Fuente: El Diario Vasco
Por Julio Aguilar Ruiz
Doctor en Geografía e Historia por la UPV/EHU
07/10/2024
Otra vez la relación con México en el centro de la polémica. No se invita a Felipe VI a la toma de posesión de la señora Sheinbaum como presidenta por no contestar a la carta del señor López Obrador de hace tiempo: se le solicitó pedir perdón por la conquista. Así que el actual jefe del Estado del país creador de México y que extendió sus límites hasta Alaska y el Mississippi, más la Florida, estuvo ausente. La pretensión de algunos mexicanos de afirmar su identidad obviando sus raíces españolas va contra natura.
Bueno sería que el país mesoamericanizado por EE UU se centrara en aplacar el hambre de los millones de sus ciudadanos que afrontan cada día sin saber si van a comer y en luchar contra el crimen organizado que lo asola, donde adquieren máximas cotas de horror los feminicidios. México, qué lejos de Dios y qué cerca de EE UU. Pero más cerca de sus corruptos y criminales, añadimos.
Con esto cobra actualidad la 'Brevísima relación de la destruición de las Indias' de fray Bartolomé de las Casas, obra que hiperboliza la maldad de los cristianos (usa esta palabra en lugar de 'españoles' muchas veces) y la bondad de los indios. No habla de los sacrificios humanos en los que pueblos amerindios sacaban en vivo el corazón de otros amerindios con cuchillos de obsidiana. En el 'Examen crítico de la Brevísima Relación', aunque es edición en sintonía con De las Casas, se lee: «Demasiado obvio es el esquematismo de la antítesis fundamental entre la bondad de los indios y la maldad de los españoles, que gobierna toda la obra».
Desde pronto la obra lascasiana fue aprovechada por los enemigos de la monarquía hispánica como munición para la 'leyenda negra'.
Autores españoles con lejanía de siglos sobre los acontecimientos, como Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal, escribieron líneas muy duras sobre De las Casas. El polígrafo cántabro (Menéndez Pelayo) le culpa de «fanático e intolerante» y denuncia el «monstruoso delirio de la 'Destruición de las Indias'». Menéndez Pidal, en 'El padre De las Casas. Su doble personalidad', diagnostica al dominico de paranoico y endosa al después llamado 'apóstol de los indios' ¡falta de caridad!
Creemos que bajo la hipérbole en la denuncia de De las Casas late una realidad: la conquista, colonización y evangelización fueron crueles, y los amerindios, en un estadio inferior de civilización, quedaron subordinados a los españoles, uncidos si se prefiere. Algo similar ha sucedido siempre. España sufrió lo indecible con su conquista por Roma. Pero no recurrimos a la comparación para sintonizar con presuntos historiadores que minimizan los abusos: no fueron la excepción.
Con todo, no es creíble que siempre presente De las Casas a los españoles como lobos, tigres, leones, y a los indios como ovejas, corderos, simplismo que desinfla su credibilidad. Es imposible que tan pocos españoles, con armas tan rudimentarias, mataran a decenas de millones de indios en cuarenta años (1502-1542). Más bien la mortandad fue, esto sí lo dice, resultado de trabajos inhumanos y, aunque apenas lo cita, sobre todo de las enfermedades llevadas allá, ante las que los indios carecían de defensas. En cuanto al mestizaje, ensalzado como predilecta seña diferencial del colonialismo español frente a otros, suele silenciarse que, en una u otra medida, fue fruto de la violencia sexual ejercida sobre las indias.
Si caemos en la cuenta de quiénes son los que hoy en España y América más enaltecen a De las Casas, resulta que se trata de partidos separatistas y de extrema izquierda. Los primeros, más que por apoyo a los indígenas, se mueven por antiespañolismo. Más chocante es el caso de los falaces indigenistas americanos blancos; unos, criollos descendientes de los conquistadores; otros, de posteriores emigraciones. Pero ambos, por folklore o moda, se apuntan a esa sensibilidad, generalmente de boquilla. La triste realidad es que, digámoslo alto, desde la independencia (1821) son los opresores de los indígenas.
Nuestra tesis: la 'destruición' no fue un Amazonas caudaloso de aguas ensangrentadas por las pirañas cristianas, pero tampoco la «líquida ironía» con que el bagaje metafórico de Ortega y Gasset definió el aprendiz de río Manzanares. Nos quedamos en un Tajo, nombre que suena sangriento (por lo de las tajaduras de las espadas y otras armas blancas abundantes en la narración lascasiana), de notable caudal, sin más.
Terminamos: lo básico de De las Casas merece atención y pensamos que sus hipérboles delirantes nacieron de su intención de ser tomado en serio en España por quien podía poner remedio: el rey. Alguien entonces intocable.
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