D. José María
Cirarda se muestra contrariado en sus Memorias
y Recuerdos porque algunos de los sacerdotes presos en Zamora nos negamos a
recibir sus visitas.
“En cuanto supe que algunos de
nuestros sacerdotes bilbaínos habían sido encerrados en la prisión de Zamora,
fui a visitarlos. Me acompañaron
D. Juan Ángel Belda, mi asesor
jurídico, obispo luego de Jaca y de León y el P. Ezcurdia, provincial de los
jesuitas de Loyola, que tenía tres jóvenes estudiantes de la Compañía en dicha
prisión.
Los tres detenidos por los sucesos de
Orozco acudieron a nuestro encuentro llenos de cordialidad.
De los otros cinco, los que hicieron
huelga de hambre en el obispado, vino a verme uno solo. Me dijo que lo hacía en
nombre de los cinco con dos fines: agradecerme la visita y decirme que si
quería hablar con ellos, debía publicar un escrito como el que ellos
difundieron cuando se encerraron, porque entonces me llevaría (sic) a la cárcel y podríamos hablar ampliamente
estando todos juntos. Al terminar nuestra reunión, el sacerdote susodicho me
pidió que fuera portador de una carta que llevaba oculta. Me negué, porque no
podía abusar del permiso que me habían dado para estar con mis sacerdotes sin
rejas ni guardias vigilantes”. (pag. 206 - 207)
Reconozco que
la petición concreta de que escribiera una carta similar al que los huelguistas
del obispado habían difundido, expresada así, es exagerada. Y lo digo en
primera persona porque el compañero al que se
alude accedió a la visita, a
diferencia de lo que dice D. José María Cirarda, no solo en nombre de los cinco
huelguistas, sino de todos los demás sacerdotes presos , a excepción, claro
está, de los “tres” detenidos por los sucesos de Orozko.
Fundamentalmente,
se le quiso hacer ver que, para
proporcionarnos ayuda material y apoyo humano contabamos, afortunadamente, con
mucha gente dispuesta; lo que esperábamos del obispo era que, como primer
representante institucional de la iglesia diocesana, se desmarcara de la
connivencia de la Iglesia
con el régimen y denunciara las tropelías de la sanguinaria
dictadura con su secuela de opresión y represión, que estaba produciéndo tanto
dolor y sufrimiento y durante tanto tiempo, en Euskal Herria, con consecuencias
de distinto signo, pero igualmente dolorosas todas. No estábamos dispuestos a
contribuir a que las ayudas y visitas a sacerdotes represaliados se utilizaran
como pantalla para aparentar un compromiso ante una situación angustiosa que,
en realidad, no se asumía.
A propósito
de lo que D. José María Cirarda dice de sus frustradas visitas a la cárcel de
Zamora, inevitablemente me vienen a la mente las visitas de nuestros
familiares. Solamente podían visitarnos familiares de primer grado; el lugar de
la visita era la llamada “sala de comunicaciones”, una sala interior, lúgubre,
sin ninguna ventana, con dos rejas
metálicas paralelas que llegaban, en toda su anchura, hasta el techo, una en la parte de los
visitantes y la otra en la de los presos, con un espacio de medio metro más o
menos entre ambas; en todo momento bajo la vigilancia de un funcionario;
algunos funcionarios, al vigilar las visitas,
incluso se sentaban en una silla
-tanto los visitantes como los presos, de pié, por supuesto- en el espacio de entre las dos rejas para
tomar nota de lo que se hablaba en la comunicación; así llamaban a la visita; la comunicación, de media hora,
tenía que ser obligatoriamente en castellano con nuestros padres o familiares
con los que nunca nos habíamos comunicado en esa lengua, bajo la amenaza de que
se nos cortaría la comunicación a la primera palabra que dijéramos en euskara.
Cuando D.
José María Cirarda dice que se
negó a ser portador de una carta que se le quería entregar en la visita que él
sí podía realizar en condiciones totalmente ventajosas y excepcionales, porque no podía abusar del permiso que me
habían dado para estar con mis sacerdotes sin rejas ni guardias vigilantes, no
sé hasta qué punto era sensible a las condiciones tan inhumanas en que los
familiares tenían que realizar las visitas a sus familiares presos.
Tres sacerdotes y un religioso capuchino salen a un convento
Tres
sacerdotes vizcaínos a los que D. José María Cirarda se refiere reiteradamente
como los “tres” condenados por los sucesos de Orozco y un religioso capuchino
al que no se le nombra para nada en todo el relato del libro, acogiéndose a la
posibilidad que el Concordato les otorgaba para cumplir la condena en una casa
religiosa, optaron por esa vía.
“En cuanto supe que algunos de
nuestros sacerdotes bilbaínos habían sido encerrados en la prisión de Zamora,
fuí a visitarlos. .... Los tres
detenidos por los sucesos de Orozco acudieron a nuestro encuentro llenos de
cordialidad. Me explicaron detalles de su detención y del delito del que se les
acusaban. Los tres me pidieron que hiciera todo lo posible para que pudieran
salir de Zamora. ... Les dije que haría todo cuanto estuviera en
mis manos para trasladarles a una casa religiosa”. (pag. 206).
La razón que
aducían para salir a una casa religiosa a cumplir su condena se recoge así en
el libro:
“El clima de la prisión era tan tenso
y tan antijerárquico, según me contaron, que temían perder hasta la fe, si su
reclusión se prolongaba mucho”. (pag. 206).
