoger la vacuna?”

Solo uno de cada cuatro trabajadores sanitarios en África está vacunado, según los funcionarios de la OMS. En varios países, menos de la mitad dice tener intenciones de vacunarse.

No es un problema exclusivo de África.

En la India, los trabajadores sanitarios han encontrado una resistencia a veces violenta en las comunidades rurales. Los índices de indecisión a la hora de vacunarse se acercan al 50 por ciento entre las personas que no han terminado el bachillerato. En algunas partes del país, más de una tercera parte de las dosis se echan a perder debido a la escasa demanda.

Sin embargo, muchos están deseosos de vacunarse. A principios de este año, cuando las dosis estuvieron disponibles por primera vez en Sudáfrica, una tercera parte de los adultos del país se vacunaron de inmediato, un patrón que se está repitiendo en otros lugares.

Los expertos insisten en que incluso una aceptación parcial ralentizará la propagación de las variantes nuevas o existentes, pero es posible que eso no sea suficiente para lograr los altos índices de vacunación necesarios para que el mundo supere la pandemia.

En Sudáfrica, la desconfianza en las autoridades gubernamentales y médicas es anterior a la COVID-19, pero una serie de contratiempos con el despliegue de la vacuna, así como las acusaciones generalizadas de corrupción en medio del cierre de actividades del año pasado, han aumentado el malestar de la población.

“Hay mucha desconfianza en las capacidades del sistema de salud pública para suministrar vacunas”, dijo Chris Vick, fundador de Covid Comms, un grupo sudafricano sin fines de lucro.

El grupo ha celebrado sesiones informativas sobre las vacunas, pero superar el escepticismo no es fácil. Después de una sesión en el municipio de Atteridgeville, en Pretoria, una joven de 20 años que asistió afirmó que no la habían convencido.

“Creo que la COVID-19 no es real”, dijo la joven, Tidibatso Rakabe. “Están jugando con nosotros, con los políticos y con todo el mundo”.

Muchos dicen que les temen a los efectos secundarios.

A principios de este año, los informes sobre coágulos sanguíneos en extremo raros llevaron a Estados Unidos a suspender por un breve periodo el suministro de la vacuna de Johnson & Johnson, lo que llevó a Sudáfrica a retrasar su distribución a los trabajadores de la salud. Ambos países decidieron reanudar las inyecciones tras concluir que eran seguras.

El gobierno sudafricano celebró sesiones informativas periódicas, pero estas se hicieron por televisión y en inglés, cuando la radio sigue siendo el medio más poderoso y la lengua materna de la mayoría de los sudafricanos no es el inglés.

Los sistemas de registro en línea también excluyeron a millones de personas que no tienen acceso habitual a internet.

Las acciones para mitigar los efectos del confinamiento se vieron empañadas por los escándalos de corrupción, en los que la portavoz del presidente se vio obligada a dimitir. Más tarde, el ministro de Sanidad también dimitió después de que se descubrió que su oficina adjudicó de manera fraudulenta un contrato de comunicación de 9 millones de dólares.

La división racial es otro factor importante.

Los sudafricanos blancos son significativamente más propensos a expresar escepticismo sobre las vacunas, reveló un estudio reciente. En parte, esto se debe a la desconfianza en el gobierno liderado por personas negras, pero también a que el mensaje de los conspiradores estadounidenses ha tenido una gran repercusión entre los sudafricanos blancos en las redes sociales, según Vick, de Covid Comms.

Aunque los sudafricanos negros expresan una mayor apertura a la inoculación, se vacunan a tasas más bajas, a menudo citando las dificultades para llegar a los lugares de vacunación. Algunos también expresan dudas acerca de recibir una segunda inyección.

Durante mucho tiempo, las dudas sobre las vacunas han obstaculizado las campañas de vacunación a nivel mundial lo que, según los expertos en salud, indica que algunos de los elementos que dificultan la inmunización son anteriores a la pandemia.

En las zonas rurales pobres, los recursos sanitarios suelen ser escasos. Los médicos de la capital o del extranjero a menudo supervisan las vacunas. Pero las historias de negligencia y explotación hacen que las comunidades desconfíen de los forasteros que llegan con fármacos misteriosos.

La primera campaña mundial moderna, iniciada en 1959 contra la viruela, generó un profundo escepticismo en varias regiones de África y Asia, donde fue vista como una continuación de los abusos médicos de la era colonial. Algunos funcionarios de la OMS utilizaron la fuerza física para vacunar a las personas, lo que profundizó la desconfianza. La campaña duró 28 años.

El esfuerzo por erradicar la poliomielitis, que finalmente se intensificó en los países pobres durante la década de 1980 y aún continúa, ha encontrado una resistencia similar. Un estudio de la revista científica Nature descubrió que la decisión de evitar la vacunación era mayor entre los grupos pobres o marginados, que creían que las autoridades sanitarias, y especialmente los gobiernos occidentales, nunca los ayudarían de manera voluntaria.

En Nigeria, a principios de la década de 2000, en medio del aumento en las tensiones religiosas, circularon rumores infundados de que los trabajadores de la salud extranjeros estaban usando las vacunas contra la poliomielitis como cobertura para esterilizar a la población musulmana del país. Los boicots y las prohibiciones locales provocaron un resurgimiento de la poliomielitis, y los casos se extendieron a otros 15 países, hasta el sudeste asiático.

Surgieron rumores similares entre la minoría musulmana de India, y los casos de poliomielitis se multiplicaron por seis en un año.

Es posible que las autoridades sanitarias estén pagando el precio de los largos años de explotación, previos y posteriores al colonialismo, que inculcó una profunda desconfianza en las autoridades médicas occidentales. Una encuesta de 15 países realizada por el Centro Africano para el Control de Enfermedades reveló que el 43 por ciento de los encuestados cree que los africanos son utilizados como conejillos de indias en los ensayos de vacunas, un legado de la actuación de las compañías farmacéuticas occidentales en la década de 1990.

Incluso dentro de sus propias fronteras, los gobiernos occidentales luchan por superar la resistencia a las vacunas. Por lo tanto, es difícil imaginar que les vaya mejor en sociedades lejanas donde las poblaciones locales no comprenden la importancia de la inmunización.

Cualquier estrategia de funcionarios de potencias occidentales que lleguen a aplicar vacunas no deseadas en comunidades africanas o asiáticas corre el riesgo de agravar la desconfianza.

“Si el objetivo es mantener seguro a Estados Unidos, y al resto del mundo, debería ser obvio que el éxito del programa nacional depende de lo que suceda a nivel internacional”, dijo Omer.

 

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