Xabier Larramendi, en NdG
Somos miembros de nuestra Iglesia diocesana, pero resulta descorazonador
comprobar que quienes gobiernan nuestra Diócesis cuentan realmente poco con
nosotros, hombres y mujeres de base, sin otro cargo ni interés que tratar de
vivir el Evangelio, colaborar en la vida de nuestras comunidades cristianas y
participar en diversas iniciativas sociales. Lo decimos ante las noticias que
nos llegan acerca de la transformación en edificios hoteleros tanto del
Obispado, ubicado en el barrio donostiarra de Gros, como de la hasta ahora
residencia de los obispos y sacerdotes jubilados y de la librería diocesana
Idatz, en Urdaneta 10. Por lo que se ve, solo en el Obispado va a construirse
un aparthotel con 26 habitaciones. Junto a esto, el obispo José Ignacio Munilla
y su equipo de colaboradores están procediendo a la venta de diferentes pisos
en Donostia y en otros lugares de la Diócesis, suprimiendo parroquias en las
cuales se pretende hacer operaciones inmobiliarias. En Teledonosti, donde
Munilla colabora con un espacio mensual, adelantaba el pasado 15 de noviembre
que han vendido ya, por ejemplo, dos “pisos importantes” en las calles Legazpi
y Marina, hasta ahora destinados al servicio de Misiones. También se ha
publicado que hay un proyecto de demolición de la parroquia de Todos los Santos
de Intxaurrondo para construir una residencia para mayores cuyo presupuesto es
superior a 4 millones de euros. Ello no deja de suscitar serios interrogantes.
¿Cuántas operaciones inmobiliarias más habrá en marcha? ¿Por qué no hemos sabido
nada hasta ahora, cuando está todo “cocinado”, de ellas y de otras posibles?
¿Quiénes son los constructores que van a participar en su ejecución? Se dice
que en el proyecto de la residencia de Intxaurrondo, Munilla cuenta con un
inversor privado pero, ¿de quién se trata en realidad? ¿Para cuántos años se
van a hipotecar estos edificios emblemáticos de nuestra Diócesis? ¿Por qué
tanto secretismo? ¿Estará de acuerdo el próximo obispo con todo esto? Somos
personas de a pie pero no tan ingenuos como para tranquilizarnos con la
indicación de que para cualquier duda ahí tenemos el “portal de transparencia
abierto dentro de nuestra web”, la web del Obispado. El vicario Juan Mª
Olaetxea sabe que las webs, como el papel, lo aguantan todo. Y, además, poca
“transparencia” se puede deducir de ella.
Por otro lado, es curioso observar los conceptos que tanto el obispo como
su vicario y estrecho colaborador —como se concluye de su artículo
Autofinanciación sostenible de la Diócesis— utilizan para justificar todas
estas operaciones que afectan seriamente al patrimonio diocesano. Desde luego,
la palabra más usada por ambos es “rentar”, una palabra que apenas ha sido
empleada en nuestro lenguaje eclesial y diocesano hasta ahora. Y junto a
“rentar”, expresiones como “reestructuración patrimonial”, “autofinanciación” o
asegurar unos “ingresos sostenibles”. Merece la pena hacer una atenta lectura
de texto.
Los conceptos mencionados son apuntalados con una serie de razones. Según
ellos, se trata de “vender un patrimonio eclesial que ha quedado en desuso”,
que actualmente no necesitamos o que está infrautilizado; es cuestión de
“concentrar nuestros recursos y organizarnos de una manera más austera”; de
“obtener unos ingresos sostenibles con los cuales podamos seguir manteniendo todo
el patrimonio artístico y religioso de Gipuzkoa”, dado que ha habido un “fuerte
descenso de la ayuda institucional” —la de la Diputación, sobre todo— para
patrimonio; es cosa de “cumplir con el mandato que nos dieron las personas que
con sus legados y aportaciones pusieron ese patrimonio en nuestras manos”; que
los beneficiados serán “las pequeñas parroquias de Gipuzkoa que no tienen
medios para sostenerse”. Creemos que todas estas ideas forman parte de la
retórica justificativa destinada a blanquear sus proyectos
inmobiliario-hoteleros ante la Iglesia y sociedad guipuzcoana. Y para avalar
todas estas operaciones presentan la postura favorable del Consejo Presbiteral.
