miércoles, 9 de febrero de 2011

MÁS DE 140 TEÓLOGAS Y TEÓLOGOS ALEMANES, AUSTRÍACOS Y SUIZOS PIDEN CAMBIO

LA IGLESIA EN 2011: UN RESURGIMIENTO NECESARIO”

MEMORANDUM DE PROFESORES Y PROFESORAS DE TEOLOGÍA ACERCA DE LA CRISIS DE LA IGLESIA CATÓLICA

Teólogos católicos piden el fin del calibato            Ha pasado un buen año desde que se hicieron públicos casos de abusos sexuales de niños y jóvenes por presbíteros y religiosos en el Colegio Canisius de Berlín. Ha seguido un año en el que la Iglesia católica en Alemania se ha precipitado en una crisis sin precedentes. La imagen que hoy se muestra es ambivalente. Mucho se ha iniciado para hacer justicia a las víctimas, acabar con la injusticia y descubrir las causas del abuso, el silencio y la doble moral en las propias filas. En muchos cristianos y cristianas responsables con o sin encomienda ministerial después de la indignación inicial ha surgido la convicción de que se necesitan reformas que lleguen muy a lo profundo. El llamamiento a un diálogo abierto sobre las estructuras de poder y de comunicación, sobre la configuración del ministerio eclesial y la participación de los creyentes en la responsabilidad, sobre la moral y la sexualidad ha despertado expectativas, pero también temores: ¿se juega la oportunidad quizá última de una salida del entumecimiento y la resignación porque dejamos pasar o minimizamos la crisis? La incomodidad de un diálogo abierto sin tabúes desazona a todos, tanto más cuando que está próxima una visita del papa. Pero ahora menos que nunca puede existir la alternativa de la paz de los sepulcros porque las últimas esperanzas se destruyeron.


            La profunda crisis de nuestra Iglesia exige responder también a aquellos problemas que a primera vista no tienen nada que ver directamente con el escándalo de los abusos y su encubrimiento durante décadas. Como profesoras y profesores de teología no debemos callar por más tiempo. Nos vemos en la responsabilidad de colaborar a un auténtico nuevo comienzo: 2011 debe ser un año de resurgimiento para la Iglesia. El año pasado han dejado la Iglesia católica tantos cristianos como nunca antes; han dejado de seguir a los guías eclesiales o han privatizado su vida de fe para protegerla de la institución. La Iglesia debe comprender esos signos y despojarse a sí misma de estructuras anquilosadas para recuperar nueva fuerza vital y credibilidad.

            La renovación de las estructuras eclesiales no se consigue con una miedosa protección de la sociedad, sino únicamente con la valentía para la autocrítica y la aceptación de impulsos críticos, también de fuera. Esto pertenece a las lecciones del último año: la crisis de los abusos no hubiera sido tratada tan decididamente sin el acompañamiento crítico de la opinión pública. La Iglesia solo puede recuperar la confianza por medio de la comunicación abierta. Solo cuando la imagen propia y la ajena de la Iglesia no están distantes, será ella creíble. Nos dirigimos a todos los que todavía no han renunciado a esperar un nuevo comienzo en la Iglesia y a apostar por él. Recurrimos a señales de avance y de diálogo que han dado algunos obispos durante los últimos meses en discursos, predicaciones y entrevistas.

            La Iglesia no es un fin en sí misma. Tiene la misión de anunciar a todos los seres humanos el Dios liberador y amoroso de Jesucristo. Solo lo puede hacer si ella misma es espacio y  testigo creíble del mensaje de libertad del evangelio. Su hablar y su actuar, sus reglas y estructuras, todo su trato con las personas dentro y fuera de la Iglesia están bajo la reivindicación de reconocer e impulsar la libertad de las personas como criaturas de Dios. Respeto incondicional ante toda persona humana, estima de la libertad de conciencia, apuesta por el derecho y la justicia, solidaridad con los pobres y oprimidos: esos son criterios teológicamente fundamentales que nacen del compromiso de la Iglesia con el evangelio. En ellos se hace concreto el amor a Dios y al prójimo.

            La orientación en el mensaje bíblico de libertad incluye una relación diferenciada con la sociedad moderna: en muchos aspectos esta le lleva ventaja a la Iglesia cuando se trata del reconocimiento de la libertad, mayoría de edad y responsabilidad de los individuos; de ella puede aprender la Iglesia, como ya lo subrayó el Concilio Vaticano II. Desde otra perspectiva es indispensable la crítica a esta sociedad desde el espíritu del evangelio, por ejemplo, cuando se juzga a las personas solamente por su rendimiento, cuando se tira bajo las ruedas la solidaridad mutua o la dignidad de la persona es menospreciada.

