viernes, 3 de abril de 2020

Desendiosarnos

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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Por José Ángel Arzuaga, médico internista en Bilbao
Desendiosarnos … desde la UCI
Me preguntan cómo estamos. Les digo desbordados completamente y muy cansados, pero con mucha colaboración y máxima disposición por parte de todos los miembros del equipo. Esto es lo mejor del momento, sin duda. También con algo miedo. Ya son varios los conocidos afectados, algunos que van a ir mal sin mucho remedio. ¡Hay que pedir fuerza y darlo todo! Y extremar la protección, porque la ubicuidad del virus le hace especialmente peligroso.
Como creyente esta experiencia de vulnerabilidad me lleva a reflexionar sobre el endiosamiento en que nos hemos acostumbrado a vivir. Las personas que formamos parte de la llamada “clase media del mundo occidental” tenemos una profunda sensación de seguridad y de férreo control de nuestras vidas en lo referente a nosotros mismos, pero también en lo concerniente a terceros e, incluso, a condiciones externas. Somos capaces de planificar nuestra vida a largo plazo y reservar, por ejemplo, los vuelos o los alojamientos de nuestras vacaciones con muchos meses de antelación, porque vivimos con la certeza de que será como nosotros los hagamos y queramos, sin interferencias mayores. Concedemos muy pocas opciones a la incertidumbre. Sin duda, nos hemos dejado invadir por un “antropocracia omnipotente y omnipresente” que, apoyada por los, cada vez más sofisticados, artilugios de los que nos dotamos, nos hace endiosarnos hasta el punto de pretender que lo gobernamos todo; incluida la naturaleza, el tiempo, el espacio finito e infinito, la vida o la muerte.
Sin embargo, el impacto de una infección vírica nos está cambiando la vida, al menos en el corto plazo e incluso en los aspectos más cotidianos. Lo han llamado infección por Coronavirus SARS-CoV-2 o COVID-19. Comenzó en el Lejano Oriente y lo sentimos muy distante. Después empezó a acercarse y creímos que, con nuestra fortaleza y robustez de miembros del solido primer mundo, no llegaría a hacernos mella y terminaría siendo, como otras veces, una curiosidad de la biología cambiante. Cuando ya llegó, y parecía algo más grave y cercano, nos auto-convencimos de que solo afectaría a los débiles, entre los cuales nunca nos incluimos porque estamos imbuidos de nuestra fortaleza y seguridad. A día de hoy, ya no hay seguridades, todos somos objetivo posible del virus y a todos nos puede atacar en serio. Hoy ya lo vivimos como una amenaza real.

No poder salir a la calle y movernos con libertad nos incomoda a todos. En el caso de los contagiados la situación de aislamiento en los domicilios es una vivencia difícil, pesada e incómoda. En las personas ingresadas en las unidades de aislamiento de los hospitales, soy testigo de una experiencia que es tremendamente deshumanizadora. En momentos muy difíciles de su vida, de gravedad, deben permanecer durante toda su estancia solas. Su único contacto son otras personas ajenas, los profesionales, que con nuestra mejor voluntad y saber hacer les tratamos y ayudamos en las necesidades más básicas tanto médicas como humanas. Nos vemos muchas veces desbordados por el peso de la sobrecarga de trabajo, somos hombres y mujeres envueltas bajo los equipos de protección, no se les puede ver la cara y la voz esta muchas veces distorsionada por las mascarillas. Es, en fin, una experiencia de soledad extrema, de autoconciencia plena de fragilidad y vulnerabilidad, de desamparo también. En los casos de fallecimiento, hay ocasiones en que el último contacto de despedida del familiar fallecido es una triste fotografía de la cara del cadáver junto con la voz pesarosa de algún sanitario que comunica, vía telefónica, lo más cálidamente que puede, el triste suceso, que frecuentemente ya se había anticipado.
Esta situación nos fuerza, a los hombres y las mujeres del siglo XXI, a hacer el gran reconocimiento de humildad de sentirnos y sabernos lo que somos realmente: una pieza más del entramado del universo. Una pieza privilegiada si se quiere, pero una entre tantas. Nos obliga a reconocer la finitud de la condición humana por encima de pensamientos y ensoñaciones grandiosas, a convencernos de que vivimos en la provisionalidad y de que, lejos de lo que a veces pensamos, no lo gobernamos todo, ni mucho menos. A los hombres y mujeres creyentes en este siglo XXI, esta situación nos pide que doblemos nuestro cuello para que nuestros ojos miren fijamente al corazón de cada uno y meditemos y lleguemos a esa conclusión, que tanta paz nos aporta cuando conseguimos experimentarla, de que nosotros somos de Dios, seguimos siendo de Dios a pesar del transcurso de la historia y sus cambios profundos, y; en la vida y en la muerte somos de Dios. Esta cuaresma del 2020 y a lo mejor también la semana santa y la pascua, la estamos viviendo de forma diferente, como una oportunidad para la introspección, para resituarnos en la vida, en el mundo y en la historia ayudados por los acontecimientos y las condiciones de vida tan especiales. Una oportunidad para desendiosarnos, para sentirnos frágiles y buscar nuestra sustentación en la fuerza amorosa del Padre.

2 comentarios:

  1. Eskerrik asko Jose Angel por esas reflexiones tan profundas y basadas en hechos reales.
    Tenemos tiempo para pensar y es una realidad que lo necesitamos.
    Os queremos dar las gracias por todos vuestros desvelos, trabajos y buen hacer.
    Rezaremos todos unidos.

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  2. Mi admiración y agradecimiento para personas como Jose Angel. A mí, como creyente, me parece una reflexión muy apropiada y me la voy a aplicar.
    Pero me parece que se podría completar si nos hacemos la pregunta de qué reflexión se les puede ofrecer a quienes no creen en Dios. Y no me parece muy oportuno pedirles que aprovechen el pánico y se hagan creyentes por si acaso Dios existe. En serio, creo que, aparte de la evidente necesidad de desendiosarnos, tenemos la necesidad de humanizarnos algo más . Y para los creyentes nos resulta adecuado ver a nuestro Dios, por ejemplo, en la entrega modélica del personal sanitario, la mayoría de los cuales supongo que son agnósticos o ateos. Pero para la mayoría social no creyente sería bueno ofrecer una vez más la necesidad de salir del antropocentrismo egocéntrico, invitando a abrir los ojos y admitir en nuestra casa interior a cualquier ser humano, especialmente a los más vulnerables.
    A quienes no crean, y a todos, vendrá muy bien, en esta situación, salir de nuestro epicentro y abrír perspectivas más comunitarias. Para los creyentes el cielo tambien sin los otros.
    Gracias José Angel.
    Un abrazo.
    Pepe Romo.

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