lunes, 29 de marzo de 2021

Paren España que nos bajamos

Fuente: Diario Vasco
JOSÉ MARÍA RUIZ SOROA
Domingo, 28 marzo 2021

 

Que en la situación actual gran parte de la política se refugie en la burbuja de los dilemas guerracivilistas indica que solo sirve a un fin: su propia conservación

 

 
José Mari Alemán Amundarain

Uno de los mitos más perdurables en la literatura sobre la Guerra Civil española es el de que se trató de una guerra extremadamente popular, una contienda que atrajo la participación voluntaria de multitud de gentes por encarnar de forma dilemática la opción de su época entre el bien y el mal, el fascismo y el socialismo, la revolución o la religión. Y no es verdad, sino un mito que se sustenta en dos errores de perspectiva: el primero, el de haber tomado como fieles descripciones de la realidad las imágenes y textos producidos por la propaganda de ambos bandos, sin caer en que se trataba de eso, de propaganda. El segundo, el de haber confundido la visión de la guerra de los extranjeros, esta sí romántica y apegada al cliché de España como reñidero mundial del progreso y la reacción, con la percepción de los españoles que sufrían esa misma guerra, que no fue en absoluto la misma.

Para los que se aproximan de otra forma al fenómeno guerracivilista español (James Matthews, Pedro del Corral) destaca por el contrario un hecho crudo patente en los números: la opción guerrera suscitó escasísimo entusiasmo popular, a los españoles hubo que llevarles al frente a toque de movilización forzosa, de quintas y de persecución de desertores. La opción popular republicana atrajo a unos 120.000 voluntarios, de un total de 1.700.000 hombres movilizados. Y la cruzada desencadenada por unos militares fallidos suscitó la incorporación de unos 100.000 voluntarios, de un total de 1.200.000 ciudadanos que fueron enrolados a la fuerza en sus filas.

Ese fue todo el entusiasmo y apoyo popular de las ideas exaltadas de cruzados y revolucionarios, menos de un 10% de los hombres en edad militar, mucho más escaso que en otros eventos militares europeos de la primera mitad del siglo. A pesar de lo cual ha persistido en la historiografía el mito romántico de la guerra popular, a despecho de la memoria viva de tantos millones de familias que recordaban a los que fueron hechos soldados sin ganas ningunas de defender nada y menos de matar a nadie por ello, que recordaban el emboscamiento (esta sí auténtica creación española para huir de la guerra sin parecerlo), y daban lugar a los que pudieron decir «yo me bajo de esta España», desde Baroja a Ortega pasando por Chaves Nogales.

La política se está convirtiendo en un ámbito de comunicación cerrado que flota al margen de la realidad

Pasamos al hoy: Marx completó la sentencia hegeliana de que la Historia se repite, matizando que la segunda vez la repetición suele consistir en «una miserable farsa». Palabras muy adecuadas para quienes ahora, aprovechando la política madrileña, han decidido crear una burbuja de alucinación colectiva en la que defienden de nuevo la libertad frente al comunismo o gritan que el fascismo y la derecha criminal no pasarán. Son una minoría los farsantes, unos miles como lo eran los voluntarios de antaño. Es una mayoría inmensa la de los ciudadanos que se bajarían de inmediato si el bonapartismo mediático incesante que sostiene la farsa se lo permitiera.

La política se está convirtiendo en España a pasos acelerados en un ámbito de comunicación cerrado y autorreferente que flota al margen de la realidad, por encima o por debajo pero sin tocarla. En un momento en que la práctica democrática se degrada acentuadamente, en que el presente es ominoso por la pandemia y el futuro próximo más que desesperanzado por sus efectos económicos y sociales, en ese mismo momento la política recurre a la farsa para ver de animar a los votantes. Sólo el candidato socialista, profesor de Metafísica tenía que ser, se mantiene con los pies en la normalidad. Veremos si su partido le deja desertar de la alucinación guerrera. A Besteiro, un catedrático de Filosofia en situación anímica similar en los años treinta, no le dejó.

El problema real que enfrenta la política hoy es el de saber gestionar el auténtico río de oro que puede llegarnos de Europa. Saber gestionarlo y aprovecharlo para que no se convierta, una vez más, en una oportunidad perdida, en algo que pudo ser pero se frustró por la falta de empuje reformista razonado. Porque siguen ahí esas reformas institucionales profundas, impopulares y necesarias que todos sabemos o intuimos a estas alturas por mucho que nadie quiera mirarlas y nombrarlas de frente y por derecho. Que en esta situación una gran parte de la política se refugie en la burbuja sonámbula de los dilemas guerracivilistas indica que es totalmente prescindible, que no sirve a fin alguno sino el de su propia conservación. Y explica que una vez más nos domine a muchos un deseo fatigado y exasperado de bajarnos de este invento mal gestionado que tenemos por país. Como hace ochenta años.

 

 

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