NOTA: En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que,
en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR
«COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a
iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en
soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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En reflexión y liberación
Testimonio de Bruno Forte
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Valioso testimonio
del Obispo Bruno Forte, sobre el venerado Cardenal Carlo María Martini a ocho
años de su Pascua.
La
fuerza de la libertad
Tuve la gracia de conocer al cardenal Martini y compartir
con él innumerables diálogos y experiencias de fe. ¿Qué me dejaron esos años de
amistad, nacida de su generosidad y confianza? Corría el año 1984 cuando fui
invitado a hablar a la Iglesia de Milán en asamblea. Las palabras que me
dirigió el cardenal, al regresar en auto al Arzobispado, me llenaron de
entusiasmo e impulsaron a avanzar por el camino de la reflexión teológica, al
servicio de la Iglesia y de la comunidad de los hombres.
Durante el encuentro de la Iglesia italiana en Loreto
(1985), cuando el cardenal Ballestrero que presidía la Conferencia Episcopal
Italiana y el cardenal Martini que conducía la reunión, me invitaron a dictar
la relación de apertura, hubo momentos de tensión y dificultad que me llevaron
a un prolongado diálogo con el Señor, a rezar hasta muy tarde esa noche.
A la mañana siguiente entregué al cardenal Martini el
fruto de mis reflexiones. Su comentario me transmitió una inmensa alegría:
“Cómo me alegra la libertad interior que Dios te ha dado”. Fue la primera
enseñanza que creo haber aprendido de él: la confirmación de una opción de
fondo que sentía fundamental para mi ser cristiano y sacerdotal. Es decir,
tratar de complacer sólo a Dios.
Esa libertad se presentaba tan luminosa en Martini que
muchas veces la utilicé para dialogar con él, hablándole con franqueza, incluso
cuando nuestras ideas no coincidían. Siempre me impresionó la humildad de su
escucha y la serenidad con la que exponía sus posiciones, evaluando argumentos.
Siempre atento a asumir las razones del otro, generoso en
la interpretación más benévola de las posiciones que diferían de las suyas.
Hombre de verdadero diálogo (sin ninguna exclusión: desde los no creyentes
hasta los hermanos en la fe, desde el muy amado pueblo de Israel hasta el
diálogo ecuménico, interreligioso), promotor de corresponsabilidad y
participación con todos, respetuoso de la dignidad de cada uno,
independientemente de sus ideas y opciones de vida personales.
Su escucha del otro nacía de la escucha profunda y
enamorada de la Palabra de Dios. La otra gran enseñanza que recibí de él. Un
amor apasionado por la Sagrada Escritura, fiel, siempre en la búsqueda. Capaz
de nutrirse frente a la permanente sorpresa de un Dios que habla.
Yo amaba la Palabra, en particular por la enseñanza de mi
padre en la fe, el cardenal Corrado Ursi, arzobispo de Nápoles, que me ordenó
sacerdote en 1973. Él me había educado a nutrirme de la Palabra.
Del cardenal Martini recibí el estímulo para hacer de la
Escritura un viático cotidiano y frecuentarlo con los instrumentos disponibles
para entenderla mejor. Sobre todo con una lectio que fuera cada vez más
meditación, diálogo con Dios y acción contemplativa.
En este don, experimentado personalmente, percibo la
causa más profunda de su vida de biblista y pastor. Martini trató de enseñar
esta riqueza al pueblo de Dios y habló también a la Iglesia universal.
Libertad interior, escucha del otro, escucha de Dios.
Tres elementos que advertí presentes y fundidos de manera ejemplar en él. Traté
de aprender esta lección como pude, con los límites de mi persona y de mis capacidades.
El Señor fue bueno al darme preciosas ayudas: entre otras, la invalorable
amistad de Martini. Mi agradecimiento es inmenso y estoy convencido de que todo
creyente consciente y honesto no podrá menos que compartirlo, tal como lo
compartía el muy querido Juan Pablo II, que quiso nombrarlo explícitamente en
sus recuerdos autobiográficos.
Ahora que este gran Padre de la Iglesia de nuestro tiempo
entró en la luz y la belleza de la vida sin fin en Dios, el Señor sabrá
recompensarlo en la eternidad.
Quedará en el recuerdo admirado y agradecido de
innumerables personas que no tuvieron el don de creer. Estará presente en mi
oración como en la de muchos creyentes. Pido que me recuerde, que recuerde a la
Iglesia que tanto amó, para que todos en ella –especialmente quienes tenemos
responsabilidades frente a los demás– podamos actuar siempre y solamente ad
majorem Dei gloriam, como expresara san Ignacio, maestro y padre del jesuita
Martini.
Que podamos actuar para la mayor gloria de Dios, que es
el hombre viviente, en el tiempo y en el día sin final de la eternidad, donde
ahora vive Carlo, maestro de vida y de fe.
Bruno Forte;
Teólogo y Obispo italiano.
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