jueves, 18 de septiembre de 2014

Divorciados casados

Sínodo de Obispos en ROMA


Divorciados casados:
progresistas y conservadores calientan motores ante el Sínodo sobre la familia



Ingrid Colanicchia
37776 ROMA-ADISTA



 Se acerca el Sínodo extraordinario sobre la familia (abrirá sus puertas el próximo 5 de octubre) y en el vértice de la Iglesia se afilan los argumentos. En particular, sobre la readmisión de los divorciados casados a los sacramentos. Los cardenales, los obispos y los teólogos no se están reservando en absoluto. A los primeros espadas de las dos escuelas de pensamiento (el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Gerhard Ludwig Müller, claramente contrario a la apertura; y el cardenal Walter Kasper, posibilista) se han ido añadiendo, poco a poco, sobre todo, en estas últimas semanas, muchas personas, obispos o no, que han dado a conocer -negro sobre blanco- tanto en libros como en artículos, sus argumentos y esperanzas.


Están los que dice que no...

Con un despliegue mediático extraordinario, la editorial católica estadounidense Ignatius Press publicará, el próximo 7 de octubre, un libro dirigido por el agustino Robert Dorado (con el título “Remaining in the Truth of Christ: Marriage and Communion in the Catholic Church”) en el que agrupa las respuestas de cinco cardenales y cuatro expertos sobre la “propuesta Kasper” de armonizar fidelidad y misericordia en la práctica pastoral con los divorciados casados.


Los nombres de los cinco cardenales no sorprenden particularmente, habida cuenta de las declaraciones que han venido realizando en los meses pasados: al cardenal Müller se suman Walter Brandmüller, presidente emérito del Pontificio Comité de Ciencias Históricas;  Raymond Leo Burke, prefecto de la Signatura Apostólica;  Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia; y Velasio de Paolis, presidente emérito de la Prefectura de los Asuntos Económicos. A estos cinco personajes de peso (Müller, Burke y Caffarra estarán presentes en el Sínodo, del que en estos días se ha hecho pública la lista de sus participantes) hay que sumar el director de esta publicación, Dorado, además de John Rist, Paul Mankowski y el arzobispo Cyril Vasil.

El frente capitaneado por el cardenal Müller (que también ha publicado un libro-entrevista, en el que defiende sus tesis, con el título “La esperanza de la familia”, prologado por el cardenal Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo emérito de Pamplona, también invitado a participar en el Sínodo) parece de momento el más nutrido.

Al texto publicado por Ignatius Press, hay que sumar el editado en agosto por la revista teológica “Nova et vetera” (en la actualidad dirigida por el cardenal Georges Cottier) con la firma de ocho teólogos estadounidenses:  siete dominicos, de los cuales, seis son profesores en la Pontificia Facultad de la Inmaculada Concepción de Washington (se trata de los padres John Corbett, Andrew Hofer, Dominic Langevin, Dominic Ley, Thomas Petri y Thomas Joseph White) y uno, el padre Paul J. Keller, docente en el ateneo de Ohio (centro para la formación eclesial esponsorizado por la archidiócesis de Cincinnati); y un laico, Kurt Martens, docente de Derecho canónico en la “Catholic University of América”, Washington.

Los ocho parten en cuarta velocidad afirmando que “un matrimonio rato y consumado entre dos bautizados no puede ser desatado por ningún poder humano, incluido el que le corresponde al Romano Pontífice como vicario”.

En resumen, para los ocho teólogos “el corazón de las recientes propuestas se fundamenta en una desconfianza sobre la castidad”: “la eliminación de la obligación de la castidad para los divorciados constituye la principal innovación de las propuestas, puesto que la Iglesia ya les permite a los divorciados casados, que por un motivo grave (el cuidado de los hijos), siguen viviendo juntos, comulgar en caso de que acepten vivir como hermano y hermana y si no hay peligro de escándalo”.

El núcleo de la propuesta que se debate, continúan, “es que tal castidad es imposible para los divorciados. Semejante propuesta, ¿no evidencia, quizá, una velada desesperanza sobre el poder de la gracia para derrotar el pecado y el vicio?” “Cristo enseña que la castidad es posible, hasta en los casos más difíciles, ya que la gracia de Dios es más potente que el pecado. La pastoral con los divorciados –concluyen- debería estar fundada en tal promesa”.

Se descarta la tesis de que el Primer Concilio de Nicea (325) hubiera decretado la admisión de los divorciados casados a la comunión (tesis defendida, para entendernos, por el también teólogo Giovanni Cereti) y se la cataloga como una “lectura equivocada del Concilio” que “falsea las controversias sobre el matrimonio en los siglos II y III”. Lo mismo sucede con la propuesta de fijarse en la regla que mantienen al respecto las Iglesias orientales que, según los ocho, “se aleja de la tradición, totalmente evidente, de la Iglesia primitiva, tanto oriental como occidental”.

Por tanto, es su conclusión, “las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio, sobre la sexualidad y sobre la virtud de la castidad derivan de Cristo y de los apóstoles;  por eso, son perennes”.

