De Gabriel Mª Otalora
(en información.es)
“NO vengáis a Europa”. Este es el
actual eslogan para esta Unión Europea tutelada por la codicia de los poderes
financieros y los burócratas sin alma. No es mía su paternidad porque la frase
la pronunció el pasado 4 de diciembre el polaco Donald Tusk en calidad de
presidente del Consejo Europeo, resumiendo a la actual Europa que va contra las
normas de Derecho Internacional referidas al asilo político, amén de actuar
como una carga de profundidad inmoral oficial contra ese millón cada vez más
largo de personas que huyen de los pogromos y la guerra que les ha dejado sin
nada. Ahora es Jean Claude Junker, actual presidente de la Unión Europea, quien
nos da una nueva lección de cinismo al proclamar que si la expulsión de los
refugiados a Turquía es ilegal, habrá que cambiar las leyes en los parlamentos
turco y griego. El gobierno danés, por su parte, ya anunció hace un tiempo que
“confiscará” los ahorros a los refugiados. Eslovenia, Croacia o Polonia, sus
odios y las vallas y muros de la vergüenza… Todo esto nos ciega y aísla de tal
manera que impide ver el problema como nuestro.
El resultado
está siendo la voladura del proyecto europeo basado en la idea original
mediante una implosión causada desde la propia UE que, además de estar incumpliendo
su propia legislación comunitaria, huye hacia adelante echando por la borda los
ideales con los que se le identificaba en el mundo. Y además se olvida de su
historia migratoria durante el siglo XIX y hasta la primera mitad del siglo XX,
precisamente por la falta de trabajo y por la miseria en que vivían millones de
habitantes de los países que hoy conforman la UE: irlandeses, alemanes,
españoles, italianos, escandinavos...
Está más que
demostrado que las medidas de control y las barreras no modifican las
motivaciones de los individuos que quieren migrar cuando saben que su esperanza
de vida puede aumentar en varios años al igual que sus ingresos. Sobre todo si
en sus países de origen solo han conocido la miseria, el horror y la muerte.
Pero la ceguera egoísta europea no tiene luces suficientes para ver la torpeza
infinita que puede ocasionar un efecto rebote que haga perder el control de la
situación: esas personas en busca de asilo hoy actúan heroicamente buscando un
mundo mejor, pero mañana, en su terrible frustración de ser rechazados sin
contemplaciones, son el mejor pasto para extremismos como el del Estado
Islámico, en busca de nuevas víctimas a las que convertir en verdugos.
Hace muy
poquito todavía, en diciembre de 2012, la Unión Europea aceptaba el Premio
Nobel de la Paz. Tracatrá. José Manuel Durao Barroso, entonces presidente de la
Comisión Europea, definía el proyecto europeo como “la piedra angular de
nuestro enfoque multilateral de la globalización: una globalización basada en
los principios hermanos de la solidaridad y la responsabilidad mundiales”. Y yo
me pregunto: ¿no existe nada que pueda cambiar el corazón humano ante la
legalización de la barbarie aparte de la contemplación horrorizada de los
efectos de las guerras? ¿Dónde está, al menos, la indignación evangélica
pública de los obispos europeos que deberían seguir a su pastor Francisco?
¿Dónde escuchamos la denuncia profética de la Conferencia Episcopal Española,
que sale a la calle como lo hizo con la ley del aborto? ¿Por qué no se plantan
en la calle exigiendo ayuda y asilo para estas personas tratadas peor que cosas
inservibles? ¿A qué están nuestros obispos vascos? De momento, solo se han
pronunciado así Cáritas, Confer, el Sector Social de la Compañía de Jesús y
Justicia y Paz.
El silencio de
los buenos es lo que más preocupaba a Martin Luther King. El silencio de los
buenos.
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