Una comisión creada por el Papa estudia el papel de la mujer en la Iglesia
De las 23.071 parroquias del Estado, al menos 5.000 no disponen de un sacerdote permanente
Nekane Lauzirika (DEIA)- Lunes, 26 de Septiembre de 2016
Gasteiz
-
¿Podrán las mujeres en un futuro próximo ser ordenadas diáconas o diaconisas?
se pregunta la teóloga María José Arana. Ella es moderadamente optimista. Tiene
motivos para ello por la respuesta que el Papa Francisco ofreció el pasado mes
de agosto a las 900 religiosas de la Unión Internacional de las Superioras
Generales que fueron recibidas por el pontífice en el Vaticano. ¿Por qué
marginar del diaconado a la mujer, que ya ejerció esa función en la Iglesia de
los primeros siglos? le cuestionaron. “Las mujeres diaconisas son una
posibilidad para hoy”, respondió Bergoglio.
La
promesa más inmediata es que el Papa ya ha nombrado una comisión paritaria que
debe estudiar el papel de la mujer en la Iglesia romana. “Creo sinceramente que
Francisco está más sensibilizado que los papas anteriores; cuando dice que va a
hacer una cosa la realiza. Desde el inicio del pontificado ha ido evolucionando
para bien”, apunta la teóloga.
De justicia
Partidaria
de que la mujer y el varón tengan la misma igualdad en la Iglesia en tiempos en
los que se está proclamando en todos los ámbitos de la vida, le entristece que
la jerarquía de la Iglesia no sea consciente de lo que se está perdiendo al
infravalorar un capital de altísimo rendimiento. “Tenemos que trabajar para que
la igualdad civil que poco a poco se está logrando en la sociedad llegue
también al seno de la Iglesia; no es una petición descabellada; es una demanda
de justicia social”, recalca.
Gran
cantidad de jóvenes han abandonado la Iglesia en silencio y no hace falta más
que echar una ojeada en cualquier iglesia y parroquia los domingos o festivos
para ver la edad de la feligresía. “Parece un geriátrico y los jóvenes que
acuden son católicos recalcitrantes próximos a opciones extremistas. Y la
cúpula eclesial sin enterarse o van pasando hasta que sea demasiado tarde”,
dice con dolor Amaia, profesora de Filosofía desde hace más de 30 años en un
instituto guipuzcoano y con vocación sacerdotal, pero sin posibilidad de
ejercerla como sus compañeros varones. “Con las mujeres puede suceder lo mismo
que con la juventud; muchas han dejado la Iglesia sin que las altas jerarquías
les ofrezca una salida a sus aspiraciones sacerdotales o ministeriales”, dice
ilusionada y también escéptica ante la comisión anunciada por el Papa
Francisco. “Son muchos años esperando ocupar el puesto que nos merecemos en la
Iglesia, porque nosotras también queremos, sabemos y podemos servir como Dios
manda”, dice sonriente.
En la
práctica, muchos domingos en una pequeña iglesia del interior de Gipuzkoa,
Amaia ya ejerce como diaconisa. Porque el diácono es en general un hombre
soltero o casado, habilitado por la jerarquía para presidir algunas
celebraciones. Viene a ser una especie de sacerdocio de tercer grado. “Está
capacitado para impartir los sacramentos del bautismo, el matrimonio, pero no
le está permitido confesar ni tampoco impartir la extremaunción, y, por
supuesto, no puede ejercer la principal función que tienen encomendados los
eclesiásticos ordenados: la consagración en eucarística”, explica.
Para
María José Arana, la feligresía está concienciada sobre la necesidad de abrir
la Iglesia a las mujeres en igualdad de condiciones; “actualmente ya son las
que están a pie de obra sosteniendo gran parte del servicio religioso. De
distintas encuestas hechas hace ya años se desprendía que el 70%% de los
católicos en Europa y en el Estado estarían dispuestos a recibir mujeres
sacerdotes. “A día de hoy el porcentaje ha crecido, sería superior al 80%. A la
mayoría de la gente le da igual el tema, el resto estaría a favor y luego un
10% que mete ruido en contra de la posibilidad de que las mujeres puedan ser
diáconas o ser ordenadas sacerdotisas”, dice Arana, a la que le cuesta entender
esa resistencia tan militante.
En la iglesia antigua
Porque
la existencia de las diaconisas está más que probada; quedan huellas de algunas
ordenaciones diaconales de mujeres, de sus símbolos y funciones, así como del
paso que se fue dando hacia mujeres de otras instituciones como abadesas, las
seroras, algunas de formas de beatas, etc. “Ahora bien, siendo el pasado de
trascendental importancia, y hay que profundizar en ello, sin embargo, la
Iglesia tendría que plantearse estos asuntos desde una perspectiva que,
arrancando del pasado, interpreta el presente mirando hacia el futuro”, opina
Arana. “Es decir, la comprensión dinámica y evolutiva del Evangelio, la
Tradición y la Historia, cuya relectura y aplicación ha de hacerse en cada
tiempo y contexto. Es básica en esta cuestión”.
