viernes, 27 de marzo de 2015

Sobre el poder en la Iglesia

 
 (De  R y L)

Las estructuras deben sacar las oportunidades de abusos de poder. Pues, en la Iglesia hay abusos de poder... (José Comblin).


I n t r o d u c c i ó n

Siempre más queda claro que la cuestión fundamental para los cristianos hoy día es la cuestión del poder. La cuestión del poder es la principal novedad, el principal reto que la cultura contemporánea dirige a la Iglesia después de Vaticano II. El Concilio no trató de la cuestión. Trató de evitarla, porque en aquel tiempo la cuestión del poder todavía no era un tema dominante de la cultura occidental.

En Lumen Gentium el Concilio trató de evitar la palabra poder cuando se refiere a la jerarquía. Usa la palabra “munus”, oficio o palabras que dicen servicio. En esa forma se evita abordar la cuestión del poder. Es evidente que evitó voluntariamente la palabra poder (salvo en algunos pocos casos como en 18, a, en donde la palabra “poder sagrado” es inmediatamente suavizada por la palabra servicio).

La jerarquía trata de apartar el asunto pensando que es una cuestión irrelevante, pero su relevancia está siempre más evidente. El clero, formado para manipular conceptos edificantes, rechaza la idea de que algo pudiera ser motivado por cuestiones de poder en la Iglesia. Se presume que todo se hace por amor. Aún la condenación de los herejes se hace por amor. Es un servicio a la Iglesia. Sucede que, como en cualquier sociedad humana, la cuestión del poder es relevante en la Iglesia. Más aún: ella es inevitable.

La actual relación de poder todavía es la relación definida en la cristiandad medieval. Las formas han cambiado, pero el fondo quedó igual.

En la eclesiología tradicional, desde los orígenes en el siglo XIV, la palabra poder ocupa el centro del tratado. Pues, la Iglesia se define por los poderes que la constituyen. Lo que hace la Iglesia son los poderes de la jerarquía. La palabra poder siempre tiene un sentido positivo y únicamente positivo. El poder es uno de los principales atributos de Dios, tal vez el atributo más importante, por lo menos en la devoción católica. En la misma liturgia siempre se añade el adjetivo poderoso o todo-poderoso a la invocación de Dios. Dios es el Todo-poderoso. El poder de Dios es puramente positivo. Es creador y salvador. Es lo que produce todo lo que existe y conduce la creación, actuando por los medios de salvación.

Ahora bien, el poder de Dios actúa por medio de poderes humanos. Dios no actúa sin la mediación de hombres. Estos mediadores revestidos de una participación del poder de Dios para realizar las obras de Dios son la jerarquía de la Iglesia. El poder de la jerarquía es también puramente positivo, porque es el mismo poder de Dios. Se dice que la jerarquía es la causa eficiente de la Iglesia. Ella produce la Iglesia pues la acción salvadora de Dios pasa por esa mediación. El poder de la jerarquía solo se compara con el poder creador de Dios: ellos crean a la Iglesia. Es el poder salvador de Dios: ellos realizan la salvación. Dios eligió a algunos hombres para ser los salvadores de la humanidad. Los laicos se salvan por la intervención de la jerarquía. Sin la jerarquía no son nada. Todo reciben y nada producen.

Este poder sobrenatural de la jerarquía tiene su punto culminante en la eucaristía. Como el Papa recién lo recordó, el sacerdote ordenado pronuncia las palabras de la consagración como si fuera el mismo Cristo. Cristo habla por su boca y produce por la boca del sacerdote el milagro de la transubstanciación, el mayor milagro que se puede imaginar. El ministro ordenado tiene la misma fuerza de Dios cuando celebra la eucaristía. Los laicos miran, admiran, adoran, y reciben a Dios por las manos del sacerdote.

Esta teología es la imagen de la Iglesia en la eclesiología tradicional que todavía es común hasta Vaticano II aunque haya sido refutada por los mejores biblistas y los mejores historiadores católicos. Es todavía la teología del Papa.

Este poder es el servicio de la jerarquía. Ejercer su poder divino es el servicio que el ministro ordenado ofrece a la Iglesia a la que dio vida. No puede haber ninguna oposición entre poder y servicio. El poder es el mayor servicio.

Es evidente que esta identificación entre poder y servicio no viene del Nuevo Testamento. Ella procede de la ideología imperial. En esta ideología, todo poder es positivo porque todo poder es servicio a la sociedad. “Dominar para servir”, es la definición de todo los colonialismos, hasta de la guerra de Irak que es el mayor servicio prestado al pueblo irakiano.

