El primero se
refiere a la celebración de la misa en la cárcel de Zamora.
“En cuanto supe que algunos de
nuestros sacerdotes bilbaínos habían sido encerrados en la prisión de Zamora,
fui a visitarlos. ... Los tres
detenidos por los sucesos de Orozco acudieron a nuestro encuentro llenos de
cordialidad. ... Les pregunté, de otra parte, si
necesitaban estipendios para misas o
alguna ayuda económica, aparte la nómina que se les pasaba mensualmente como a
todos los presbíteros diocesanos. Me contestaron que no celebraban misa, dado
el ambiente reinante en la prisión, y que no necesitaban nada más que salir de
ella a una casa religiosa”. (pag. 206).
“Mientras tanto se llegó a decir en
algunos medios vizcaínos que yo tenia abandonados a los sacerdotes presos en
Zamora. El abad de un monasterio guipuzcoano me visitó un día, para decirme que
estaba escandalizado, porque le habían dicho que tenía abandonados a dichos
sacerdotes. Me concretó que ni les ofrecía estipendios de misas, ni les pasaba
ninguna ayuda económica ni les visitaba.. Quedó sin habla, cuando le dije que
había ido a Zamora varias veces para visitarles pero no habían querido aceptar
la visita y que les pasaba la misma nómina que a todos los sacerdotes
diocesanos. Por lo que se refería a los estipendios, le pregunté:
-
¿Sabe Vd. si celebran la eucaristía?
-
Supongo que sí - me contestó.
Y yo le repliqué que estaba
equivocado porque llevaban mucho tiempo sin celebrarla. El buen abad quedó
cortado. Me dijo que le habían engañado con informaciones falsas. Me pidió
perdón y me dió un abrazo. Nos hemos visto luego muchas veces. Seguimos siendo
buenos amigos”. (pags. 207-208).
La verdad de
este tema es bien distinta. La dirección de la cárcel destinó para la
celebración de la misa un pequeño cuarto de 2 metros de largo y otros
tantos de ancho, más o menos; lo que vulgarmente se dice un cuartucho. Tenía
acceso desde la única sala que teníamos para pasar el día, pero la puerta
estaba cerrada y para entrar en él había
que pedir la llave al funcionario de turno.
En cuanto al equipamiento, no había más que
una rudimentaria mesa que hacía de altar y un armario donde había algunos
ornamentos que, ciertamente, no utilizábamos porque no había para todos y
porque en la situación en que estábamos nos parecían fuera de lugar. Como
utensilios para la celebración no había más que un crucifijo, un caliz y una patena y dos candelabros con sus
correspondientes velas.
En este
cuarto estuvimos celebrando misa durante meses, hasta que decidimos renunciar a
él porque era el único lugar y momento del día y la noche en que no estábamos
bajo la vigilancia de los funcionarios lo cual suponía una concesión
excepcional que no se correspondía con el nulo miramiento y control
absoluto a todos los movimientos dentro
de la cárcel, incluso a la hora de hacer nuestras necesidades fisiológicas en
retretes sin puertas y con una pared de aproximadamete un metro de altura, como
único cierre.
Después de
dejar de utilizar el cuarto en cuestión, celebrábamos la misa en el dormitorio
en la hora que transcurría desde que nos encerraban en él hasta que apagaban la
luz. Durante un período que no sabría concretar, celebrábamos todos los días
hasta que decidimos hacerlo sólo los domingos.
Respecto a
los estipendios de misas a los que D. José María Cirarda concede relevancia, ni
nos planteamos el tema ni era lo que más nos importaba; un ofrecimiento fuera
de lugar e impropio en aquella
situación.
Siendo ésta
la realidad, resulta sorprendente comprobar cómo o con qué intencionalidad los
tres que dicidieron salir al convento le dieron a su obispo la información que
se recoge en el libro.
Hay un
segundo dato en el libro que es, además
de falso, totalmente manipulado. Dice así:
“Así la prisión se convirtió en un
foco de tensión permanente. Sucedieron cosas increíbles, como que un día
hicieron una pira con la mesa del altar, las casullas y demás utensilios para
la celebración eucarística y le prendieron fuego”. (pag. 207).
