Viene a cuento el explosivo titular a la vista de lo que está
sucediendo en la celebración de la Pascua. En mi parroquia, de los más o menos
8.000 feligreses, han acudido a celebrar la Vigilia Pascual exactamente 18, de
los que 8 ejercían alguna tarea litúrgica. Así que hemos juntado a los pocos
que éramos, y hemos concelebrado todos en torno a la mesa. Después han sido
unánimes en expresar su alegría por la cercanía, autenticidad de la
celebración, y por la hondura que una pequeña comunidad de esas dimensiones han
hecho posible. Y nos hemos preguntado, ¿por qué acude tan poca gente a la
celebración centro, fuente y culmen del año litúrgico? La respuesta más
sencilla y aparentemente lógica es la hora, a las 11 de la noche.
¿Seguro? En una ciudad bien iluminada, en un barrio en el que las
ventanas están encendidas casi todas las noches hasta más de la una de la
madrugada, y con una noche primaveral y olorosa, sin viento, ni amenaza de
lluvia ni pizca de frío, el argumento de lo tardío de la hora no me convence.
Mi opinión es que, simplemente, a nuestros católicos no les agrada, ni les
emociona, ni les dice nada, celebrar la Vigilia Pascual
Se trata de una constatación triste, penosa, y que causa mucho
desánimo entre los que nos dedicamos a dinamizar, coordinar y presidir las
reuniones litúrgicas. Y las causas son varias, pero, la principal, el
cansancio, tedio, aburrimiento y poca gracia y creatividad, espontaneidad,
comunicación, y pasión, que, por lo general, faltan de manera flagrante en las
celebraciones litúrgicas de nuestra Iglesia. Los maestros de Liturgia se
contentan, generalmente, con el libro de normas y rúbricas, como si de su
estricto cumplimiento se derivara, automáticamente, la dignidad y la añorada
belleza de las funciones litúrgicas. Y no es así, lo que se produce con ese
agarrotamiento no es otra cosa que una falsa frialdad hierática, que no tiene
por qué representar la fuerza, la savia, el calor y hasta la pasión de una
celebración comunitaria. Una de las razones más reconocidas de la increíble
persistencia histórica del judaísmo es que el centro de su culto no se realiza
en la hermosa, pero muchas veces gélida, armonía de un templo impecable, sino
en calor acogedor del hogar. Ha sido fundamental para la supervivencia digna y
creativa de los judíos que cada año celebren la Pascua en las entrañas de sus
casas.
Hubo voces después del Concilio Vaticano II, que todavía perduran, de
que se multiplicaban los abusos litúrgicos en muchas, y atrevidas,
interpretaciones falsas, y falseadoras, de la reforma litúrgica conciliar. Y,
¿saben quiénes proferían esas voces? Pues los que más llevan abusando de la
liturgia cristiana desde siglos: los monseñores, doctores y doctorcillos
vaticanos de Liturgia, o de las diócesis más copetudas, serias y solemnes, -más
lo primero que lo segundo-, satisfechos con la parafernalia de sus
celebraciones, como las que nos llegan de los pontificales del Vaticano, o la
Almudena, o del Pilar de Zaragoza, o de la catedral de San Patricio de Nueva
York. ¿Abuso litúrgico, esas celebraciones?, se preguntará alguno. Pues sí, lo
he escrito y lo reitero: comparen esos espectáculos, televisivamente muy
conseguidos, con la celebración de la Cena del Señor, o las de los primeros
cristianos, y me digan quién es el que abusa. Y, ¿qué tiene que ver la
colección de ornamentos, mitras, tiaras, báculos, inciensos, venias, saludos, y
ritos cortesanos, con la bella sobriedad de las asambleas litúrgicas de la
Iglesia primitiva?
Ahora volveré al tema candente y, yo diría, sangrante, de la Vigilia
Pascual. He preguntado, en la misa de 9,30 hs. del domingo siguiente a la
Pascua, cuántos habían celebrado la Vigilia Pascual, y a qué horas, y de unos
35 sólo lo habían hecho tres mujeres, ¡qué casualidad!, una a las 22,00 y otras
dos a la 20,00 hs. Además me he enterado de que en Madrid se han celebrado
Vigilias desde las 18,00 hs., seis de la tarde, todo ello con la ¿sana?
intención de incomodar lo menos posible a los fieles con una hora intempestiva.
Y así nos va. La Vigilia Pascual no se celebra todas las semanas, ni todos los
meses, ni siquiera todos los trimestres, ni siquiera semestres. Se trata de una
celebración anual, que podría, por su reiteración, complicar, interferir, o
hasta dañar, el sano hábito de no cambiar ni un milímetro, ni un segundo, la
dulce secuencia de los sueños plácidos, placenteros y tranquilizadores. No
vayamos, pues, a exponer a nuestros fieles, más bien desgastados y decrépitos,
a una ruina total.
Es decir, si no se puede celebrar la Vigilia de Pascua, no la
celebremos, pero no convirtamos la Vigilia, ese momento único, mágico y
arrebatador, en un rito más, que no vamos de dejar de celebrar, ¡faltaría más!,
por los escrúpulos de unos puristas de la Liturgia. Pero, ¡de verdad!, no se
trata de esto, sino de no engañar ni defraudar a los fieles en un momento
litúrgico único, irrepetible, y que demanda, más que ninguna otra celebración,
la total sintonía con el entorno físico de la Noche, y, -a ser posible, que lo
es, normalmente-, que englobe, como supone el glorioso cántico del pregón
pascual, por lo menos ¡parte de la noche de Pascua! Yo no digo que los obispos
impongan horarios litúrgicos, pero sí que marquen líneas. Y que dejen claro que
no se trata de Vigilias de Pascua aquellas que de eso, de Vigilia, y de Pascua,
tienen más bien poco. ¿No podrían emplear una de sus cartas pastorales, en los
días previos a la Semana Santa, en animar, alentar y hasta provocar a los
fieles a la celebración de la Vigilia Pascual, al mismo tiempo que en disuadir
a los párrocos del empleo de horarios inadecuados, que solo consiguen
maltratar, y rebajar hasta niveles ínfimos, lo que debería ser una vigilia
honda, nocturna, tensa, pero festiva?
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