Jesús Martínez
Gordo

Es
probable que los promotores, al haber fijado una puja inicial de un millón de
dólares, hayan querido resaltar que la razón de ser de semejante cantidad radica
en su contenido, supuestamente rupturista, con otras declaraciones en las que
el genio de la física moderna se refería a “esa fuerza que está más allá de lo
que podemos comprender” o en las que sostenía que “Dios no juega a los dados”. Sin
embargo, creo que es una temeridad o, en todo caso, una falta de rigor, interpretar
que, con dicha carta, se evidencia la adscripción atea de A. Einstein. Y lo es
porque no se tiene debidamente presente la diferencia que existe entre
reconocerse deísta (Dios se transparenta en el cosmos como Inteligencia), teísta
(concebir a Dios como Persona) y ateo (Ni lo uno ni lo otro. Solo hay azar y
materia).
Esa
trascendental diferencia volvió al primer plano de la actualidad el año 2004,
fecha en la que Antony Flew (el patriarca del ateísmo de raíz
científico-empírica durante el siglo XX) comunicó, en un simposio celebrado en la New York
University, que aceptaba la existencia de Dios por coherencia con la máxima que
había presidido su ateísmo militante: “sigue la argumentación racional hasta
donde quiera que te lleve”.
Su paso a la creencia no tenía
nada que ver con la fe, con las iglesias o con las confesiones religiosas sino
con el reconocimiento de que la explicación creyente era mucho más firme
racionalmente que el ateísmo que había liderado hasta entonces. Yo, sostuvo, no
sé nada sobre la interacción de los cuerpos físicos en dos partículas
subatómicas. Pero estoy interesado en saber, prosiguió, cómo es posible que puedan
existir esas partículas o cualquier otra realidad física e, incluso, la misma
vida. Movido por este interés, busco alcanzar una explicación racional a partir
de las evidencias o pruebas a las que está llegando la ciencia. Obviamente, continuó,
las explicaciones posibles son muchas y diferentes. Todos sabemos que la
superioridad de unas sobre otras se juega en su mayor o menor consistencia
racional, más allá de que se sea educador, marinero, ingeniero, filósofo, abogado
o científico. Tener una u otra profesión no proporciona ninguna ventaja
especial cuando se busca una explicación racional a partir de los
descubrimientos alcanzados, de la misma manera que ser una estrella de fútbol no
suministra ninguna clarividencia adicional cuando hay que valorar las ventajas
profilácticas de cierta pasta dentífrica.