CIGÜEÑA CAZADA

¡

¡Mira tú que no hay día que la cigüeña no se pose! ¿Qué no hay torre? ¡A una espadaña! Por otra parte es muy fácil, es ir a casa en que no hay bomberos, ni fumigadores, ni tiradores. No es por lo valiente, por lo que las cigüeñas se distingan... Pero tienen muchos protectores. Y su población crece, crece... No ha necesitado 24 horas. Ya  crotora por Bilbao la cigüeña. Está publicado que no lleva mi voto Unzueta. Lo cual ni niega mi amistad ni impide mi indignación por el reiterado embiste-embuste, que no por ello se agotará ni descansará.

           

Las cigüeñas son  parábolas de sí mismas: bellas en los campos; molestas junto al hogar; pesadas cuando con el cambio climático prolongan su estancia. De torre en torre  –insistentemente la misma, sin cambio, torre-  construyen arquitectura de palos, almacenan harapos recogidos, en ocasiones hurtados…, y crotoran, crotoran empecinadas aburriendo al silencio.

            Pero de torre en torre, y siempre sobre ellas, bajo ellas ¿qué dejan? Mera mierda y huevos prolongadores de su crotorar y nuevo excremento.

            Crotoran algunas en lenguaje inteligible por los humanos. Pero carecen de mirada de lince, por lo que no distinguen la púrpura del harapo. Su cabecita pequeña, por otra parte, no da para suficiente seso, lo que les lleva a confundir en ocasiones ocurrencia con brillantez, ansia con verdad y mentira con dogma.

            Hace no mucho, la misma cigüeña, entre otros varios, intentó otro vuelo. Pero...

            ... Nunca vi ninguna cigüeña sobre el Vaticano. ¿Será porque es cúpula, no torre, la que se eleva sobre San Pedro?. Pero lo ansía. Y lo diseña todo bello, eso sí a su antojo. Y le atribuye lo que no es, como el inventado palo último a José Antonio. Y disculpa la no certificación de sus afirmaciones por el razonable diplomático y religioso silencio necesario de los curiales. ¡Que lo desmientan los interesados!, lanza como reto…

            Pues mire, señora cigüeña, cigüeña que no llega a,  pero ansía los entresijos vaticanos, ¡ya lo desmintieron! Pero yo, que no puedo incidir en su actitud ética, ¿cómo podría lograrlo en su heurística?

            Ni lo intentaré.

            Txelis