Es ésta una
versión, además de incompleta, totalmente manipulada del motín realizado en la
cárcel. Los sacerdotes presos pedimos a todas las instancias que pudimos que,
siendo presos políticos -así nos
reconoció y calificó Amnesty International- queríamos
cumplir las condenas en las cárceles en que estaban recluídos los presos
políticos. Como nadie atendía a esta petición, un compañero - Felipe Izagirre, religioso
franciscano- se secularizó, incluso,
para que fuera trasladado a una cárcel donde hubiera presos políticos.
Los demás
sacerdotes presos, como un último recurso desesperado, realizaron un motín en
la cárcel de Zamora, prendiendo fuego y rompiendo lo que hubiera de destruíble
en una construción como la cárcel, en la creencia de que inutilizando la cárcel
de Zamora, por fuerza, les llevarían a las cárceles que solicitaban. Josu Naberan
que fue el encargado de inutilizar y prender fuego al cuarto en el que en un
tiempo se celebraba la eucaristia, tuvo
buen cuidado de dejar aparte el crucifijo, el caliz, el ara y demás utensilios
pra la celebración de la misa.
Tanto Juan
Mari Arregi como Xabier Amuriza exponen con detalle este dato en el libro de
próxima publicación sobre la cárcel de Zamora, desmintiendo lo aireado, con
mala intención, por los medios de comunicación. Se cuidaron muy mucho de no
cometer ninguna profanación ni ningún sacrilegio. Hablar de “hacer piras” de enseres en una cárcel demuestra un desconocimiento total de
las condiciones de la cárcel en general y no digamos ya de las dificultades
sobreañadidas a la hora de tratar de hacer un motín.
Secularizaciones
Ciertamente
el tema de las secularizaciones de los sacerdotes no está directamente
relacionado con los problemas de la cárcel que trato de esclarecer en este
escrito; rebasa las pretensiones de este escrito; pero teniendo en cuenta que
D. José María Cirarda se refiere con detalles a los sacerdotes que se
secularizaron, todos ellos pertenecientes a los que él denomina del grupo de
los “radicales” y omite, por otra parte, el dato de que sacerdotes presos protegidos por él tambien
se secularizaron, he decidido aportar algunos datos sobre este tema.
“Parte del grupo más radical de los
sacerdotes se había cuasi-institucionalizado ya en 1967. Se autodenominó Gogortasuna ... Bastantes se secularizaron andando el tiempo. Algunos por sí y ante sí; otros, pidiendo la gracia a la Santa Sede”. (pags.
145-146).
“A poco de publicada mi dicha
pastoral en Bilbao, vino a visitarme uno de los sacerdotes mas duros del Gogor, para una conversación que nunca he
olvidado. Fue la primera que tuve a solas con uno de los sacerdotes diocesanos
más radicales, que terminaría secularizándose por sí y ante sí al cabo de no
mucho tiempo”. (pag. 158).
“El problema fue perdiendo su
gravedad extrema, aunque algunos ondarreses siguieron -y siguen todavía- obstinados. Pero el grupo
se disolvió, cuando el sacerdote que lo animó en un principio se autosecularizó, pasó a vivir con una mujer no sé si
previo matrimonio civil o sin él, y se metió en política como militante de Herri Batasuna”. (pag. 173).
“El otro sacerdote, el director del
coro contestatario, se secularizó por sí y ante sí, es decir, sin pedir la gracia del papa para dejar el sacerdocio. Tambien
se ha secularizado el que era coadjutor de Basauri, pero lo ha hecho pidiendo
la gracia de la secularización y celebró luego el sacramento del matrimonio
como Dios manda”. (pag. 186).
Aunque D.
José María Cirarda no recoge el dato, de los cuatro que salieron al convento de
Villagarcía de Campos para cumplir alli su condena, dos sacerdotes diocesanos y
el religioso capuchino se secularizaron. Y de los nueve sacerdotes detenidos y
encarcelados en Zamora el 1 de junio de 1970, cuatro se secularizaron. Teniendo
en cuenta que de estos nueve, dos eran de edad muy avanzada, el porcentaje es
muy alto.
Por otra
parte, es un dato contrastado que son muchos más los sacerdotes secularizados,
durante esos años, por otros motivos que por motivos o posturas radicales o de
izquierdas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.