jueves, 15 de septiembre de 2016

Francisco: “¡Qué tristeza los pastores que se vuelven príncipes alejados de la gente!”



Durante la Audiencia general, el Papa recordó el alivio que ofrece Jesús a los que están «cansados y oprimidos», a los que no tienen medios propios ni amistades importantes: «¡Ojalá todos los líderes del mundo pudieran decir esto!»
Iacopo Scaramuzzi (En V.I.)

«Es feo para la Iglesia cuando los pastores se vuelven príncipes, alejados de la gente, alejados de los más pobres».  Durante la Audiencia general en la Plaza San Pedro, Papa Francisco recordó la invitación de Jesús a los que están «cansados y oprimidos», a todos los que «no pueden contar con medios propios, ni con amistades importantes», ofreciéndoles un poco de alivio.

El Papa analizó, durante la catequesis, las tres invitaciones imperativas de Jesús («Vengan a mí todos ustedes que están cansados y oprimidos, y yo les daré alivio»), «Vengan a mí», «tomen mi yugo» y «aprendan de mí». Y exclamó: «¡Ojalá todos los líderes del mundo pudieran decir esto!».

Antes que nada, «dirigiéndose a los que están cansados y oprimidos, Jesús se presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta Isaías», y a todos ellos, desencantados de la vida, a menudo el Evangelio suma a los «pobres y a los pequeños. Se trata —explicó Papa Francisco— de todos los que no pueden contar con medios propios, ni con amistades importantes. Ellos solo pueden confiar en Dios. Conscientes de la propia condición miserable y humilde, saben depender de la misericordia del Señor, esperando de Él la única ayuda posible. En la invitación de Jesús encuentran finalmente respuesta a su espera: volviéndose discípulos suyos reciben la promesa de encontrar alivio para toda la vida», una promesa que también se extiende, al final del Evangelio, «a todas las gentes», como demuestran también los peregrinos que, durante el Jubileo de la misericordia, están atravesando las puertas santas de las catedrales, de las iglesias de todo el mundo, pero también «en los hospitales, en las cárceles», porque encuentran, dijo el Papa, «el alivio que solo Jesús sabe dar».

Al decir después «tomen mi yugo», explicó Francisco, «en polémica con los escribas y los fariseos, Jesús pone sobre sus discípulos su yugo, en el que la Ley encuentra su cumplimiento. Quiere enseñarles que descubrirán la voluntad de Dios mediante su persona, mediante Jesús, no mediante leyes y prescripciones frías que Jesús mismo condena».


Para concluir, «Jesús no es un maestro que impone con severidad a los demás pesos que Él no lleva, esta era la acusación que hacía a los doctores de la ley. Él se dirige a los humildes y a los pequeños porque Él mismo se hizo pequeño y humilde. Comprende a los pobres y a los que sufren porque Él mismo es pobre y sufrió dolores. Para salvar a la humanidad, Jesús no recorrió un camino fácil; al contrario, su camino fue doloroso y difícil. El yugo que los pobres y los oprimidos llevan es el mismo yugo que Él llevó antes que ellos: por ello es un yugo ligero. Él cargó sobre sus hombros los dolores y los pecados de la humanidad entera». Jesús «se hizo cercano a todos, a los más pobres, era un pastor y estaba entre la gente, entre los pobres, trabajaba todo el día con ellos; Jesús no era un príncipe… es feo para la Iglesia —aclaró el Papa— cuando los pastores se vuelven príncipes alejados de la gente, alejados de los más pobres. Ese no es el espíritu de Jesús; Jesús regañaba a estos pastores y decía a la gente sobre ellos: “Hagan lo que digan, pero no lo que hacen”».

«Queridos hermanos y hermanas, también para nosotros hay momentos de cansancio y de desilusión», concluyó el Papa. «Entonces, acordémonos de estas palabras del Señor, que dan consolación y que nos hacen comprender si estamos poniendo nuestras fuerzas al servicio del bien. De hecho, a veces nuestro cansancio es provocado por haber puesto confianza en cosas que no son lo esencial, porque nos hemos alejado de lo que vale verdaderamente en la vida». En este sentido, «no nos dejemos quitar la alegría de ser discípulos del Señor. “Pero, Padre, yo soy un pecador…”. Abandónate a Jesús, siente sobre ti la misericordia y tu corazón será colmado de alegría y perdón. No nos dejemos robar la esperanza de vivir esta vida con Él y con la fuerza de su consolación».











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