El arzobispo de Nueva York, el cardenal Timothy Dolan (igualmente miembro del Sínodo) es de la misma opinión. En una larga entrevista a “Crux” (el nuevo proyecto de información religiosa del “Boston Globe”), ha declarado no ver cómo pueda haber un cambio sustancial “sin ir contra la enseñanza de la Iglesia”: “Lo que espero que el Sínodo haga -ha declarado- es que fije el cuadro completo, tratando de comprender cuáles son las calles que hay que transitar para reconducir a las personas a la belleza y a la aventura de un matrimonio presidido por el amor y la fidelidad”.

... y están quienes, en cambio, esperan

Entre tanto, el cardenal Kasper ha vuelto sobre el problema en la asamblea diocesana de Asís, 4-5 de septiembre, donde ha tenido una conferencia sobre el tema “La Iglesia-familia y el Evangelio de la familia” en el curso de la que ha hecho una breve referencia a la propuesta que planteó en la presentación del Consistorio. “En lo que a mí atañe, ha dicho Kasper, no trataba de dar una respuesta conclusiva, sino de suscitar preguntas”. Sin embargo, hay otras personas -ha continuado- que creen ser las depositarias de la verdad, que se consideran capaces de dar la respuesta y así cerrar el debate anticipadamente”.

Kasper confirma la indisolubilidad del vínculo matrimonial, afirmando que “no es posible un segundo matrimonio eclesial mientras viva la pareja del primero”.

Su pregunta es otra: “¿es posible una comparación con el cambio que se produjo en el Vaticano II?” “El Concilio ha afirmado claramente que la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Cristo, sin dejar de añadir, por ello, que más allá de los límites institucionales de la Iglesia católica no hay un vacío eclesial sino, más bien, elementos del eclesialidad, elementos que para los miembros de estas comunidades desempeñan una función salvadora.

Por eso, me pregunto: ¿no es posible también constatar un cambio parecido en la pequeña Iglesia, en la Iglesia doméstica? ¿No hay quizás elementos del sacramento del matrimonio también en la boda civil cuando se vive de manera de cristiana?” “Nos podemos preguntar: ¿cómo es posible que la Iglesia acoja el valor de esos elementos?” “Es posible tomar en consideración el aspecto escatológico de esta cuestión, el hecho que un cristiano puede fracasar”. “Si un ‘naufragio’ semejante se produce -ha continuado- Dios no nos ofrece un segundo barco cómodo, sino una balsa para sobrevivir, es decir, el sacramento de la penitencia. Para la misericordia de Dios es impensable dejar caer a una persona en un pozo sin ninguna salida. Si la persona se arrepiente, Dios le da una nueva oportunidad”; “no un segundo matrimonio, sino un flotador para sobrevivir al naufragio”. “Y si Dios es misericordioso, ¿puede separarse la Iglesia de la misericordia de Dios cuando celebra la eucaristía, mostrando un rostro frío, y cerrando las puertas sacramentales? Dejo la pregunta en suspenso”, ha concluido el cardenal Kasper. “Videant consules, que lo decidan los cónsules, es decir, el Sínodo junto con el papa”.

Posibilista es también el obispo de Amberes, en Bélgica, monseñor Johan Bonny (en el pasado, colaborador del cardenal Kasper en el Pontificio Consejo para la Promoción de la unidad de los cristianos) que ha dado a conocer una larga reflexión en vísperas del Sínodo. Bonny destaca los factores que, en su opinión, han contribuido a la creciente distancia entre la enseñanza moral de la Iglesia sobre el matrimonio, la sexualidad y la familia y la visión de los creyentes.

Ante todo, se encuentra la “manera como esta materia fue sustraída, después del Vaticano II, en gran parte, a la colegialidad de los obispos y vinculada casi exclusivamente a la primacía del obispo de Roma”, a partir de la “Humanae Vitae”, cuando Pablo VI abandonó “la búsqueda colegial de un consenso lo más amplio posible”. Está pendiente, prosigue el obispo de Amberes, que la conciencia eclesial pueda ser tenida en cuenta por el Sínodo, esperando que se la devuelva “su sitio legítimo en la enseñanza de la Iglesia”.

Además, hay que tener presente que desde la “Humanae Vitae” y la “Familiaris Consortio” la doctrina se “ha encontrado atada casi exclusivamente a una determinada escuela de teología moral”: el próximo Sínodo, según monseñor Bonny, “sería una contribución muy limitada a la evangelización del matrimonio y de la familia si no restableciera ante todo el diálogo con la amplia tradición de teología moral de la Iglesia”.

En cuanto a los divorciados casados, el obispo apela a la “tradición jurídica del Oriente cristiano, y a la posibilidad de un reglamento excepcional en nombre de la misericordia”: “Incluso sobre este punto, escribe, espero con esperanza el próximo Sínodo”.

“Si hoy muchos advierten alguna carencia en la Iglesia –continúa Bonny- ésta es la de no ser semejante a Jesús el Cristo”: teniendo en cuenta todo esto, concluye, “la Iglesia tendrá que abandonar, precisamente en este asunto”, que es el más presente en el corazón de los fieles, “aquel en el que se vive la felicidad más grande o el sufrimiento más grande”, “su actitud harto defensiva o antitética y buscar de nuevo la vía del diálogo. Tiene que encontrar el ánimo requerido para caminar, una vez más, de la “vida” a la “doctrina”. En esta andadura la Iglesia no tiene nada que perder. Sólo dialogando con el mundo puede descubrir dónde está actuando Dios hoy y dónde se encuentran actualmente los desafíos para la Iglesia y para el mundo”.

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