martes, 17 de noviembre de 2020

La fraternidad que apremia

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.

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 Autor/a:   Felisa Elizondo

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Fratelli tutti es la última encíclica del papa Francisco en la que, según lectores atentos, expresa un sueño. Pero un sueño que incita a actuar. Porque, a la denuncia de las formas graves de descartar o de ignorar a los otros, que se dan hoy mismo en la sociedad, contrapone la posibilidad de que el respeto y el amor reorienten las relaciones. Que la fraternidad y la amistad social se abran paso en los mundos de la religión, la política, la economía y la cultura.

 

Un sueño que aviva la espera

 En estos meses han salido a la luz unos cuantos comentarios sobre las distintas cuestiones que platea este texto, que no oculta lo que ensombrece nuestro mundo sin dejar de invocar ”la audacia de la esperanza” (n.55): “En el corazón de esta importante encíclica —ha anotado Th. Radcliffe— está la convicción de que la fraternidad es tanto nuestra identidad presente más profunda como nuestra vocación futura. Estamos invitados a convertirnos en hermanos y hermanas en Cristo de una manera que apenas podemos imaginar ahora”. Una pretensión que sería desmedida si no se apoyara en la esperanza y no mostrara confianza en la condición humana.

 Aquí nos detendremos tan sólo en los términos en que aparece expresada en sus páginas la llamada a la fraternidad. Llamada que comienza trayendo a la memoria la que realizó una figura singular que vivió en los primeros decenios del lejano siglo XIII. Y no deja de ser expresivo que, desde el título, la encíclica reciente evoque el sueño de hermandad de Francisco de Asís reproduciendo su mismo lenguaje.

En un siglo como el actual, la pretensión universalista y la globalización en acto coexisten, paradójicamente, con una pluralidad difícil de conciliar y con diferencias económicas y sociales hirientes, una de las voces más escuchadas, la del papa Francisco, apela a la conciencia de nuestra común hermandad y urge a un diálogo que salve distancias y exclusiones que parecen agravarse en la pretendida “era de la comunicación”. Lo hace rescatando el sueño de otro Francisco.

 

Fatelli tutti

Estas palabras del santo de Asís, que se conservan en el umbro hablado a comienzos

del siglo XIII, abren páginas dedicadas a la fraternidad y a la amistad social en un texto que sale a la luz en el año 2020. La exhortación del Asís iba dirigida —se anota en el comienzo de la encíclica— “a todos los hermanos y las hermanas, para proponer una forma de vida con sabor a Evangelio”. “Con estas pocas y sencillas palabras —seguimos leyendo— expresó lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite”.

No es la primera vez que el papa acude a la figura singular del Poverello como a un referente. Lo hizo al elegir el nombre para su pontificado. Y también otra de sus cartas: Laudato sii. Sobre el cuidado de la casa común, arranca con la mención del himno a la fraternidad universal que es el Cántico de las criaturas. Un cántico en el que la alegría y la alabanza brotan extrañamente desde la profundidad del sufrimiento. Un canto que da voz a un amor que alcanza al espacio: el sol y la luna son criaturas hermanas; lo son la tierra y, más que nada, los humanos. Un canto en el que hasta la muerte merece ser considerada “hermana”. [1]

Los historiadores señalan que justamente en aquel siglo, por razones varias, comenzaba a asomar una nueva visión del mundo que favorecía aperturas de caminos e intercambios al tiempo que dejaba atrás estructuras y formas de vida caducadas. De ahí que los términos “hermano” o “hermana”, heredados de la tradición cristiana empezaron a cobrar otro alcance gracias a figuras como la de Domingo de Guzmán y Francisco de Asís.

La distancia de siglos no ha restado fuerza a la novedad de la propuesta del de Asís, un seguidor del evangelio que sigue resultando atrayente cuando los siglos medievales nos resultan casi prehistóricos En la encíclica reciente se reconoce que “el santo del amor fraterno, de la sencillez y la alegría” inspira las varias decenas de páginas dedicadas a la fraternidad y a la amistad social. Y ello porque “san Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos” (n.2).

