He tomado el título de una entrevista hecha a Jordi Roglà, director de Cáritas
Los informes difundidos estos días sobre la pobreza son espeluznantes. No se refieren a la pobreza más aguda, todavía muy lejos de nuestras fronteras. Pero tratan de una pobreza cuyo relato nos conecta directamente con experiencias vividas, tocadas por nosotros.
Su dolor, prolongado con gravedad mayor cada día que transcurre, hace imposible el sueño y el olvido; y justifican, junto a la valoración máxima de Caritas, la sensación de que la sociedad y los cristianos reaccionamos con insultante blandenguería. El simple imaginarse a sí mismo en una de las situaciones que nos relatan nos deja ya fuera de sí. Seguramente es el precio necesario que hemos de pagar cuantos llevamos recetas o recursos desde fuera de las situaciones.
¿Por qué no aprender –que así y todo será ya a destiempo- del primer recuerdo de nuestra experiencia histórica?
Se trataba entonces de los primeros “inmigrantes” de la comunidad cristiana. Se quejaron los hombres de que a sus mujeres no se les trataba igual que a las de procedencia judía. Elegid quien lo haga bien, les respondieron en la comunidad. Eligieron a siete. Y les impusieron las manos. Convirtieron en ministerio sacramental la tarea de gestionar bien para los pobres lo que era de su propiedad, los bienes de la iglesia.
¿No se repite hoy ese mismo grito histórico? ¿No llega a Dios y lo responde Dios? ¿Por qué no acometer con igual radicalidad el gestionar como propiedad de los pobres, sin remilgos, los bienes de la iglesia? Basta imaginarnos en su situación, sin siquiera compartirla, para verle la lógica. Pero si pensamos que es más, si se trata de encarnarse, de compartir su situación…, la lógica resulta entonces aplastante.
¿Cómo? Creando o reorientando la acción y el ministerio adecuado. Lo que nos presenta el capítulo 6 de los Hechos es la actualización que aquella comunidad hizo del recuerdo de Jesús. Es a nosotros a quienes nos toca actualizar hoy ese mismo recuerdo recibido. Hoy, efectivamente, hoy.
Si clama al cielo que habiten en la calle familias que quedaron sin piso, mientras el que fue suyo y otros muchísimos más se deterioran vacíos, clama al cielo cuando se trata de locales de iglesia. Si resulta insulto blasfemo que yo engulla sobradamente lo que es perentorio para otro, es también insulto blasfemo mantener para Dios lo que se niega o hurta a la persona necesitada.
En el portal, 20 de diciembre de 2010
Txelis
Curioso.
ResponderEliminarAlgún miembro del foro no debe compartir mucho este artículo ya que ha puesto verjas en su parroquia para impedir que puedan pasar la noche los sin techo en el pórtico.