            En todo caso sigue siendo válido que el mensaje de libertad del evangelio conforma la medida de una Iglesia creíble, de su actuación y de su figura social. Las exigencias concretas a las que debe ajustarse la Iglesia de ningún modo son nuevas. A pesar de ello apenas se dejan percibir reformas que señalen al futuro. El diálogo abierto sobre ellas debe llevarse adelante en los siguientes campos de actuación.

1.     Estructuras de participación. En todos los campos de la vida eclesial la participación de los creyentes es una piedra de toque de la credibilidad del mensaje de libertad del evangelio. De acuerdo con el antiguo principio “Lo que a todos concierne, debe ser decidido por todos” son necesarias más estructuras sinodales en todos los niveles de la Iglesia. Los creyentes han de participar en el nombramiento de los más importantes sujetos del ministerio (obispo, párroco). Lo que puede decidirse en cada lugar, allí debe ser decidido. Las decisiones deben ser transparentes.
2.     Comunidad. Las comunidades cristianas deben ser lugares en los que las personas  compartan entre sí los bienes espirituales y materiales. Pero en el presente la vida comunitaria se erosiona. Bajo la presión de la falta de presbíteros se construyen unidades administrativas cada vez mayores (parroquias de talla XXL), en las que ya apenas se pueden experimentar la cercanía y la pertenencia. Se abandonan las identidades históricas y las redes sociales que existían. Los presbíteros “se queman” y arden hasta extinguirse. Los creyentes se distancian cuando no se les cree capaces de asumir responsabilidades y de tomar parte en estructuras democráticas en la dirección de su comunidad. El ministerio eclesial debe servir a la vida de las comunidades, no al revés. La Iglesia necesita también presbíteros casados y mujeres en el ministerio eclesial.
3.     Cultura jurídica. El reconocimiento de la dignidad y de la libertad de toda persona se muestra precisamente cuando los conflictos se dirimen correctamente y con respeto mutuo. El derecho eclesiástico solo merece ese nombre cuando los creyentes pueden hacer valer fácticamente sus derechos. Deben mejorarse urgentemente en la Iglesia la defensa del derecho y la cultura jurídica; un primer paso para ello es la organización de la jurisdicción administrativa eclesiástica.
4.     Libertad de conciencia. El respeto de la conciencia individual significa confiar en la capacidad de decisión y de responsabilidad de la persona. Es también tarea de la Iglesia apoyar esa capacidad; ahora bien, ello no debe convertirse en una tutela. Tomar esto en serio concierne particularmente al dominio de las decisiones vitales personales y formas individuales de vida. El alto aprecio eclesial del matrimonio y de la forma de vida célibe está fuera de cuestión. Pero esto no exige excluir a personas que viven responsablemente el amor, la fidelidad y el cuidado mutuo en una relación de pareja con igualdad de sexos o como divorciados vueltos a casar.
5.     Reconciliación. La solidaridad con los “pecadores” presupone tomar en serio al pecado en las propias filas. El rigorismo moral autojustificativo no conviene a la Iglesia. La Iglesia no puede predicar la reconciliación con Dios sin crear ella misma en su propia actuación el presupuesto para la reconciliación con aquellos para con los que se ha hecho culpable: por la violencia, por la retención del derecho, por la perversión del mensaje bíblico de libertad en una moral rigurosa sin misericordia.
6.     Culto. La liturgia vive de la participación activa de todos los creyentes. En ella deben tener un lugar las experiencias y las formas de expresión del presente. El culto no ha de entumecerse en tradicionalismo. La diversidad cultural enriquece la vida litúrgica y no es compatible con tendencias a la unificación centralista. Solo cuando la celebración de la fe asume las situaciones concretas, el mensaje eclesial alcanza a las personas.

El proceso de diálogo eclesial iniciado puede llevar a una liberación y  a un resurgimiento si todos los interesados están dispuestos a arremeter con las cuestiones apremiantes. Se trata de buscar en un intercambio libre y correcto de argumentos las soluciones que saquen a la Iglesia de esa ocupación en sí misma que la paraliza. ¡No debe seguir ninguna calma a la tormenta del último año! En la situación actual ello podría ser solo la paz de los sepulcros. El miedo nunca fue un buen consejero en tiempos de crisis. El evangelio exhorta a cristianos y cristianas a mirar al futuro con valor y a caminar sobre el agua como Pedro, apoyados en la palabra de Jesús: “¿Por qué tenéis tanto miedo? ¿Tan pequeña es vuestra fe?”
(Agradecemos a Jokin Perea la traducción del original alemán, que puede verse en www.memorandum-freiheit.de )

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