 

El evangelio franciscano de la fraternidad

Como sucede con la pobreza, la fraternidad forma parte del lenguaje genuino del santo de Asís. Una y otra pertenecen al propio decir y actuar del santo y se pueden encontrar documentadas en los textos primeros, cuidadosamente recogidos en las ediciones de las Fonti Francescane.

Historiadores y críticos recientes conceden especial atención a los textos escritos o dictados por el propio Francisco y al testimonio de los primeros seguidores dentro de la monumental bibliografía que componen códices y colecciones varias. Porque, sin llegar a componer una autobiografía, testimonian un programa de vida y reflejan lo que el Pobre de Asís hizo y exhortó a hacer, Ayudan a conocer de primera mano su personalidad, su experiencia y su deseo mayor.

En la introducción a una edición reciente de aquellas Fuentes, se adelanta que esos escritos son de primordial importancia para valorar la veracidad y lo genuino que pueden ofrecer los textos que se fueron elaborando a medida que crecían la admiración y la fama del santo (T. Lombardi). De modo parecido, otro estudioso concluye que Francisco, que llegó interiormente a una formidable simplificación religiosa y evangélica de la realidad y de la vida, puede ser comprendido sin reducciones gracias a esos textos primeros. Aunque cuida de advertir que, por propia experiencia, el mismo santo advertía a sus hermanos que para “comprender” hay que “vivir”.[2]

Volviendo al título de le encíclica, sabemos que la expresión fratelli tutti aparece en uno de esos escritos de primera hora que son las Admonitiones, exactamente en la Sexta, referida al seguimiento de Jesús. Y en refuerzo de su autenticidad se añade que es citada ya en 1231 en el sermón de un dominico, pronunciado en la Universidad de París que se conserva en aquel archivo.

 Las 28 Admonitiones son advertencias o avisos que se consideran cercanas a la Regla primitiva como palabras directamente atribuibles al santo. Dirigidas a todos los hermanos, responden a una enseñanza oral fijada al modo de las Reportaciones al uso en el medioevo, y suelen datarse como recogidas sólo unos años después de que Francisco dimitiera de su cargo en 1220. Al modo de los antiguos “dichos de los Padres” contienen resonancias bíblicas y reflejan la experiencia de vida evangélica y la forma de comunidad propuesta en los comienzos. Un especialista como Esser las considera “el Cántico de la pobreza interior y el de la fraternidad humana” . Y en la misma línea se pronuncian estudios posteriores [3]. De ahí su importancia para conocer en su primer tramo este rasgo de su espiritualidad.

También en el Canto al Sol o Cántico de las criaturas la fraternidad aparece in crescendo a medida que avanzan las estrofas. Y en el Testamento, cuando el movimiento había alcanzado proporciones impensadas, su iniciador reconocía con humildad que “el señor le había dado hermanos”, en las antípodas de todo protagonismo.

 

La visita al Sultán Al Malik

Al recordar el sueño franciscano de una fraternidad, el papa se detiene en un episodio singular que recogen las más antiguas crónicas. Que cobra actualidad cuando nos vemos urgidos a dialogar con mentalidades muy distintas y con otras tradiciones religiosas. Es la visita del fraile de Asís al Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, que data de 1219.Se trata —dice en el n.3— de un episodio que “nos muestra su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias de procedencia, nacionalidad, color o religión”.

Y reconoce en ese gesto un gran esfuerzo dado que el santo hubo de sortear la pobreza, la distancia, los peligros y las diferencias de idioma, cultura y religión: “Este viaje en aquel momento histórico marcado por las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos”.

Una humilde audacia que le inspira a la hora de entrar en un tema candente que no es separable de la fraternidad: el diálogo interreligioso.