Suelen
decir que cuando se nombra una comisión es mala cosa, “que se hace para que
todo siga igual, pero creo que en esta ocasión funcionará. Me parece bien que
sea paritaria -compuesta por seis hombres y seis mujeres- aunque tengo que
reconocer que me hubiera gustado que estuviese coordinada por una mujer; todo
no ha podido ser. Los componentes provienen de entornos distintos; son
profesores de universidades en activo y eso es muy importante. También son
bastantes favorables a establecer el diaconado en la Iglesia; son gente
sensible al tema”, apunta la teóloga.
¿Qué
potestad tendrá? “No lo sé. Es verdad que Pablo VI consultó con la Comisión
Bíblica y le dijeron que no había ninguna dificultad para la ordenación, que no
encontraban ningún obstáculo según la Biblia, pero el Papa se lo saltó por el
arco de triunfo: lo escuchó y no lo hizo”. En esta ocasión María José y Amaia
creen que si la iniciativa de la Comisión ha surgido del propio Francisco
“tendrá oídos para oír, para atender lo que digan los expertos porque de otro
modo no hubiera nombrado una comisión; su propia creación ya es un acto
revolucionario de Bergoglio que en su entorno tiene también que solventar
muchas dificultades para sacar adelante sus iniciativas consideradas por muchos
obispos como excesivamente progresistas”, sostienen.
DIACONADO, EL PRIMER PASO
En el
Estado hay 23.071 parroquias, de las que por lo menos 5.000 no cuentan
con un
sacerdote residente estable. Las mujeres por mayoría, son las que están
rescatando la Iglesia católica. Por eso muchas, como Amaia, lo tienen meridianamente
claro. “El diaconado femenino, como dice el Papa, es el primer paso, pero no el
último ni mucho menos; poco a poco hay que caminar hacia adelante, porque no
nos podemos conformar solo con ser diáconas”, apunta.
¿Por
qué la Iglesia católica, en estos momentos, es la única institución del mundo
occidental que niega rotundamente el acceso de las mujeres a lugares de mayor
reconocimiento y responsabilidad? “Es una pregunta que se responde por si
sola”, sentencia la teóloga. “Por otro lado -continúa explicando- al hablar de
diaconado se insiste en lo que pueden hacer o no hacer las mujeres. Y realmente
no creo que sea cuestión de darles más o menos trabajos. El tema clave radica
en el reconocimiento; y si a los varones se les reconoce mediante la ordenación
diaconal ¿por qué no a ellas?, subraya contundente Arana.
“PORQUE FALTAN CURAS”
En los
años 80 ella misma fue nombrada “párroco” por el Obispo de la época en una
pequeña parroquia rural de Euskadi. “¡Fue porque faltaban curas!”, exclama
sonriente. Además, aunque sus funciones eran bastante limitadas, no obstante,
estaba autorizada para bautizar, predicar, presidir celebraciones sin
sacerdote, elaborar los permisos a los sacerdotes para que administraran el
sacramento del matrimonio y otras funciones tanto catequéticas como pastorales.
A pesar de todo, a Arana nunca le consagraron diácona.
Como
fue la primera mujer en ejercer estas funciones de varones su caso tuvo mucha
repercusión en los entornos eclesiásticos. “En este momento de la historia y de
la sociología, apuntan María José y Amaia, si la Iglesia católica quiere tener
un mínimo de credibilidad debe de ordenar a las mujeres sacerdotes; tiene que
reconocer realmente la igualdad de hombres y mujeres en la Iglesia y eso pasa,
por supuesto, por la ordenación. “Esto es fundamental en una Iglesia que
defiende los derechos humanos, que quiere seguir el Evangelio y la propuesta de
Jesús”, señalan al unísono.
Con la
creación de la comisión creen que el Papa ha abierto una puerta cerrada a cal y
canto. Tras ella se inicia un camino dirigido a la atención pastoral y a
valorar como ministerio lo que solo se consideran tareas a menudo
infravaloradas “porque las hacen las mujeres”, añade Amaia.
La
Iglesia actual necesita más que nunca de “los trabajos” de las mujeres, -y de
hecho dice María José- se las ingenia para recibir sus aportaciones pero sin
contraprestación alguna.
Sentido vocacional
Se
refiere también al sentido espiritual y vocacional de estas tareas eclesiales.
“¿Alguien se ha preocupado de profundizar en este aspecto tan fundamental en la
vida de una mujer cristiana?”, se preguntan. Porque son muchas las mujeres que
sienten la llamada de Dios. “Nadie se ha preocupado por preguntarles y
profundizar con ellas el sentido de esa invitación interior. Y esta es una
seria responsabilidad”.
Si hay
varones con vocación diaconal ¿qué ocurre con la vocación de las mujeres? “El
protagonismo y la jurisdicción sobre la Iglesia la tienen los varones; todo lo
llevan ellos. Por eso es necesario que haya mujeres, al margen de que seamos
mayoría en la institución. Es importante que la Iglesia sea dirigida también
por mujeres, porque en ocasiones el varón no entiende bien los problemas de las
mujeres y precisamos que las mujeres ayuden y acompañen a las mujeres de hoy,
que vivan sus problemas; eso es vital. Tenemos una moral sexual y unas
orientaciones que se nota que están hechas por varones. Eso hay que cambiarlo”.
Porque creen en este cambio en la Iglesia Católica como imprescindible es por
lo que muchas mujeres católicas como María José y Amaia, piden y esperan que el
sacerdocio femenino sea pronto una realidad.
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