Durante la Audiencia general, el Papa recordó el alivio que ofrece
Jesús a los que están «cansados y oprimidos», a los que no tienen medios
propios ni amistades importantes: «¡Ojalá todos los líderes del mundo pudieran
decir esto!»
Iacopo Scaramuzzi (En V.I.)
«Es feo para la Iglesia cuando los pastores se vuelven príncipes,
alejados de la gente, alejados de los más pobres». Durante la Audiencia general en la Plaza San
Pedro, Papa Francisco recordó la invitación de Jesús a los que están «cansados
y oprimidos», a todos los que «no pueden contar con medios propios, ni con
amistades importantes», ofreciéndoles un poco de alivio.
El Papa analizó, durante la catequesis, las tres invitaciones
imperativas de Jesús («Vengan a mí todos ustedes que están cansados y
oprimidos, y yo les daré alivio»), «Vengan a mí», «tomen mi yugo» y «aprendan
de mí». Y exclamó: «¡Ojalá todos los líderes del mundo pudieran decir esto!».
Antes que nada, «dirigiéndose a los que están cansados y oprimidos,
Jesús se presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta
Isaías», y a todos ellos, desencantados de la vida, a menudo el Evangelio suma
a los «pobres y a los pequeños. Se trata —explicó Papa Francisco— de todos los
que no pueden contar con medios propios, ni con amistades importantes. Ellos
solo pueden confiar en Dios. Conscientes de la propia condición miserable y
humilde, saben depender de la misericordia del Señor, esperando de Él la única
ayuda posible. En la invitación de Jesús encuentran finalmente respuesta a su
espera: volviéndose discípulos suyos reciben la promesa de encontrar alivio
para toda la vida», una promesa que también se extiende, al final del
Evangelio, «a todas las gentes», como demuestran también los peregrinos que,
durante el Jubileo de la misericordia, están atravesando las puertas santas de
las catedrales, de las iglesias de todo el mundo, pero también «en los
hospitales, en las cárceles», porque encuentran, dijo el Papa, «el alivio que
solo Jesús sabe dar».
Al decir después «tomen mi yugo», explicó Francisco, «en polémica con
los escribas y los fariseos, Jesús pone sobre sus discípulos su yugo, en el que
la Ley encuentra su cumplimiento. Quiere enseñarles que descubrirán la voluntad
de Dios mediante su persona, mediante Jesús, no mediante leyes y prescripciones
frías que Jesús mismo condena».
Para concluir, «Jesús no es un maestro que impone con severidad a los
demás pesos que Él no lleva, esta era la acusación que hacía a los doctores de
la ley. Él se dirige a los humildes y a los pequeños porque Él mismo se hizo
pequeño y humilde. Comprende a los pobres y a los que sufren porque Él mismo es
pobre y sufrió dolores. Para salvar a la humanidad, Jesús no recorrió un camino
fácil; al contrario, su camino fue doloroso y difícil. El yugo que los pobres y
los oprimidos llevan es el mismo yugo que Él llevó antes que ellos: por ello es
un yugo ligero. Él cargó sobre sus hombros los dolores y los pecados de la
humanidad entera». Jesús «se hizo cercano a todos, a los más pobres, era un
pastor y estaba entre la gente, entre los pobres, trabajaba todo el día con
ellos; Jesús no era un príncipe… es feo para la Iglesia —aclaró el Papa— cuando
los pastores se vuelven príncipes alejados de la gente, alejados de los más
pobres. Ese no es el espíritu de Jesús; Jesús regañaba a estos pastores y decía
a la gente sobre ellos: “Hagan lo que digan, pero no lo que hacen”».
«Queridos hermanos y hermanas, también para nosotros hay momentos de
cansancio y de desilusión», concluyó el Papa. «Entonces, acordémonos de estas
palabras del Señor, que dan consolación y que nos hacen comprender si estamos
poniendo nuestras fuerzas al servicio del bien. De hecho, a veces nuestro
cansancio es provocado por haber puesto confianza en cosas que no son lo
esencial, porque nos hemos alejado de lo que vale verdaderamente en la vida».
En este sentido, «no nos dejemos quitar la alegría de ser discípulos del Señor.
“Pero, Padre, yo soy un pecador…”. Abandónate a Jesús, siente sobre ti la
misericordia y tu corazón será colmado de alegría y perdón. No nos dejemos
robar la esperanza de vivir esta vida con Él y con la fuerza de su
consolación».
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