lunes, 30 de marzo de 2020

En medio de la pandemia



Fernando Allende

      El cardenal de Madrid ha hablado de un "cambio de valores". “Saldremos de esta crisis muy mejorados, cambiará nuestra escala de valores”.
El cardenal de Viena ha dicho sobre la pandemia: “cambiará la faz de la tierra y dará lugar a una reflexión sobre nuestro estilo de vida personal y social”.
Hay quienes hablan de "la necesidad de cambiar de rumbo".
Leonardo Boff ha escrito: “La pandemia actual del coronavirus representa una oportunidad única para que repensemos nuestro modo de habitar la Casa Común, la forma como producimos, consumimos y nos relacionamos con la naturaleza. Ha llegado la hora de cuestionar las virtudes del orden capitalista”.
El presidente Macron decía a los franceses dos cosas que quisiera destacar:
 1) “Mañana tendremos tiempo de sacar lecciones del momento que atravesamos, cuestionar el modelo de desarrollo que nuestro mundo escogió hace décadas y que muestra sus fallos a la luz del día, cuestionar las debilidades de nuestras democracias”.
      2) Lo que revela esta pandemia es que la salud gratuita, sin condiciones de ingresos, de historia personal o de profesión, y nuestro Estado de Bienestar Social no son costes o cargas sino bienes preciosos, unos beneficios indispensables cuando el destino llama a la puerta. Lo que esta pandemia revela es que existen bienes y servicios que deben quedar fuera de las leyes del mercado”.
En la entrevista con Évole el Papa Francisco destacó que la crisis ha servido también para aflorar un "submundo de humanidad" que acerca a la gente a las personas más vulnerables y que quizás sea uno de los logros la necesidad de "rescatar la convivencia".
Ojalá que amen de caer en la cuenta de nuestra fragilidad, la situación nos lleva más allá del miedo a reaccionar con valentía, con coraje, con "parresía" que diría Pablo, pues pienso que nos hace "despertar de nuestro suelo de cruel inhumanidad" que diría Jon Sobrino.  Y que volviendo a Boff: “Esta pandemia ha producido el colapso del mercado de valores (bolsas), el corazón de este sistema especulativo, individualista y anti-vida, como lo llama el Papa Francisco”.
Ahora bien, para que los buenos deseos no se queden en un brindis al sol, y los aprendizajes de estos días encuentren un entramado en que sustentarse, la situación actual debería llevarnos a configurar estructuras nuevas, estructuras que consoliden la solidaridad vivida, y el dolor compartido  haga que los aplausos de las 8 se conviertan en estructuras sanitarias que den cobertura ahora y mañana; estructuras sanitarias que nunca sean un negocio sino un servicio social.
Será fundamental que ese ideal del Bien Común se plasme en estructuras que lo posibiliten (y no sean mero "slogan") y para ello no hay que innovar mucho sino poner en práctica el art. 9,2 de la Constitución: “Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y los grupos en que se integran sean reales y efectivos y remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud”. Esperemos que  los constitucionalistas  no omitan este artículo. Aquí ciertos liberalismos no tienen cabida. El  adelgazar al Estado  se traduce en un mecanismo de indefensión.
Hablando de estructuras:

      1. Se están vehiculando medidas que deberían proteger a los grupos más débiles a la salida de esta crisis. Bienvenidas sean como ciertas medidas de ayuda para reactivar la economía. En principio bienvenidas sean. Pero estas medidas coyunturales deberán dar paso a medidas estructurales que abran caminos nuevos.
      2. ¿No habrá que pensar en establecer ciertos límites a los beneficios y a la actuación, por ejemplo, de la industria farmacéutica que no puede acogotar la acción política de suministro de bienes aprovechándose de la coyuntura?
      3. Podemos también hablar de la necesidad de una seria reforma fiscal, que realmente sirva para la redistribución de las rentas y reducir el escándalo de las diferencias sociales, que está llamando a aldabonazos a las puertas de nuestra sociedad. Pues medios desde luego que hay, lo mismo que para acabar con la pandemia del hambre, o la de los refugiados y expulsados de sus países por guerras con armas vendidas por los países ricos. El problema es que los medios están acumulados en cuatro manos y defendidos por organizaciones financieras ciegas, caníbales que adoran a "Mamón".
Está claro que si esto se pone en marcha habrá gritos, pero también tendremos que gritar, por encima de esos gritos, que la propiedad privada es un "derecho secundario" pues el derecho primario es que todos tengan los medios suficientes para un vivir con dignidad.
Por eso la Iglesia, y los cristianos a una, deberíamos defender con uñas y dientes el destino universal de los bienes y la función social de la propiedad privada.
Va siendo hora de que nuestra caridad no sea solo curativa, sino que vaya siendo caridad preventiva, caridad política, esa caridad que es el amor eficaz a las personas que actualiza la prosecución del Bien Común de la sociedad, y que se plasma en instituciones, en estructuras. Una caridad indispensable, un esfuerzo dirigido a organizar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer miseria (CDSI 208). Los obispos españoles nos recordaban (VVP 61) “Con lo que entendemos por "caridad política" no se trata sólo ni principalmente de suplir las deficiencias de la justicia, aunque en ocasiones sea necesario hacerlo. Ni mucho menos se trata de encubrir con una supuesta caridad las injusticias de un orden establecido y asentado en profundas raíces de dominación o explotación. Se trata más bien de un compromiso activo y operante, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un mundo más justo y más fraterno con especial atención a las necesidades de los más pobres”.
Necesitamos aprender que convivir es morir un poco a lo mío, y comenzar a pensar en lo nuestro. Es no solo problema de educación (menos tecnocrática) sino de estructuras y leyes que la posibiliten. No podemos olvidar el cuento de Dostoievski de la "vieja mala" en que somos llamados  salvarnos en racimo, ni el Neruda que nos dice: “en mi pueblo hay un monte, en mi pueblo hay un río que me dicen ven conmigo”. Ni lo del Bertol Brecht: “O todos o ninguno. O todo o nada. Uno sólo no puede salvarse”. ¿Descubrimos realmente que el "sálvese quien pueda" es mortal? Ni olvidar los cristianos que Dios nos convoca en un pueblo de hermanos.
Estos días también están sacando a la luz, como diría Oriana Fallacci que “en los basureros también crecen margaritas”. Son esos fueguitos de que habla Galeano, o ese "submundo de humanidad" del papa Francisco que nos hacen recuperar la confianza en el ser humano. Será bueno hacer caso a Camus que cierra “La peste” con esta reflexión: “en los hombres hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”.
En los últimos tiempos no se produjo la "rebelión de las masas" que preocupaba a Ortega, sino más bien nuestra "dormición" o acomodación a una situación que tiene mucho de inhumana. Quizás, ojalá, haya sonado el despertador.

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