martes, 9 de diciembre de 2025

No seáis como los hipócritas

Carta de un cató­lico perio­dista sobre el uso del Semi­na­rio Dio­ce­sano de Alme­ría, un cole­gio cató­lico de pres­ti­gio

Fuente:   pressreader.com

Por   Juan Anto­nio Cor­tés

27/10/2025

 

Diga­mos que hay un cole­gio cató­lico de pres­ti­gio: el Dio­ce­sano. Que hay un grupo de padres que ame­na­zan con dar de baja a sus hijos por­que están en desa­cuerdo con la deci­sión del Obis­pado de con­ver­tir el Semi­na­rio en un lugar de for­ma­ción para inmi­gran­tes. Que no son mayo­ría. Que alguien ha col­gado un car­tel en la fachada con la pre­gunta: “¿Y para los espa­ño­les?”. Que han comen­zado a reco­ger fir­mas en el barrio con la idea sub­prep­ti­cia de exten­der una man­cha de racismo, cla­sismo y eli­tismo. Que un grupo polí­tico, VOX, urge a la Igle­sia a dar “mar­cha atrás”. Que este par­tido ase­gura tener raí­ces cris­tia­nas.

Diga­mos que hay un obispo, Anto­nio Gómez Can­tero, que se ha tomado en serio el men­saje de Cristo. Que, a los pocos días de ate­rri­zar en Alme­ría, se calzó unos vaque­ros negros y, de incóg­nito, sin boato ni flas­hes, se plantó en un des­cam­pado de cha­bo­las de inmi­gran­tes por­que allí están los “sama­ri­ta­nos”. Que, con deter­mi­na­ción, ha puesto el foco en los últi­mos de Alme­ría: los inmi­gran­tes. Que no va a ceder ante las pre­sio­nes polí­ti­cas y socia­les. Que “está haciendo lo que tiene que hacer”. Y punto.

Diga­mos que Cristo lo tiene muy claro: “Por­que tuve ham­bre y me dis­teis de comer, tuve sed y me dis­teis de beber; fui foras­tero y me hos­pe­das­teis, estuve des­nudo y me ves­tis­teis, enfermo y me visi­tas­teis, en la cár­cel y vinis­teis a verme”. Que en la pará­bola del buen sama­ri­tano, como bien refleja Lucas, Jesús abre su pro­puesta de sal­va­ción al extran­jero. Que su pri­mer anun­cio es a una mujer de Sama­ria olvi­dada, esco­rada, des­pre­ciada, humi­llada. Que sus comen­sa­les en Gali­lea y Jeru­sa­lén eran peca­do­res, publi­ca­nos, pros­ti­tu­tas. Que dio voz a la mujer cuando nadie le hacía caso. Que curó al leproso que vivía extra­mu­ros. Que estuvo con el otro. Y el otro es aquel que, muchas veces, vaya que sí, no nos gusta un pelo.

Diga­mos que los mar­gi­na­dos son el cen­tro del Reino de Dios. Que la gran misión de Cristo y, por exten­sión, de todos los cris­tia­nos es anun­ciar una Buena Nueva: la sal­va­ción de las muje­res y hom­bres. “Todos, todos, todos”. Que, en ese trán­sito, hay una con­signa: estar con los últi­mos. Que los últi­mos eran los cie­gos, las per­so­nas con dis­ca­pa­ci­dad, los men­di­gos, los lepro­sos, la sama­ri­tana, los extran­je­ros, los cau­ti­vos. Que los últi­mos son hoy los que duer­men en la calle, los enfer­mos, los inmi­gran­tes, las muje­res que sufren vio­len­cia, los no naci­dos, los mayo­res aban­do­na­dos a su suerte, los que sufren la sole­dad, los para­dos, ­los padres que han per­dido un hijo. Que Jesús está con los des­gra­cia­dos por­que son los enfer­mos, y no los sanos, los que nece­si­tan cura. Que su pro­puesta es trans­for­ma­dora: libera, sana, cons­truye. Que es dis­rup­tiva, inclu­siva, revo­lu­cio­na­ria.