Lo que no dicen es que convocaron una reunión extraordinaria de este Consejo en
pleno verano, estando una parte importante de vacaciones, logrando solamente la
adhesión de diez sacerdotes, ya que los otros cinco se abstuvieron. ¿Puede
acometerse una reestructuración patrimonial de esta naturaleza contando
solamente con el apoyo de diez sacerdotes adeptos que giran en la órbita de
Munilla? ¿Y las laicas y laicos y el llamado Pueblo de Dios? Fuera de juego,
como ocurre frecuentemente. Mientras, no tienen empacho en pedir nuestra
colaboración porque “somos una gran familia contigo”. Buen número de laicos y
cristianos de Gipuzkoa tenemos la firme convicción de que el obispo Munilla, el
vicario Olaetxea y otros vicarios subalternos viven en una “burbuja” y esta,
concretamente, puede explotarles en sus manos.
Asimismo, creen, según dijo Munilla en Teledonosti justamente al día
siguiente de ser publicado el escrito mencionado del vicario Olaetxea, que todo
esto, “bien explicado” no solo es “asumible” sino “deseable”. Como si una
estrategia comunicativa hiciera bueno algo injustificable a la luz de Evangelio.
Después de estos casi nueve años de episcopado, parece que nos toman por
crédulos, inmaduros y hasta faltos de vergüenza y de sentido crítico. No nos
conocen. Es incomprensible cómo pueden sentirse tan dueños y señores del
patrimonio diocesano y que en sus bocas no aparezca ninguna razón de tipo
pastoral y evangélico. ¿Dónde queda aquel “no sea así entre vosotros” de Jesús?
¿Algún creyente se imagina a Jesús organizando la rentabilidad de su grupo con
estas operaciones financieras? Resulta escandaloso. ¿Y cómo pueden hacer todo
esto si va frontalmente en contra de lo que está planteando el actual Papa
Francisco? Precisamente, recientemente ha tenido lugar en Roma un congreso
sobre la cesión de las iglesias, su reutilización eclesial y la gestión de los
bienes culturales, donde Francisco ha ofrecido una serie de criterios de gran
interés, que Munilla y los suyos parece que quieren ignorar.
El Papa ha querido dar una expresión social al patrimonio y a los bienes
eclesiales que, siendo parte del culto cristiano, instrumentos de
evangelización y testigos de la fe de la comunidad que los ha producido a lo
largo de los siglos, son, a la vez, destinables a las actividades caritativas
de la comunidad eclesial. Pone como ejemplo ilustrativo e inspirador la pasión
del diácono mártir romano Lorenzo, que habiendo recibido la orden de entregar
los tesoros de la Iglesia, llevó ante el juez a los pobres que habían
alimentado y vestido con los bienes recibidos en limosnas. Francisco dice:
“Esto constituye una enseñanza eclesial constante que, si bien inculca el deber
de protección y conservación de los bienes de la Iglesia, y en particular de
los bienes culturales, declara que en caso de necesidad deben servir al mayor
bien del ser humano y especialmente al servicio de los pobres”. Y no tiene
desperdicio lo que afirma al final de su mensaje: “Las decisiones concretas y
últimas tocan a los obispos, pero a ellos recomiendo encarecidamente que cada
decisión sea el resultado de una reflexión coral llevada a cabo dentro de la
comunidad cristiana y en diálogo con la comunidad civil.” Y concluye que “la
cesión jamás debe llevarse a cabo con escándalo de los fieles” y “debería ir
precedida de una información adecuada y ser lo más posible compartida”.
Ciertamente, nada más lejos de lo que viene ocurriendo en nuestra Diócesis.
La actuación del obispo Munilla y de su equipo está en las antípodas del
Papa Francisco que propone una orientación social de los bienes eclesiales que
podría beneficiar a tantas personas solas, sin hogar, sin papeles, refugiados e
inmigrantes que buscando un futuro mejor en Europa, se encuentran con una
frontera cerrada para ellos y se verán obligadas a comenzar una nueva vida
entre nosotros. Esto, al contrario que el afán de buscar dinero a tiempo y a destiempo,
sí sería evangélico y nos haría más pobres y austeros.
Curioso que este foro de curas esté dedicando más tiempo a temas internos de la iglesia de Gipuzkoa que a verdaderos escándalos.
ResponderEliminarEjemplo: presuntos abusos de un vicario elegido por la iglesia de base mediante democrática votación.
¿Nada que aportar?