El 19 del
pasado diciembre, el Pleno del Ayuntamiento de Durango ha aprobado una moción
del Partido Socialista de Euskadi, en la que su portavoz Pilar Ríos solicita
que se cambie de nombre al Instituto Público de Enseñanza Media denominado Fray
Juan de Zumarraga “en desagravio a las
mujeres perseguidas y a las fundadas sospechas que hay de que Zumarraga atentó
contra la cultura y las costumbres indígenas”. La portavoz socialista ha recordado
que Zumarraga fue “un inquisidor activo
en la caza de brujas, una denominación que se suele utilizar para ‘aquellas
mujeres sabias y liberadas que se atreven a desafiar a las convenciones”. Este
cambio de nombre del Instituto supondría, además, “un acto de desagravio
necesario y obligado hacia las mujeres perseguidas en todas las épocas”. La
moción fue aprobada con el voto favorable de todos los grupos políticos (PNV,
EH Bildu, Herriaren Eskubidea (SQ-2D) y PSE), excepto el PP que se abstuvo.

Fray Juan
fue nombrado inquisidor de las brujas vascas por el emperador Carlos V, en el
año 1527, y detentó dicho cargo durante unos pocos meses en los que, según los
historiadores, “hizo su oficio con mucha
rectitud y madurez”. Al finalizar su misión sin castigo alguno de hoguera, Fray
Juan recomendó al emperador que el mejor camino para combatir la brujería era que
enviara a Euskal Herria más predicadores, “que
sepan y entiendan la lengua vascongada”,
que inquisidores.
En la moción
del ayuntamiento de Durango, no se mencionan los siete años que, entre 1536-1543,
Fray Juan, contra su voluntad, detentó el cargo de Inquisidor en México.
Durante este periodo, Fray Juan, tras concederle, sin resultados positivos, dos
prórrogas para que aportara pruebas en su defensa, hubo de firmar la entrega ‘al
brazo secular’ de un reo que sería ejecutado por ésta, pese a que Fray Juan “rogó y encargó a la misma que se haya
benignamente”. Por lo que se deduce, Fray Juan, no hizo sino aplicar con
rigor una ley rigurosa que trató de eludir: “Fuéle dicho e apercibido (al reo) que si dijese la verdad, confesando
sus culpas enteramente, que se habrían con él benignamente y se recibiría a
misericordia conforme a derecho”. Para
evitar situaciones legales tan engorrosas, Fray Juan de Zumárraga dio
instrucciones a sus delegados en el Concilio de Trento para que solicitaran una
Inquisición para México independiente de la de España “porque acerca de esta materia hay duda de si convendrá castigar con
todas las penas, que el derecho pone, a estos naturales cuando les acaeciere
delinquir, por ser nuevos en la fe y no se les haber persuadido en las partes
de allá”.
Respecto a
la acusación a los misioneros dependientes de Fray Juan de la destrucción de
imágenes y textos religiosos indios que, según la moción del Ayuntamiento, es “algo totalmente incompatible con la
multiculturidad que queremos” (por cierto, ¿en qué idioma ha redactado su
moción en Durango la concejala preocupada por la multiculturidad: en euskera o
en castellano?), hay que decir que los historiadores más serios exculpan con
bastante fundamento al obispo de esta destrucción, que, según todos los
indicios no fue tan masiva como se propaló maliciosamente (Joaquin Garzia
Icazbalzeta frente al historiador inglés Wade Davis, crítico interesado contra
la colonización española). Hay que señalar, además, que los ídolos mexicanos
destruidos por los misioneros españoles sostenían una religión, en general,
cruel y sangrienta, que exigía sacrificios humanos a los que se les arrancaba el
corazón y cuyos cuerpos eran quemados con sus mujeres y siervos.
No parece,
pues, que la moción aprobada por el ayuntamiento de Durango refleje el modo de
ser de Fray Juan de Zumarraga, del que el Inquisidor General destacó “la confianza que aquí se tiene de su virtud
y de la caridad que usa con los indios, porque a la verdad él es persona de
mucha religión y de gran bondad”.

Pero la gran
obsesión de Fray Juan de Zumarraga fue conseguir la libertad de los esclavos
indios, por la que insistió, a una con su amigo Fray Bartolomé de las Casas, contra
viento y marea, ante las autoridades civiles y religiosas. Escrbió una y otra
vez al mismísimo emperador para que prohibiera la esclavitud, lo que se logró,
por fin, el 2 de agosto de 1530: “ninguna persona sea osada de tomar ningún
indio por esclavo, no por rescate, ni por compra, ni trueque… aunque sea de los
indios que los mismos naturales tenían o tienen por esclavos”.
Durango. En
medio de todas estas actividades duras, frenéticas y arriesgadas… Fray Juan
siempre guardó el recuerdo de su Durango natal: “De Durango me habéis de escribir todas las cosas muy largo”. No fue
un recuerdo meramente sentimental. Estuvo largamente interesado en proporcionar
bienes a la constitución de una fundación benéfica para que se creara y
mantuviera en su casa natal de Durango una Hospedería para sacerdotes y pobres
transeúntes, a la que unas horas antes de morir cedió sus libros más
personales.
Podríamos seguir, destacando su principal actividad
evangelizadora que realizó, no desde la comodidad de la sede episcopal, sino a
pie de obra y sin cobro de rentas “que
andando yo entre los índios, ellos me darán de comer de sus tortillas de maiz”.
Pero no hay espacio para más.
Pues bien, los concejales de Durango –¿inquisidores
en el siglo XXI?- quieren quitar el
nombre de Fray Juan de Zumarraga al Instituto de Enseñanza Media y a la calle
en que aquél nació. ¿Quién sale perdiendo?
Sebastian Gartzia Trujillo
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