lunes, 6 de junio de 2011

S. GALILEA y A. PAOLI SOBRE EL EVANGELIO DEL DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Renovados
en el Espíritu Santo
Hemos constatado tantas veces cómo hay cristianos de práctica, fieles a ciertas leyes, que no tienen el Espíritu del Evangelio. Están inscritos en la religión cristiana, pero no tienen el espíritu cristiano. Tener el Espíritu Santo, participar del Espíritu Santo, quiere decir una cosa muy simple: ser cristiano de espíritu y no de forma. No es una complicación más, es. más bien llegar al centro del problema: se nos propone ser cristianos no de forma o de palabra, sino de vida. A esto no podemos llegar de una vez, es un camino lento, y todos estamos sujetos a caídas hacia atrás, a períodos de cansancio. 

Los Apóstoles habían recibido toda la enseñanza del Maes­tro, lo tenían todo en la cabeza, sabían el interés que el Maestro tenía en hacer conocer la Buena Nueva; pero después de su muerte, por miedo o porque no sabían bien qué hacer, uno tiene la impresión que habían caído en cierto desinterés. Parece que todo había caído en el vacío. Cuan­do viene el Espíritu Santo, impetuosamente, las palabras se hacen de fuego, y los doce se sienten como transtornados, atravesados por una fuerza desconocida que los arrastra al tráfago, arriesgando la vida.
La acción del Espíritu Santo en nosotros nos hace semejan tes a Jesús, como dos hermanos o dos gemelos que se parecen. Semejantes no porque seamos físicamente como Jesús; la semejanza consiste en pensar como El, en sentir como El, en mirar el mundo y los hombres como El.
¿Después de haber recibido al Espíritu Santo pensaban todos igual? Ciertamente no, y lo mismo sucede hoy con los miembros de la Iglesia. Pero por el Espíritu podemos amarnos y sentirnos unidos, sin pensar lo mismo. Es una gran riqueza en la Iglesia que no pensemos todos lo mismo, y que podamos debatir libremente nuestros puntos de vista. (Puebla 244).
Esa es la crítica creadora, que falta bastante en la Iglesia. No dándose esta crítica constructiva, se da necesariamente maledicencia. La maledicen­cia es la degradación de la crítica, la crítica acida. Y si en una Comunidad cristiana no hay lugar para la crítica, es inevitable que se dé la maledicen­cia. Y se confunde entre crítica y maledicencia. Y esta confusión hace prácticamente imposible que puedan convivir en la Iglesia personas que no piensan exactamente de la misma manera.
Esto puede parecer un poco pesimista, pero es un dato de experiencia en las Comunidades cristianas, que tienen éxito cuando la gente puede expresar libremente su parecer, sin miedo. Esto también es obra del Espíritu Santo, que anima las comunidades de Iglesia. (Puebla 206, 207).
El peligro de estas comunidades es el sentirse demasiado bien entre ellos mismos, e irse cerrando inconscientemente. El Espíritu Santo empujó a los Apóstoles hacia afuera, como el viento empuja las hojas. La preocu­pación de toda comunidad de Iglesia es anunciar el Evangelio, tal vez no de la misma manera como se hacía años atrás, pero la preocupación es siempre la misma: qué hemos hecho con el Evangelio. (Puebla 362, 363).
Debemos sentir profundamente la oración que se dirige al Espíritu en la misa de hoy, y debemos meditarla a menudo. Hagámosla nuestra ora­ción: "Ven, padre de los pobres. Ven, dador de los dones. Ven, luz de los corazones. Dobla lo que es rígido. Calienta lo que es frío. Endereza lo que está desviado".

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