 

Fraternidad y diálogo

Los dos términos son inseparables en el modo franciscano de entender la misión. El sueño de una fraternidad debió sugerir en Francisco de Asís una iniciativa tan arriesgada como emprender un viaje hasta Egipto sin más compañía que otro de los hermanos. Sabemos que el encuentro tuvo lugar en Daimieta, a orillas del Nilo, en octubre de 1219 pues resulta mencionado en las Vidas y el hecho fue registrado por fra Illuminato. Este testigo presencial dejó constancia de que el sultán quedó impresionado por la actitud humilde y pacífica de un simple fraile, pobre y desarmado. Y lo trató con modales propios de la hospitalidad musulmana [4]. Algunos decenios después, Giotto pintó la escena en uno de sus famosos frescos.

Pero el hecho, que representaba una “rareza”, fue poco subrayado en fuentes posteriores. Aquella manera de salir al encuentro de alguien considerado como enemigo a batir representaba una “excepción”, algo impensable para los cruzados, empezando por Jacques de Vitry, el obispo de San Juan de Acre que desaconsejaba la empresa, aunque más tarde se mostró favorable a los fraticelli,

En 2019, con ocasión del octavo centenario del episodio de Daimieta celebrado en Jerusalén, el actual arzobispo de Benevento se refirió al gesto del franciscano que, significativamente, no mereció atención decenios después. Tan novedoso y único resultaba. Un hecho —concluía en su intervención— que “indica un camino que evita irenismos cómodos y se basa en la escucha, el respeto y rechaza toda lógica de violencia”.

De hecho, el episodio recobra significación en los tiempos actuales. Porque el deseo de llegar a un entendimiento pacífico con gentes de culturas y religiones diversas o el de plantear una verdadera evangelización, reclaman ensayar aquellas actitudes nacidas de la adhesión al evangelio. Así el papa recuerda, citando la Regla de los hermanos menores, que “la fidelidad a su Señor era proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las dificultades y peligros, san Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma actitud que pedía a sus discípulos: que sin negar su identidad [...]no promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos toda criatura humana por Dios”.

 

Y apunta al motivo de fondo: “Había entendido que «Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4,16). De ese modo fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna (...) acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos” (n.3).

 

Un camino a proseguir

No podemos obviar que el mundo de Francisco dista del nuestro todo lo que suponen los ocho siglos que nos separan. La encíclica se refiere a la situación actual en la que el empeño por una mayor fraternidad encuentra grandes dificultades y males que parecen agravarse. En este contexto, el espíritu y los gestos del Poverello son invocados por su radicalidad evangélica. Una radicalidad que no le ahorró sufrimientos aunque aparezca revestida de suavidad y hasta de alegría.

En suma, con esta carta, a distancia de siglos y en situaciones tan complejas como graves, otro Francisco ha querido traer a nuestra memoria el sueño mayor del que se consideró siempre hermano menor: el sueño de una fraternidad. Un horizonte con el que soñar, una aspiración que nos sobrepasa sin que por eso deje de comprometernos. Como se dice en esta Oración al Creador con la que Fratelli tutti concluye:

 

Señor y Padre de la humanidad,

que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,

infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.

Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.

Impúlsanos a crear sociedades más sanas

y un mundo más digno,

sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.

Que nuestro corazón se abra

a todos los pueblos y naciones de la tierra,

para reconocer el bien y la belleza

que sembraste en cada uno,

para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,

de esperanzas compartidas. Amén.

 



[1] Así Jacques Dalarun,descubridor de un vademecum antiquísimo: Vita ritrovata , que contiene escritos  considerados de primera hora en la bibliografía franciacana y autor de uno de los más recientess estudios sobre el poema.

[2] C. Paolazzi, Lettura degli “Scritti” di Francesco d’Assisi, Milano 1987, 6; nuova ed. 2002, 28.

[3] Así, L.Profili , R, Karris, M.Avila i Serra, C. Vaiani  y C. Paolazi , que encuentra  trazado  en ellas el itinerario que va del ver al alabar , del reconocer al  restituir todo bien a su Creador en alabanza y adoración.

[4] En la fuente  Verba fratris Illuminati socii b. Francisci ad partes Orientis...estudiado por G. Jeusset  y A. Thompson.

 

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