Las gestiones
para conseguir este traslado, tal como lo explica el mismo D. José María
Cirarda, no resultaron nada fáciles:
“Hice gestiones ante el ministro de
Justicia y ante el capitán general. El ministro decía que el asunto dependía de
la autoridad militar. Y Capitanía de Burgos alegaba que el caso pertenecía al
gobierno”. (pag 207).
Además de los
tres sacerdotes, tambien el religioso capuchino Pablo Muñoz optó por cumplir su
condena en una casa religiosa. No sabría decir por qué, pero la verdad es que el religioso no mantenía relación con los superiores de su orden. Por
otra parte, se le acumularon problemas familiares con un hermano o hermana
gravemente enfermo/ma, un cuñado en la
cárcel, etc. En esta situación recurrió a los servicios de D. José María
Cirarda y acudía a las visitas que hacia a los “tres” de Orozko.
Uno de los
días en que había estado en la visita nos hizo, a la noche, esta confidencia:
“Reconozco que es una deslealtad por mi parte, pero lo que nos ha dicho hoy
Cirarda os atañe a vosotros y creo que es lo suficientemente grave como para
que lo ignoreis, y por eso os lo hago saber. Nos ha dicho que las gestiones
para trasladarnos al convento se le han puesto tan difíciles que ha decidido
plantear la cuestión al mismo Franco. La razón que va a aducir es la siguiente:
en la cárcel de Zamora hay unos sacerdotes que, aun estando en la cárcel,
quieren perseverar en su condición de sacerdotes, pero el grupo mayoritario de
los sacerdotes allí encarcelados ha antepuesto sus ideales sociales y políticos
a los sacerdotales por lo que los
sacerdotes en cuestión, si tienen que seguir conviviendo con los de este grupo,
temen que puedan perder hasta la fe, por lo que, ateniéndose a la claúsula del
Concordato, como Obispo responsable de sus sacerdotes, va a exigir que sean
sacados de Zamora a una casa religiosa para que cumplan allí su condena”.
La versión de
D. José María Cirarda es la siguiente:
“Mons. Morcillo, arzobispo de Madrid
y presidente de nuestro episcopado, me insistió en que tenía que hablar
personalmente con Franco para que cambiara su juicio sobre mí. Lo mismo me
pidió el ministro de Justicia, Sr. Oriol”.
... Fue un día de muchísimas audiencias.
... Pasé al despacho del Caudillo el primero de todos. La entrevista se prolongó
hora y cuarto. ... La audiencia tuvo
tres partes perfectamente diferenciadas, de que doy cuenta brevemente. ... He contado ya que los tres sacerdotes
condenados a prisión en el juicio por el homicidio de un taxista en Orozco, me
habían pedido cumplir su condena en una casa religiosa, y cómo el ministro de
Justicia y el capitán general de Burgos me hacían bailar como una pelota de
tenis, diciendo el uno y el otro que la solución del caso no les atañía. Fue el
primer asunto que planteé a Franco. Me oyó atentamente.
-
Si puedo algo, saldrán - me dijo.
Y, en efecto, a los pocos días
salieron mis tres sacerdotes susodichos,
para cumplir su prisión en el noviciado que los jesuítas tenían en Villagarcía
de Campos, como he dicho a su tiempo”.
(pags. 233-234).
A propósito,
todo muy secreto. Tanto que en la reseña sobre la presentación del libro que se hizo en los locales de
Barria, se dice: “Tal como ha manifestado el Vicario General de la época, José
Angel Ubieta, “cuenta algunos pasajes que no conocía, como las entrevistas que
realizó con Pablo VI o con Franco ...” (Boletín
Oficial del Obispado de Bilbao. 624. maiatza . 2011. mayo. pag. 341. Y
PRESBYTERIUM, nº 23, pag. 5).
La cuestión
de cómo se eligió el convento de Villagarcía de Campos lo explica así D. José
María Cirarda:
“De otra parte, no era fácil encontar
casas religiosas, que quisieran recibir a mis sacerdotes, con los disparates
que se dijeron de ellos en los medios de comuncación social. ¿Solución? Hablé
con el P. Arrupe, general de la
Compañía de Jesús, natural de Bilbao. Se comprometió a
recibir a mis tres sacerdotes en una casa de la Compañía en cuanto el
gobierno autorizara su salida de Zamora. Y visité al Jefe del Estado en
septiembre de 1969. Le dije que quería asegurar la fe de unos sacerdotes que
sufrían mucho en la cárcel de Zamora. Y me contestó escuetamente:
-
Si puedo algo, saldrán.
Y como era claro que podía, salieron
de inmediato. Los tres fueron trasladados al noviciado que la Compañía de Jesús tenía
en Villagarcía de Campos, un lugar de ensueño, donde Juan de Austria había
pasado su infancia. Allí visité a mis tres sacerdotes muchas veces”. (pag.
207).
Los
compañeros que optaron por cumplir su condena en una casa religiosa estaban en
su perfecto derecho de exigirlo, puesto que era una de las posibilidades
establecidas en el Concordato; y D. José
María Cirarda cumplía con lo que le
correspondía hacer, al tratar de conseguirlo. Lo que no es justificable es que
para conseguirlo llegara a denigrar hasta tal punto al resto de los sacerdotes
encarcelados en Zamora y que los que
plantearon cumplir su condena en un convento dieran por bueno que se emplearan
unas razones tan poco dignas para apoyar su petición.
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