Los teólogos de aquél tiempo conocen muy bien todos los defectos personales de la jerarquía y de los presbíteros y diáconos. Pero esto no cambia la teoría. Los peores sacerdotes continúan creando la Iglesia por medio de sus sacramentos, de sus palabras y de su gobierno. Los abusos de poder son tratados como si fueran puros problemas personales que se solucionan por medio de la conversión del sacerdote. No reconocen que esta situación no es inevitable, que está ligada en gran parte al modelo de sociedad que se quiso imponer a la Iglesia y que por lo tanto se trata de un problema de política en la Iglesia.

Ahora bien, los miembros de la jerarquía no pueden ser puros representantes del poder de Dios. Al ejercer su poder, no comunican sencillamente el mensaje de Dios, sino también toda una teología. Al administrar los sacramentos, manipulan la religiosidad popular con su magia y sus supersticiones. Al gobernar sus parroquias o sus diócesis actúan como patrones de empresas. Crean una cierta orientación de la Iglesia, no crean la Iglesia que es producto del Espíritu Santo, por medio de la mediación de todos los cristianos, cada cual con su carisma. Si la orientación dada por el clero no es corregida y mejorada por el pueblo cristiano, ella se transforma en dominación. Entonces, el poder se hace dominación, como en todas las instituciones humanas. Por eso existe siempre un problema político en la Iglesia, que es el problema de que los miembros del clero son seres humanos y no puros depositarios del poder de Dios. Su poder no es como el poder de Dios pura fuerza creadora, no es puro don de la vida. Es también imposición, arbitrariedad, dominación del hombre sobre el hombre. No solo por vicios personales, sino por estructuras de pecado.

La concepción medieval del poder en la Iglesia, y el consecuente abismo entre el clero y el pueblo están en crisis desde hace dos siglos, aunque la jerarquía haya negado la crisis hasta Vaticano II y muchos la nieguen todavía hoy en día.

Ahora bien, esa relación está en crisis desde hace tiempo, y la crisis se acentuó siempre más en el siglo XX. Millones abandonan la Iglesia católica, y la causa fundamental, consciente o inconsciente, es la cuestión del poder. Con el Papa actual ni siquiera se puede levantar la cuestión porque su poder es más absoluto que el poder de cualquier Papa del pasado, incluso que el poder de Pio XII. La jerarquía niega el problema porque siente que sería el primer objeto de la contestación. Sin embargo, está claro que la nueva sociedad urbana, alfabetizada y desarrollada culturalmente no acepta más el tipo de relación de poder que nació en la edad media. No puede aceptar que Dios reserve toda su mediación a algunos cuando el Nuevo Testamento anuncia que el Espíritu es dado a todos. Que haya diversidad de funciones y de servicios, es lo que todos afirman. Que haya personas destinadas a gobernar, no se discute. Pero no se acepta la identificación de un poder humano con el poder de Dios.

No se puede negar que la Iglesia, como cualquier grupo humano, necesita una organización de poder, pero no eternamente la organización nacida en determinada época histórica en virtud de una situación histórica limitada en el tiempo. Nadie ignora que la autoridad es necesaria. Pero el actual sistema de autoridad hace que millones de católicos, exactamente los que participan en la nueva cultura urbana, se apartan de la Iglesia, o sencillamente pierden inconscientemente el sentimiento de pertenencia a ella.

Es necesario ver y examinar críticamente el sistema de poder que existe en la Iglesia, regido por un derecho canónico siempre relativo. Es necesario ver claramente la diferencia entre lo que es permanente en la Iglesia y lo que la historia ha hecho en los siglos ulteriores. De lo contrario seremos prisioneros de la historia, prisioneros de un pasado muerto.

Idealismo y Realismo

Juan Pablo II tuvo como una de sus prioridades la restauración del poder social del clero. Creyó que uno de los medios más eficientes sería la restauración de la disciplina tradicional, lo que restablecería la auto-estima del clero. Por lo menos trató de hacerlo y lo logró en parte por lo menos. Restauró la separación entre el clero y los laicos, y entre el clero y la sociedad, para evitar las tentaciones. Incansablemente hizo todo lo posible para elevar el status del clero. Multiplicó los documentos dirigidos al clero, por ejemplo, con ocasión del Jueves Santo de cada semana santa.

Estos documentos manifiestan siempre una concepción idealista del sacerdocio. No toman en cuenta las condiciones materiales, sicológicas y sociales de la vida sacerdotal. Ignoran los problemas de los sacerdotes de los años 60, nunca superados, y que continúan produciendo los mismos efectos (abandono del sacerdocio, crisis de identidad). Toda esa problemática es tratada como una deficiencia moral. Se soluciona por una afirmación más fuerte de la doctrina, o sea, por una acentuación de la ideología tradicional del clero.

