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martes, 10 de junio de 2014

UNA CATEDRAL RESTAURADA Y SOÑADA




Con motivo de la reapertura de la Vieja Catedral de la diócesis de Vitoria, celebrada solemnemente el domingo de Pentecostés, en la revista “Religión Digital” se ha publicado una crónica del acontecimiento en la que se manifiesta una visión de la catedral que supone, al menos para mi, una novedad para lo que estamos acostumbrados a ver.
El cronista transcribe un correo electrónico enviado por Fidel Molina, diácono permanente y responsable de un programa de atención a los marginados que se está llevando a cabo desde hace años y con muy buena acogida. El centro de acogida está en la parte vieja de Vitoria donde está situada la catedral que se ha abierto al culto después de 20 años en los que ha permanecido cerrada para su restauración.
¡Cuánto me gustaría que nuestras catedrales, incluida la nuestra del Señor Santiago, dejaran de ser el marco de celebraciones suntuosas para llegar a ser, como recuerda y sueña Fidel, “un lugar de refugio para los más pobres”!
Este es el texto de la crónica que merece dar a conocer.




Junto a la catedral y formando parte de ella se encuentra la capilla de Santiago que funciona como iglesia parroquial. El Domingo de Pentecostés quedaron suspendidas las celebraciones parroquiales porque todos habían sido invitados el domingo anterior a sumarse a esta celebración. La feligresía de la parroquia de Santa María tiene además una característica más acusada que en otros templos: es una feligresía multirracial, multiétnica. De hecho la misa que, hasta ahora se celebraba a las 11:30 y que ha sido trasladada a las 13 horas se denomina la misa de los pueblos. Esta feligresía también estuvo presente en la reapertura de la catedral.
Pero además Santa María es el punto de referencia del Programa Berakah, la expresión viva de la dimensión caritativa de la Iglesia. Y la pastoral con los más necesitados ha inspirado a los consagrados de esta parroquia a realizar la siguiente reflexión que en un correo electrónico hacía llegar el diácono permanente, Fidel Molina: 

jueves, 1 de mayo de 2014

Mensaje para la festividad del 1º de mayo


 Departamento de Pastoral Obrera
Comisión Episcopal de Apostolado Seglar





Mensaje para la festividad del 1º de mayo. San José Obrero.
Si falta el trabajo, la dignidad humana está herida

Desde sus comienzos la Doctrina Social de la Iglesia ha fundamentado la dignidad de toda persona en la condición de hijos e hijas de Dios, y ha proclamado la necesidad de poner en práctica el principio evangélico que invita a la acción: “os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

El primero de mayo, fiesta de San José Obrero y fiesta cristiana del trabajo, supone para los trabajadores que profesan la fe la ocasión de recordar y agradecer, también, esas luchas por la dignidad y la justicia de todos aquellos que han hecho de su vida un compromiso en favor de la dignidad del trabajo humano, que se han esforzado por reconocer en él la dignidad de los trabajadores y trabajadoras que lo realizan.

En cada hombre y mujer que diariamente se esfuerza en realizar su trabajo, con el que contribuye a realizar la voluntad creadora y salvífica del Padre, contemplamos el sagrado reflejo de Dios que quiso encarnarse en Jesús de Nazaret para mostrarnos el verdadero camino de humanización y liberación que nos dirige y acerca hacia el Reino de la Paz y la Justicia, hacia el Reino de la Vida y del Amor.

Por eso, cualquier ataque a la dignidad del trabajo humano es, intrínsecamente, un ataque a la dignidad de los hombres y mujeres que lo realizan, y por ello una negación de Dios. El desempleo, la precariedad laboral, el subempleo, la economía sumergida, las condiciones de explotación o de inseguridad e insalubridad laboral, el trabajo infantil, la discriminación laboral por razones de sexo o raza, la injusticia de los salarios y otras condiciones laborales, todo ello son heridas a la dignidad humana que se clavan en las personas de los trabajadores, y que repercute gravemente en sus condiciones de vida, y en las de sus familias, deshumanizando su existencia. Cuando la vida social –también el trabajo- pone en el centro al dinero, y no a la persona, negamos la primacía del ser humano sobre las cosas, negamos la primacía de Dios (Evangelii Gaudium 55). La manera de concebir hoy el trabajo humano genera pobreza y exclusión y deshumaniza a los trabajadores.