viernes, 18 de octubre de 2019

Solo la política puede resolver el conflicto catalán


Jordi López Camps  (En CiJ)

     La historia contemporánea de Catalunya se está escribiendo a partir de sentencias. El año 2010 el Tribunal Constitucional tumbó el Estatut refrendado por el pueblo catalán, además de las aprobaciones previas de los parlamentos catalán y español. Luego, el tribunal Constitucional ha ido anulando leyes, total o parcialmente,
aprobadas por el Parlament catalán. Finalmente, la sentencia del Tribunal Supremo con la dura condena de líderes sociales y políticos, es un paso más en la judicialización continuada de la política catalana. Esta sentencia banaliza el delito de sedición y, a fin de justificar las duras penas impuestas, erige una jurisprudencia que hipoteca el ejercicio futuro de los derechos fundamentales como de reunión y manifestación. Otro quiebro en la calidad democrática española. Mientras tanto, se ha ido construyendo un relato contra el independentismo con el ánimo de alejar aún más la solución del conflicto catalán del ámbito político. Los contrarios al diálogo político para resolver la cuestión del encaje de Catalunya con España se han esforzado en situar el problema, no el terreno político sino en el campo de la convivencia ciudadana. Los relatores políticos, aupados por diversos medios de comunicación, han inventado un problema de convivencia cuando la realidad, siempre más tozuda que cualquier ficción, se encarga de desmentir. El problema de convivencia solo existe en las mentes de quienes, ante su negativa de abordar políticamente lo que es un problema político, buscan en los meandros de la fantasía social ocultar que el órdago catalán cuestiona la solidez democrática del sistema constitucional de 1978.

     Curiosamente, cuando empiezan a sonar los tambores electorales, algunos partidos del Estado se envuelven en la bandera de España y, ante la ausencia de propuestas políticas sólidas para los muchos problemas de este país, exploran agitar el anti-catalanismo para buscar votos en los caladeros del nacionalismo español. Como España lleva desde hace varios años en campaña electoral, el independentismo catalán se ha convertido en el enemigo a destruir. Los estrategas políticos no han percibido que este objetivo, si bien puede darles muchos votos en cualquiera de estas dos Españas que, como dijo Machado, hielan el corazón, está produciendo una notable desafección de muchos catalanes que han integrado, también en su corazón, las última estrofas del poeta Joan Maragall de su “Oda a España”: “On ets, Espanya? / No et veig enlloc / No sents la meva veu atronadora? / No entens aquesta llengua — que et parla entre perills? / Has desaprès d’entendre an els teus fills? / Adéu, Espanya!” El independentismo no mengua ni disminuye su capacidad de movilización.
     El independentismo ha comprendido que ahora se vive un momento poco dado a la poesía y sí a la ocupación del espacio público. Considera que sólo así los poderes del Estado y la comunidad internacional comprenderán que el problema catalán no es una cuestión menor. Es más, da la impresión que el movimiento independentista tiene como estrategia colapsar, en la medida de sus posibilidades, el quehacer en España. Parece que estamos a las puertas de un camino sin retorno. Debe haber sensatez por todas partes y asumir que, ante el problema político planteado por el independentismo solo caben soluciones políticas. Pep Guardiola decía al final de un vídeo de denuncia a la reciente sentencia del Tribunal Supremo: “hacemos un llamamiento a la comunidad internacional a posicionarse claramente por una resolución al conflicto basada en el respeto y diálogo. Lo reiteramos en este marco solo hay un camino: sentarse y hablar. Sentarse y hablar”. El diálogo es el único camino a seguir para resolver el contencioso entre el Estado y una parte importante de la sociedad catalana. Pero, por ahora, las sillas del diálogo están vacías. El temor es que, quienes serían los responsables de articular la respuesta política siguen pensando que el mejor camino es la represión y, cuanta más mejor. Por este camino vamos a perder todos.
     La respuesta popular a la sentencia del Tribunal Supremo va subiendo de tono y es aprovechada por algunos sectores políticos para atizar los aspectos polarizadores del conflicto. Da la impresión de que hay ganas para introducir, como sea, la violencia en el seno del independentismo. Hasta ahora, el movimiento independentista ha sido pacífico. Se proclamó con acierto que después de las manifestaciones independentistas no habían papeles en el suelo. Pero ahora esto está cambiando. Últimamente se están tirando muchos papeles en el suelo y se quema todo lo que pueda arder. Estos incendios destrozan el espíritu de una reivindicación que se afirma admiradora de los movimientos pacificistas. Pero los hechos de los últimos días evidencian que hay quienes están empeñados en presentar la cara inédita del independentismo: la violencia. Esta obsesión es coherente con la obstinación de quienes consideran que hay que forzar la reacción violenta de los independentistas. Estos sectores piensan que el relato de rotura social está bien armado, pero falta actos de violencia de los independentistas donde consolidarlo. Es cuestión de insistir, dicen. Ciertamente, la violencia en los espacios públicos está asomando la cabeza sostenida con algunas intervenciones en el Parlament con la misión de confirmar esta estrategia.
     Me preocupa esta nueva situación por la cual algunos están empujando las reacciones del independentismo ante la sentencia del Tribunal Supremo. Abjuro de los incívicos que han suministrado todas las excusas para quienes están empeñados en construir el relato de que el independentismo se ha vuelto violento. Me asusta pensar que la proximidad de las próximas elecciones alimente esta necesidad de canalizar violentamente la indignación de los independentistas para sacar rédito político. Los dirigentes políticos deberían ponerse al frente y liderar el encauzamiento cívico de la protesta. Ciertos sectores independentistas deberían hacer una reflexión serena sobre la estrategia a seguir para evitar situaciones que sólo favorecen a los contrarios a las reivindicaciones independentistas. Los gobernantes catalanes deberían hacer un ejercicio de realismo y salir del mundo ideal que algunos parecen estar instalados. Hay que gobernar desde las instituciones y liderar el proceso de forma más clara y contundente. Deben denunciar cualquier respuesta violenta, por más que las protagonicen amigos y conocidos. Si algunos no se sienten con suficiente fuerza, deberían dar paso a quienes pudieran asumir este liderazgo. Los gobernantes de España deberían reflexionar seriamente sobre el camino a seguir para resolver el problema que tiene el Estado con más de dos millones de catalanes. Los dirigentes políticos del Estado deberían abandonar el tacticismo electoralista y pensar más como estadistas. España tiene un problema no resuelto y el camino escogido hasta ahora para resolverlo no es el adecuado. Las tentaciones de acudir a un nuevo 155 o aplicar la ley de Seguridad Nacional agudizaría aún más el conflicto. Hay que actuar pronto. No se puede eludir que hay que volver a situar el problema en el ámbito político. De lo contario, corremos el riesgo de hundirnos todos con la cronificación del conflicto catalán.

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