El Papa toma como punto de apoyo los movimientos sacerdotales como Opus Dei, Legionarios de Cristo, Sodalitium y otros movimientos sacerdotales. Todos son integristas en la doctrina, rigoristas en la moral, inflexibles en la disciplina. Son la encarnación de la ley total. Su motor es la ideología clerical, tal como ella fue definida después del Concilio de Trento. Estos movimientos deben mostrar el ejemplo a la masa de los sacerdotes. Serían los conductores del clero. El Papa les concedió el papel que tuvieron los jesuitas en la Iglesia tridentina.

Sucede que estos movimientos son fascinados por el poder. Manifiestan una voluntad férrea de acumular riqueza material, prestigio social, poder político, poder cultural. Fundan instituciones poderosas supuestamente destinadas a la evangelización. No se dan cuenta del espectáculo que ofrecen a la sociedad, espectáculo de sectas religiosas a la conquista del poder. No ven que les va a pasar lo que les pasó a los jesuitas en el siglo XVIII. Hacen alianza con los poderosos, con las instituciones dominantes de la sociedad occidental. Son absolutamente ignorantes de la voz que se levanta desde el mundo de los oprimidos. Ignoran este mundo porque su mundo es el de los dominadores.

En este momento en América latina estos movimientos sacerdotales están de hecho conquistando grandes poderes en todos los sectores, sobre todo en la economía y en la política. Actúan por intermedio de elites laicales que les están totalmente subordinadas. Se crean un laicado fanático totalmente desproveído de espíritu crítico y de libre iniciativa.

El clero inspirado por tales ejemplos se hace puramente oportunista. Cree que el marketing religioso va a solucionar los problemas de la evangelización. Creen que por medio de la manipulación de los medios de comunicación será posible rehacer una nueva cristiandad en la que la Iglesia de nuevo podrá gobernar el mundo.

Como en la cristiandad, creen que van a evangelizar con el poder, por medio del poder, y aumentando su poder. Creen que su poder va a convencer a los cristianos y someterlos a su dominio. No ven que el mundo ha cambiado y que los laicos de hoy no son todos como los laicos de otros tiempos. Creen que el ejemplo de los movimientos sacerdotales integristas va a conquistar la sociedad y fundar un nuevo clero semejante al antiguo y basado en la misma teología. Y creen que los laicos van a someterse a la disciplina del integrismo.

¿Cuáles serían las orientaciones nuevas con relación al poder en la Iglesia hoy día?

1. En primer lugar se necesita reconocer el poder de los laicos, basado en los carismas y dones espirituales que recibieron, las responsabilidades evangelizadoras que asumen, etc.

2. En todas las instancias, desde el concilio ecuménico hasta los consejos parroquiales los laicos deben tener voz deliberativa y pueden decidir con el clero en todo lo que no se refiere a la doctrina definida definitivamente.

3. Los laicos deben tener voz activa en las elecciones en todos los niveles desde la elección del Papa hasta la elección de los párrocos.

4. Los laicos deben tener voz deliberativa en lo que se refiere a la liturgia, a la catequesis y la organización de la Iglesia.

5. El principio básico es que el poder no puede ser concentrado en una sola persona.

6. La base de toda la reforma del sistema de poder es la publicidad. La preparación de las decisiones debe ser abierta, publicada y los documentos necesarios deben estar a disposición de todos. No puede haber secreto de los nombramientos, ni de las decisiones prácticas tomadas por una sola autoridad.

7. Es necesario crear una instancia jurídica independiente en la que las personas que se sienten víctimas de injusticia puedan recurrir. En la actualidad, un laico no tiene defensa frente al clero o a los religiosos; las religiosas no tienen defensa frente al clero; los sacerdotes no tienen defensa frente al obispo; y los obispos no tienen defensa frente al Papa.

El principio básico es que el poder está en todos los cristianos aunque en grados distintos y que la estructura debe reconocer esta situación.

El segundo principio es que ninguna persona humana representa sencillamente el poder de Dios y por lo tanto puede ser corregido en todo lo que no es poder de Dios, sino afirmación de sí mismo. Para eso debe haber una corrección fraterna que debe ser pública.

El poder de Dios crea, construye, edifica, aumenta, confiere más libertad.. Todos los poderes eclesiásticos que no actúan en ese sentido, no son poder de Dios y deben ser contenidos, limitados, corregidos estructuralmente. Las estructuras deben sacar las oportunidades de abusos de poder. Pues, en la Iglesia hay abusos de poder como en cualquier sociedad, y para disminuirlos es necesario que haya normas que equilibran los poderes de todos.




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