viernes, 27 de abril de 2012

Kristauok eta krisia Los cristianos ante la crisis 05

3. La crisis que comporta la globalización

Quiero mencionar este punto, si quiera rápidamente, porque me parece que es de lo más determinantes de la actual crisis económica. Mientras hemos creído que la crisis era predominantemente financiera, hemos pensado que cuando se arregle el desajuste financiero, volverán las ‘vacas gordas’.

            Soy de la opinión que esta crisis va a durar más de lo que pensamos, que es una crisis a largo plazo y que ya nada volverá a ser como antes, porque la crisis financiera no hace sino solapar una crisis de la economía real: “Mientras Europa y el conjunto de Occidente se miran el ombligo, el mundo está cambiando: Los países emergentes (los llamados BRIC: Brasil, Rusia, India y China) han seguido creciendo económicamente y van configurando un nuevo escenario internacional en el que ya no sólo EEUU (y menos la UE), son los únicos actores con capacidad (de producir) y de establecer las reglas del juego”.[1]

            En un mundo cada vez más globalizado, donde las comunicaciones y transportes entre países cada vez son rápidos y baratos y donde la tecnología es el factor productivo que más fácilmente se copia –a destacar la sagacidad de los chinos, por ejemplo-, las capacidades productivas, los sistemas y niveles retributivos y condiciones laborales juegan en contra de los países desarrollados. Es cierto que con el tiempo estas magnitudes tenderán a igualarse, para que no haya ciudadanos de primera y de segunda según los países, pero eso requiere tiempo y, como decía Keynes, en economía a largo plazo... todos muertos... y a los europeos nos toca buscar soluciones a este intermedio.

            El desarrollo tecnológico, además, comporta inexorablemente un cambio en la amplitud de los marcados. Si se quiere aprovechar adecuadamente la capacidad de muchas empresas -y si no, dichas empresas no tienen futuro- hay que exportar o reducir capacidad productiva. Lo que obliga a las empresas a salir a mercados internacionales, para competir por tecnología o por precio. Dos retos en los que nuestra competitividad deja mucho que desear y que deja las espadas de salida de la crisis en alto.      

            La globalización, además, viene acompañada de otro fenómeno que no juega precisamente a favor de los países desarrollados, entre los que nos encontramos. Es la descolocación económica que está haciendo virar el eje de la economía mundial desde Europa y Norteamérica hacia los países del Este: Rusia, China, India... con lo que las perspectivas de crecimiento económico, sobre todo en términos de empleo, no son positivas para la vieja y acaudalada Europa. Recientemente me comentaba un amigo que a su hija, empleada de nivel medio alto en la sede del Credit Suisse de Madrid, le han obligado a reducir su plantilla en un 20% de trabajadores españoles que ha de sustituir por empleados índios elegidos por la empresa, que está preparando su huida de Europa para establecerse en la India, más próxima de los mercados de futuro que son China y la antigua URSS.  Evidentemente es mejor una empresa internacionalizada, que una empresa nacional no competitiva, pero esto comporta una redistribución del número de empleados cada vez más repartidos por todo el mundo, lo que juega en contra del mantenimiento o aumento del número de puestos de trabajo en el mundo desarrollado y dificulta aún más la salida de éstos de la crisis económica.

4.  Desfase entre el nivel de internacionalización de los mercados y el de la política

En la actualidad existe una escasa correlación entre la intensa internacionalización de los mercados y la escasa internacionalización de la regulación y supervisión de los mismos. Es una carencia grave, origen de muchos desequilibrios, porque la solución de los problemas globales sólo puede venir de una autoridad también global. No voy a insistir en este punto, pero creo que hay mencionarlo, porque lo que los cristianos creemos que lo que hay que construir no es una economía que funcione, sino algo más, una economía que funcionen solidariamente, que reparta, que redistribuya según las necesidades. Como dice Jon Sobrino, no se trata sólo de una economía más justa, que es posible que el siempre difícil correcto funcionamiento del mercado pueda facilitar, sino de formar la familia de los hijos de Dios... y eso no lo hace el mejor mercado capitalista, sino que es preciso una autoridad democrática mundial convencida de que su primer objetivo, no es ganar, producir más, sino la satisfacción solidaria de todas las necesidades del mundo[2] y eso requiere una Autoridad Mundial, que intervenga en orden a este objetivo en tareas urgentes y graves: el reparto aleatorio de recursos naturales, los diferentes sistemas de infraestructuras, de educación, de sistemas de protección social... exigen un nivel de convergencia económico a nivel mundial, no dejado en manos del mercado, sino dirigido por unos gobernantes democráticos e imbuidos de espíritu solidario.  


[1] Papeles de CyJ, Diciembre 2011
[2] John STUART MILL: “La idea de una sociedad en la que los únicos vínculos son las relaciones y los sentimientos que surgen del interés pecuniario es esencialmente repulsiva”.

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