Con motivo de la reapertura de la Vieja Catedral de la diócesis
de Vitoria, celebrada solemnemente el domingo de Pentecostés, en la revista “Religión
Digital” se ha publicado una crónica del acontecimiento en la que se manifiesta
una visión de la catedral que supone, al menos para mi, una novedad para lo que
estamos acostumbrados a ver.
El cronista transcribe un correo electrónico enviado por Fidel Molina, diácono permanente y
responsable de un programa de atención a los marginados que se está llevando a
cabo desde hace años y con muy buena acogida. El centro de acogida está en la
parte vieja de Vitoria donde está situada la catedral que se ha abierto al
culto después de 20 años en los que ha permanecido cerrada para su restauración.
¡Cuánto me gustaría que nuestras catedrales, incluida la nuestra
del Señor Santiago, dejaran de ser el marco de celebraciones suntuosas para
llegar a ser, como recuerda y sueña Fidel,
“un lugar de refugio para los más pobres”!
Este es el texto de la crónica que merece dar a conocer.
Junto a la catedral y formando parte
de ella se encuentra la capilla de Santiago que funciona como iglesia
parroquial. El Domingo de Pentecostés quedaron suspendidas las celebraciones
parroquiales porque todos habían sido invitados el domingo anterior a sumarse a
esta celebración. La feligresía de la parroquia de Santa María tiene además una
característica más acusada que en otros templos: es una feligresía
multirracial, multiétnica. De hecho la misa que, hasta ahora se celebraba a las
11:30 y que ha sido trasladada a las 13 horas se denomina la misa de los
pueblos. Esta feligresía también estuvo presente en la reapertura de la
catedral.
Pero además Santa María es el punto
de referencia del Programa Berakah, la expresión viva de la
dimensión caritativa de la Iglesia. Y la pastoral con los más necesitados ha
inspirado a los consagrados de esta parroquia a realizar la siguiente reflexión
que en un correo electrónico hacía llegar el diácono permanente, Fidel
Molina: