El pasado domingo, 24 de febrero, al 
regresar a casa por la noche, encontré que unos cuantos amigos me habían
 escrito diferentes comentarios sobre la llamada cumbre antipederastia o
 antiabusos eclesiales. Gracias a ellos percibí
 que la información a la que habían tenido acceso les había dejado 
perplejos -cuando no indignados- por lo que allí, supuestamente, se 
había dicho y no hecho. De entre todos, hay dos que me siguen pareciendo
 particularmente significativos. Según el primero,
 el papa habría cometido un gran error culpando a Satanás de la 
pederastia, tal y como había oído en una radio de alcance estatal. 

“¡Qué decepción! ¡Qué antiguo! ¡Cuánta caspa! -se desahogó- ¡Pobres infantes! ¡Pobres padres!” Y concluyó: “para este viaje no hacían falta tantas alforjas”. “La cúpula de la Iglesia es el ‘instrumento de Satanás’”! Mi respuesta fue, de momento, el silencio. Había estado fuera todo el día y no tenía información fiable que facilitarle ni comentario que hacer. Solo me quedaba saber qué había pasado o, mejor dicho, qué había dicho Francisco ese domingo en el discurso de cierre del encuentro episcopal. Un poco más tarde recibí la segunda reacción de otro buen amigo, igualmente indignado: “¡Vaya tomadura de pelo la cumbre de prelados en el Vaticano sobre la pederastia! ¡Una vergüenza!”

“¡Qué decepción! ¡Qué antiguo! ¡Cuánta caspa! -se desahogó- ¡Pobres infantes! ¡Pobres padres!” Y concluyó: “para este viaje no hacían falta tantas alforjas”. “La cúpula de la Iglesia es el ‘instrumento de Satanás’”! Mi respuesta fue, de momento, el silencio. Había estado fuera todo el día y no tenía información fiable que facilitarle ni comentario que hacer. Solo me quedaba saber qué había pasado o, mejor dicho, qué había dicho Francisco ese domingo en el discurso de cierre del encuentro episcopal. Un poco más tarde recibí la segunda reacción de otro buen amigo, igualmente indignado: “¡Vaya tomadura de pelo la cumbre de prelados en el Vaticano sobre la pederastia! ¡Una vergüenza!”
Confieso que, a partir de ese momento, me 
quedé preocupado. Era cierto que no había seguido el final del encuentro
 episcopal con el detalle requerido y, conociendo la ecuanimidad de 
estas dos personas, me sorprendía su reacción
 indignada. Algo “gordo” había pasado ese día en el Vaticano que se me 
había escapado y sobre lo que este último amigo parecía tener la 
oportuna información. Por eso, inquieto, le pregunté: “¿has leído la 
documentación? Yo todavía no he tenido tiempo. A ver
 si lo puedo hacer mañana o pasado”. Su respuesta me desconcertó y, a la
 vez, me dejó alguna clave explicativa: “mándame la información que te 
vaya llegando. Gracias”. Al día siguiente le facilité el acceso a tres 
informaciones: la primera, un escrito de J.
 I. González Faus sobre lo que llamaba “Pederanálisis” y que se puede 
encontrar en la red. La segunda, los 21 puntos de reflexión entregados a
 los obispos para luchar contra la pederastia. Y la tercera, una noticia
 en la que F. Lombardi, coordinador del encuentro,
 comunicaba en la rueda de prensa final que la Santa Sede contaría “en 
el plazo máximo de uno o dos meses con una nueva legislación para luchar
 contra los abusos” y “proteger a los menores y a las personas 
vulnerables”. 
Y sin más dilaciones, me puse a leer el 
discurso del papa buscando esa referencia a Satanás como el culpable de 
la pederastia eclesial. La verdad es que me encontré con un documento 
que me llamó la atención por la contextualización
 que ofrecía de la pederastia eclesial. Al releerlo, no veo en el texto,
 ninguna voluntad de poner en marcha el ventilador del “y tú más”, sino 
una lúcida y necesaria contextualización: según “organizaciones y 
organismos nacionales e internacionales (OMS, Unicef,
 Interpol, Europol y otros) la tragedia de la pederastia, constata 
Francisco, es un “fenómeno con frecuencia subestimado”, en particular, 
“en el ámbito familiar”, “en el barrio, la escuela, el deporte y 
también, por desgracia, el eclesial”. Y después de facilitar
 cifras aterradoras (que invito a leer) apunta, de manera tan cruda como
 autocrítica y sin paliativos: “la inhumanidad del fenómeno” de la 
pederastia “es todavía más grave y más escandalosa en la Iglesia, porque
 contrasta con su autoridad moral y su credibilidad
 ética”. Concretamente, las personas consagradas que “se dejan subyugar 
por su fragilidad humana, o por su enfermedad” se convierten “en 
instrumento de Satanás”, es decir, “del dios del poder, del dinero, del 
orgullo y de la soberbia” que, sintiéndose “señor
 del mundo”, “no perdona ni siquiera la inocencia de los pequeños”. Esta
 crueldad, prosigue el papa Bergoglio, hay que combatirla protegiendo a 
los menores; llevando ante la justicia a cualquiera que haya cometido 
tales crímenes; activando una política de prevención;
 siendo exigentes en la selección y formación de candidatos al 
sacerdocio y a la vida religiosa; no encubriendo ni infravalorando a las
 víctimas; acompañando a las personas abusadas; combatiendo el turismo 
sexual y preservando a los menores de las nuevas formas
 de abuso sexual en el mundo digital y en las redes. 
Una vez leída esta intervención del papa 
Francisco escribí al primero de mis amigos: acabo de leer despacio el 
discurso final y no encuentro que haya echado balones fuera culpando a 
Satanás de la pederastia. Nada de eso. Ya sé
 que no siempre es
 fácil, pero quizá sería bueno ir a las fuentes para tener una opinión 
que, además de propia, estuviera debidamente fundamentada. Te
 adjunto el texto íntegro por si quieres leerlo. Repasa después el 
enlace en el que se dice que "la Iglesia estrenará leyes contra los 
abusos en dos meses" y ya tienes todo lo que ha dado de sí esta cumbre y
 su hoja de ruta. 
Un abrazo.
 Jesús Martínez Gordo 
 
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