Diga­mos que hay un cura que se llama Juan Anto­nio Plaza, dele­gado epis­co­pal de Cári­tas. Y que ese cura no se calla: “Lo que les preo­cupa no son los semi­na­ris­tas; les preo­cupa y dis­gusta que quie­nes van a usar el semi­na­rio sean vul­ne­ra­bles, pobres que pue­den tener un color de piel dis­tinto, un olor dife­rente al nues­tro y que no son espa­ño­les”. Que ha lan­zado unas cuan­tas pre­gun­tas a aque­llos que, ase­gu­rando ser cris­tia­nos, han cons­truido una reli­gión a medida: “¿Saben uste­des quie­nes son, mayo­ri­ta­ria­mente, los que cose­chan los fru­tos que con­su­mi­mos? ¿Por casua­li­dad han mirado quié­nes están tra­ba­jando en las obras a pleno sol? ¿Tie­nen uste­des per­so­nas mayo­res o impe­di­das? ¿Quié­nes los cui­dan? ¿Coti­zan por ellos?”

Diga­mos que la Igle­sia y Cári­tas no se que­dan ahí. Que ha nacido una casa en la calle Alcalde Muñoz para las per­so­nas sin hogar. Que allí se reú­nen unos cuan­tos volun­ta­rios y el escaso per­so­nal de Cári­tas para aten­der a gen­tes varias que duer­men y mue­ren en los por­ta­les por dro­go­de­pen­den­cias, alcoho­lismo, un divor­cio trau­má­tico, una salud men­tal res­que­bra­jada, un viaje a nin­guna parte, el ais­la­miento social. Que allí pue­den tomarse un Cola­cao y pegarse una ducha, cam­biarse de ropa. Que allí hay oídos que escu­chan. Que siem­pre hay alguien que les son­ríe. Que allí los ayu­dan a pedir cita para ir al médico. Que allí les pro­po­nen un iti­ne­ra­rio for­ma­tivo. Que lo último de lo que les hablan es de Dios. Por­que no les hace falta: por­que Dios habla con sus actos. Por­que están “haciendo lo que tie­nen que hacer”.

Diga­mos que esa Igle­sia, que es la Igle­sia, esa Cári­tas, no es el cato­li­cismo que gusta a unos cuan­tos hipó­cri­tas desen­can­ta­dos y a unos cuan­tos polí­ti­cos desen­fre­na­dos que, en la cum­bre del fari­seísmo, algu­nos domin­gos se atre­ven a ir a misa. Que gusta más la sun­tuo­si­dad, la pom­po­si­dad, la osten­ta­ción y lo fas­tuoso. Que les inte­resa el tro­nío, el efec­tismo, la apa­rien­cia. Que son cris­tia­nos, pero no cono­cen a Cristo.

Diga­mos que el mayor peli­gro para el cris­tiano es la incohe­ren­cia. Y la hipo­cre­sía. Que no. Que la opo­si­ción al pro­yecto de los jesuí­tas no encaja en un cole­gio cató­lico. Que no se es cató­lico desde la tibieza. Que los inmi­gran­tes moles­tan por­que son pobres. Que los extran­je­ros ricos no pro­vo­can aler­gia. Que dicen estar alar­ma­dos por la delin­cuen­cia prac­ti­cada por un por­cen­taje exi­guo de extran­je­ros –ahí com­par­ti­mos la preo­cu­pa­ción: el sin­go­bierno-, pero se les olvida que hay más de 100.000 inmi­gran­tes madru­gando, coti­zando, con­tri­bu­yendo. Que nues­tros abue­los han muerto con ellos al lado: sí, ahí. Que nues­tros toma­tes salen al mer­cado por­que hay manos more­nas, negras. Que son los mejo­res cola­bo­ra­do­res de los agri­cul­to­res. Y de la agri­cul­tura. Que ellos tam­bién son Alme­ría. Una Alme­ría sin uni­for­mi­dad, hete­ro­gé­nea, diversa.

Diga­mos que el ros­tro de los inmi­gran­tes, de los vaga­bun­dos, de los últi­mos, no es un ros­tro cual­quiera. ¿No los que­réis al lado? Esa es la elec­ción. Diga­mos que es el mismo ros­tro de Cristo.

 

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