NOTA: En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que,
en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR
«COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a
iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en
soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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En settimananews.it
Por. FrancescoStrazzari
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En este tiempo en el que se
multiplican los estudios y análisis sobre la fe, la religiosidad, el aumento
del ateísmo y del agnosticismo, son más que palpables el abandono de la Iglesia
y la incertidumbre sobre el futuro. Se piden reformas sobre la formación del
clero —que disminuye inexorablemente—, sobre la vida de los sacerdotes y de los
religiosos, así como una nueva sensibilidad litúrgica y la renovación del
catecismo. Parece que todo está a punto de derrumbarse y hay quienes traen a
colación las inquietantes palabras de Jesús de Nazaret: “El Hijo del hombre,
cuando venga, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18. 8).
He vuelto a releer un escrito del
teólogo francés Jean - Marie Roger Tillard: “¿Somos los últimos cristianos?”
Texto de una conferencia pública que —conclusión de un Congreso celebrado los días
24 y 25 de noviembre en el Colegio Universitario Dominico de Ottawa en 1996—,
impartió en la presentación de un libro dedicado a él como profesor desde 1958
en la facultad teológica del Colegio. Un texto conmovedor e inquietante,
evocador y emblemático. Comienza con la historia del judío Yossel Rakover,
quien, en medio de la barbarie nazi del gueto de Varsovia, en 1943, grita a
Dios y confiesa su fe, a pesar del silencio del Eterno.
Conocí a Tillard: teólogo de
renombre internacional, perito en el Concilio Vaticano II, escritor valioso,
hombre apasionado del diálogo, tanto con la Ortodoxia como con el mundo
anglicano. De impresionante y elegante apariencia, con una mirada sombría, con
un no sé qué de tristeza interior.
Contacté con él al final de su vida,
golpeado por un tumor incurable, en Ottawa. Hacía mucho frío, algo que también
tenía un significado simbólico. Frío porque los pasos en la unión de los
cristianos eran muy lentos. No me expliqué de otra manera el recurso al caso de
Yossel Rakover y su grito, casi blasfemia: “Creo en el Dios de Israel, aunque
haya hecho de todo para destruir la fe que tengo en Él”.
Tillard, a quien tenía delante en el
Colegio dominico, en su habitación, llena de libros de todo tipo, me hablaba
con una voz dulce y misteriosa de un hombre que, en el frío, en la tormenta, en
el silencio de la noche, en la amarga y continua lucha contra el mal, continuaba
gritando su fe. Cuando me hablaba, era la historia de la Iglesia la que pasaba
delante de mí: la de los orígenes y la del presente. Iglesia local como
comunión e Iglesia universal, comunión de Iglesias. Innumerables citas, tanto
de la Escritura como de la Tradición, referencias a concilios de todas las
épocas, a los escritos de los santos padres y a textos de teólogos.
Me impresionó la referencia al polygonum,
un arbusto de su isla de San Pedro y Miquelón, en el Atlántico. “Es un
arbusto que me gusta mucho: por su color, su elegancia, sus hojas, su función
ecológica y, sobre todo, por su simbolismo. Si brota un polygonum en algún
sitio, por mucho que lo intentes, ya no podrás hacer nada para que desaparezca.
Para tu sorpresa, un día reaparecerá, y volverá a germinar. Basta con un
pequeño trozo de raíz escondido entre dos terrones de tierra para que vuelva a
brotar. ¿Por qué? En primer lugar, no
hay duda alguna, porque es una planta fuerte, que resiste toda la violencia del
tiempo y de los hombres, que la arrancan, la cortan, la queman con herbicidas
perversos. Pero, sobre todo, porque existe un acuerdo secreto entre esta planta
y el suelo, enriquecido y purificado por sales minerales, de las cuales sus
raíces están llenas. La tierra de mi isla pedregosa, que a menudo azotan los vientos
violentos, ha establecido una alianza con el polygonum para no
convertirse en una roca estéril. Me parece que sus detractores son unos desagradecidos
con este arbusto”.
El gran teólogo continuó: “El
simbolismo es claro. En lo más profundo del deseo, hay una alianza entre la
humanidad, también devastada por los huracanes, y el Evangelio. Si intentas
erradicarlo, este volverá a surgir un día, a pesar de las persecuciones, los baños
de sangre o las propagandas ideológicas. Porque, gracias a la referencia a Dios
dejada por Él mismo en el deseo de Él, la humanidad siempre se negará a permanecer
sin esperanza”.
El mal galopaba. El cáncer no le daba
tregua. Terminó nuestra conversación con una reflexión que me dejó sin
palabras. “A riesgo de parecer anacrónico, quiero terminar afirmando la
necesidad de la contemplación. En efecto, creo que sin ella no podemos entender
lo que implica esta confianza, de la que he hablado. Yossel Rakover, Teresa de
Lisieux son contemplativos. Descubren en sí mismos, entre lágrimas y silencio,
un misterioso espacio habitado por el Espíritu de Dios. Aquí es donde se
incluye la certeza de la fidelidad. Una certeza obstinada... Trae consigo una inmensa
libertad y paz. Incluso, aunque, como pasa, la Iglesia haga sufrir a la gente, aunque
los hombres de la Iglesia sean injustos y cerrados de mente”.
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