sábado, 3 de octubre de 2015

Bittor Garaygordobil: cien años de entrega y libertad

Bittor Garaigordobil
Por Jesús Martínez Gordo



El próximo 17 de octubre cumple cien años Bittor Garaygordobil (Abadiano, Bizkaia), uno de los poquísimos obispos vivos que participaron en el Concilio Vaticano II y un impulsor de la teología de la liberación latinoamericana.

Ordenado sacerdote en 1943, es destinado a la parroquia de San Pedro de Deusto (Bilbao) de donde pasa a ser formador del seminario de Vitoria para partir, poco después (1948), a Ecuador formando parte del primer equipo de ocho misioneros que se encuentra en el origen de las misiones diocesanas vascas. 
L. Proaño

Una vez ordenado obispo (1964), preside la Diócesis de Babahoyo, participa en el Concilio Vaticano II y, asociado, con otros prelados latinoamericanos (Monseñor Leónidas Proaño, al frente), promueve su aplicación e impulsa lo que poco después será tipificado como teología de la liberación. Son iniciativas que no gustan al gobierno ecuatoriano ni a la administración estadounidense que lo asesora. Como consecuencia de ello se produce la detención de dieciséis obispos (Riobamba, 1976) y la amenaza, en el caso, de Bittor, de expulsión del país, algo que finalmente se logra parar.

En 1982 entiende que ya no se necesita su servicio y presenta, después de 34 años en Ecuador, la dimisión a Juan Pablo II. Regresa a Bizkaia y se incorpora al equipo del Santuario de Urkiola donde reside en la actualidad. A lo largo de estos años “jubilares” ha sido invitado a intervenir en diferentes foros.


En una de estas ocasiones (Escuela de Magisterio de la Diócesis de Bilbao, curso 1983-84) tuve la suerte de escucharle hablar sobre la relación entre economía y seguimiento de Jesús. Lo hizo llamando la atención sobre la corresponsabilidad de los allí presentes en el apuntalamiento de un sistema financiero radicalmente injusto y violento, es decir, recordando, que también éramos corresponsables de la explotación y del sometimiento —aunque fuera de manera inconsciente y casi colateral— de los pobres y de la persistencia de su miseria y sufrimiento.

La liberación, sostuvo ante nuestros atónitos oídos, no es una tarea que concierna única y exclusivamente a los pobres. Lo es, por supuesto, de ellos. Pero lo es, sobre todo, de quienes controlan el mundo de la economía y de las finanzas y también de quienes disponemos, por ejemplo, de unos ahorros y formamos (o aspiramos a integrar) una satisfecha clase media.

¿A quién de los presentes, preguntó, le preocupa saber en qué actividades “lucrativas” o “rentables” están colocados sus ahorros, sean pocos o muchos? Más aún, ¿quién conoce que los intereses que está cobrando por el dinero depositado en el banco o en la caja de ahorros es muy probable que tengan enormes dificultades para ser calificados como limpios porque no han servido para financiar, por ejemplo, el negocio de las armas o porque no han resultado de explotar a las personas o de haber maltratado la naturaleza y de otras tantas y tantas barbaridades que —amparadas en el sacrosanto dogma de la rentabilidad y en nuestra inconsciencia— se prefieren ignorar?


La teología de la liberación —vino a decir— no era tanto un problema urgido por la superación de unas complicadas relaciones con la Congregación para la Doctrina de la Fe o una acerada crítica a la concepción jerárquica de la Iglesia o el fruto envenenado de una entrega tan supuesta como ingenua a la ideología marxista cuanto una propuesta que tocaba directamente el modo de vida de todos y de cada uno de los allí presentes. ¡Mira tú por dónde! tenía mucho que ver (¡y de qué manera!) con nuestro bolsillo y con la manera de administrar los pocos o muchos dineros de que disponíamos (¡quien los tuviera, por supuesto!).

Bittor no sólo reivindicaba una inusual manera de hacer teología (porque vinculaba economía y seguimiento de Jesús a partir de los crucificados de este mundo), sino que, además, recuperaba la dimensión aguijoneante (profética) que brota de la asociación de Dios con los parias de todos los tiempos y lugares. Evidentemente, la teología de la liberación era denuncia del capitalismo salvaje y de cualquier proclividad autoritaria. Pero también una renovada y, a la vez, tradicional forma de seguir a Jesús que tenía que ver (y mucho) con la administración de los ahorros y con nuestra búsqueda —interesadamente “ciega”— de beneficios.

Luego, más tarde, nos pudimos percatar de que era una consideración en la que se incubaba lo que, finalizando el siglo, cuajaría (primero en Italia y luego entre nosotros) en la llamada banca ética.

En el País Vasco (como en tantos otros lugares del mundo) hay muchas personas que son un ejemplo vivo de sabiduría, gracias, precisamente, a sus muchos años bien llevados. Bittor es, a sus cien, una de ellas. Y lo es por su presencia solidaria en algunas de las mil batallas que han marcado para bien los últimos decenios de la Iglesia y de nuestro mundo. Y también por su libertad para reconsiderar posicionamientos considerados frecuentemente intocables y que, una vez, repensados, han sido fuente de una grata y liberadora novedad.

1 comentario:

  1. Admirable.
    Que podamos decir también "admirado".
    Lo segundo no es una cuestión ni de "recepción ideológica" ni de manoseo de palabras. DE GESTOS. Lo que tanto nos gusta del Papa Francisco.
    Coincidamos en uno que pueda ser motor de otros: reunámonos con él en el día previsto, 17 próximo. ¡Que nos falten campas para acompañarle!

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