lunes, 1 de julio de 2024

¿Dignidad infinita? Sí, pero menos… (II parte)

Si en la anterior entrega el teólogo Martínez Gordo presentaba las líneas generales del documento Dignidad infinita y las primeras reacciones generales, este Tema del Mes recoge las críticas suscitadas y aborda pormenorizadamente cada una de las cuestiones analizadas, hasta llegar al balance final.

Fuente:   Noticias Obreras

Por   Jesús Martínez Gordo

01/07/2024


Foto | mauro mora (unsplash)

Dejo para mejor ocasión las críticas por el enfoque dominante del documento Dignitas infinita sobre la dignidad humana, apegado a la tradición grecorromana y las preocupaciones del Occidente global, sin contemplar aportaciones del pensamiento feminista, poscolonial o las culturas indígenas, así como la sensación de vaguedad e imprecisión con que se abordan algunos de los problemas de gran complejidad.

Particularmente contundente –pero no, por ello, carente de argumentada coherencia– es la valoración general de Andrea Grillo. Para este laico italiano, profesor ordinario en el Pontificio Ateneo San Anselmo (Roma), en la Declaración no nos encontramos con un texto consistente sobre la «dignidad infinita», sino con una teoría que, en el mejor de los casos, razona solo en términos de «honor» porque no hace otra cosa que relanzar una añeja definición de Boecio sobre la persona humana como «sustancia individual de naturaleza racional» (n. 9).

Recurriendo a tal definición, «no tiene en cuenta a los hombres y mujeres de 2024». Más bien, se limita a hablar «a los hombres y mujeres de hace 200 años» e incurre en la ingenuidad de pensar que «podemos dar respuestas verdaderas a nuevos problemas relanzando una definición de Boecio».

Probablemente, apunta, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe procede de esta manera porque, en realidad, no está tratando de responder realmente a algunas de las cuestiones de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sino calmar «cierta ansiedad clerical», acallar las voces críticas con Francisco.

«Esta forma de proceder, concluye, al ser autorreferencial» y, por ello, clericalista, facilita «soluciones falsas», alimentando una «retórica» cada vez menos convincente, de modo que su alcance doctrinal se funda en «una lógica poco convincente» que se sostiene únicamente en el principio de autoridad. Grillo apunta a un fallo de fondo el Dicasterio tiene que remediar cuanto antes.

Coincidente con él, en lo sustancial, se muestra el teólogo moral de Maguncia (Alemania), Stephan Goertz, para quien en la Declaración «no se habla de una dignidad de autonomía en el sentido moderno», porque, entre otras razones, «la naturaleza humana no puede ser pensada sin su libertad personal», algo que en el texto «no se refleja específicamente».

Contundente, aunque por otras razones y motivos, ha sido la valoración general de «Somos Iglesia». Tras acoger positivamente que la defensa de la dignidad fundamental y la denuncia de las variadas vulneraciones que se dan en nuestro mundo, entiende que se ha perdido «la oportunidad de investigar la dignidad humana dentro de la propia Iglesia».

Recuerda, de paso que han sido incontables las ocasiones en las que la Iglesia ha actuado de manera muy diferente, por ejemplo, «en la lucha contra los herejes, asesinados para salvar sus almas». Tampoco se ha tratado, sigue, desde un «punto de vista sistémico» el drama de los abusos sexuales cometidos por clérigos y otros empleados de la Iglesia, ni aparece una «autorreflexión crítica» sobre la violencia contra las mujeres, su marginación y discriminación del ministerio ordenado.

Este colectivo considera que la defensa de la dignidad humana queda debilitada por su asombrosa falta de conciencia sobre la vida real de las personas transgénero y no binarias. Al basarse únicamente «en la apariencia física de una persona» y no tener en cuenta «otros factores», evidencia la «necesidad urgente de abordar el tema con menos prejuicios ideológicos», y con «una apertura y erudición más modernas».

La profesora de Dogmática e Historia del Dogma en la Universidad de Bochum (Alemania), Gunda Werner, echa de menos «una autorreflexión honesta por parte de la Iglesia» sobre la poca o nula atención que ha prestado, a lo largo de su historia, a la dignidad humana y, con ella, a los derechos humanos.

No se puede ignorar, recuerda, que, a fecha de hoy, todavía no ha aceptado su propia historia de culpa, discriminación y violación de los derechos humanos. Como tampoco se puede obviar que, durante mucho tiempo, ha condenado los derechos humanos y que solo ha empezado a tener una relación positiva con ellos quince años después de haber sido declarados por la ONU, es decir, a partir de la encíclica Pacem in Terris de Juan XXIII (1963). Y por si eso pareciera agua pasada, no se puede ignorar que tales derechos humanos todavía están pendientes de ratificación por el Vaticano.

Finalmente, toca adentrarse en algunas críticas específicas. En la presente aportación me limito a facilitar unas pinceladas sobre puntos específicos que, abordados en la cuarta parte del documento comentado, no son tratados con la dignidad y claridad que hubieran sido deseables.

 

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