jueves, 27 de junio de 2013

Lecturas para tiempos de crisis económica y (III)

“Buscarás la justicia y sólo la justicia” (Deut. 16,20)


                        Jose Ignacio González Faus
Actualidad Bibliográfica 99 (2013) 5-17

 
Conclusión “en cristiano”.

1ª.- Lo menos que cabría pedir tras las presentaciones anteriores es que nuestro Presidente y su gobierno dejen de repetir sonoramente (como “El americano impasible” de Graham Greene), que están haciendo exactamente lo que tienen que hacer, que no hay otra política económica posible y que sus medidas nos llevarán pronto a un mañana mejor (parecido al de aquel verso sublime de Lope de Vega: “siempre mañana y nunca mañanamos”). Cuando son tan claras las diferencias, la más elemental sensatez y honradez política habrían pedido dialogar con todos y buscar entre todos la solución tratando de aportar todos, de ceder todos y sobre de todo, de repartir equitativamente las cargas entre todos, en lugar de presentarse como “la única verdadera iglesia”.

Es decir: si vimos decir a Krugman que lo que hay que hacer, a nivel económico, es lo contrario de lo que se ha hecho, cabe añadir que (aunque eso no fuese cierto a nivel económico) es muy cierto en el plano político.

2ª.- Lo anterior queda dicho desde una óptica de sensatez política laica. Pero además quisiera cerrar este boletín con una reflexión creyente.  Y esa reflexión podría arrancar de esta larga cita de Krugman:

“El moderno conservadurismo se entrega a la idea de que las claves de la prosperidad son los mercados sin restricciones y la búsqueda sin trabas del beneficio económico y personal. También defiende que la expansión de las funciones gubernamentales, posterior a la Gran  Depresión, sólo nos ha supuesto perjuicios.
Sin embargo, lo que en verdad vemos es una historia en la que los conservadores se hicieron con el poder, se pusieron a desmantelar muchas de aquellas protecciones de los tiempos de la Depresión… y la economía se hundió en una segunda depresión notablemente negativa (p. 77).

Esto que es muy evidente no será aceptado por todos aquellos cuyo sueldo depende de la no aceptación de estas ideas. Se buscarán paños calientes, remiendos insuficientes, y se intentará meter este vino nuevo en los viejos odres de siempre, para tranquilizar la propia conciencia. Pero las diferencias seguirán en pie porque, en realidad, el debate no es una cuestión de ideas ni de ciencia económica. Reclama una previa opción radical por los pobres y contra su pobreza. Sin creer que ellos ya pueden arreglarse con 400 euros, mientras a Dª Esperanza Aguirre un sueldo casi diez veces mayor “apenas le alcanzaba para llegar a fin de mes”. Y sin argüir, tras una hecatombe de desempleo, que “gracias a la ley de reforma laboral (tan profundamente injusta) el paro habría subido todavía más”, aunque los datos digan que en los 9 meses de vigencia de esa ley ha habido 122000 parados más que en esos mismos meses del año anterior. Y que los presupuestos calculaban unos 5,600.000 parados y hemos acabado el año con trescientos mil parados más…

Pero todo eso es normal dado que la mentira, o el eufemismo, son los dos ejes de nuestro sistema.

Porque de la crisis se saldrá, naturalmente, por la dinámica misma de las cosas. Y los economistas, según su militancia política o ideológica, atribuirán o no esa salida a las medidas de los gobiernos. Pero, si para salir de la crisis ha sido necesario pisotear tiránicamente derechos primarios de los más débiles, y si tras la salida de la crisis esos derechos quedan mermados, se habrá puesto en evidencia la inmoralidad de un sistema cuyo fin justifica toda una serie de medios inmorales. Habremos salido de la crisis económica pero no de nuestra crisis de humanidad. Y, probablemente, al cabo de un tiempo se cumplirá aquel refrán que cabe parafrasear así: “el hombre es el único animal que tropieza mil veces en la misma crisis”.

Porque sólo con un contacto personal y frecuente con los rostros de las víctimas, sólo con una caída del caballo como la de san Pablo, podrá tener alguna solución nuestra crisis de humanidad, encaminándonos hacia una “civilización de la sobriedad compartida”.

Pero quienes hagan una opción así se verán tratados de embusteros, agitadores, soflamáticos, revolucionarios o, en el mejor de los casos, de ingenuos. La tradición cristiana ha dicho infinidad de veces que los pobres serán nuestros jueces: nosotros preferimos olvidar ese juicio y presentarnos ante el tribunal de una supuesta “ciencia” económica y de la gran prosperidad de unos pocos. Y así sólo conseguimos seguir prisioneros de aquel Homicida radical a quien Jesús calificaba significativamente como “el padre de la mentira”.

                                                                      

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