martes, 12 de septiembre de 2023

GRANDEZA Y MISERIA DE LO HUMANO. BLAISE PASCAL EN SU 400ª ANIVERSARIO

“El pensamiento constituye la grandeza del hombre”.

“El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Pero aun cuando el universo le aplastara, el hombre sería todavía más noble que lo que le mata, porque sabe que muere y lo que el universo tiene de ventaja sobre él; el universo no sabe nada de esto. Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento. Por aquí hemos de levantarnos, y no por el espacio y la duración que no podemos llenar. Trabajemos, pues, en pensar bien: he aquí el principio de la moral”.

 

Por:   Felisa Elizondo


Blaise Pascal, Pensamientos 346 y 347

Con una carta apostólica: Sublimitas et miseria, el Papa ha recordado, a cuatro siglos de su nacimiento, la obra de Blaise Pascal, matemático, físico y filósofo que nació el 19 de junio de 1623 en Clermont y murió en París con solo 39 años el 19 de agosto de 1662. Un hombre de ciencia que hizo notables aportaciones a la matemática y a la física además de algunos inventos, y del que unas cuantas afirmaciones breves y certeras han quedado grabadas en la historia del humanismo.

“Grandeza” y “miseria”, dos términos de la famosa “definición” pascaliana del ser humano titulan este texto-homenaje que va repasando los méritos por los que el pensador del siglo XVII, una “inteligencia inmensa e inquieta”, que atendió a las “razones del corazón”. Que puede ser considerado “un compañero de camino que acompaña nuestra búsqueda de la verdadera felicidad", porque fue en su tiempo un “infatigable buscador de la verdad", "atento a las necesidades de los pobres":  un "cristiano fuera de lo común".

La Carta es un reconocimiento a la persona y la obra de Blaise Pascal, que vivió en un siglo marcado por el prestigio de la razón y de la ciencia; que con precocidad y a lo largo de sus no muchos años de vida, incluidos tiempos de enfermedad, buscó la verdad, la rastreó en las matemáticas, la física y la filosofía, y que, en momentos en que cundía el escepticismo,  se mostró inquieto e infatigable ante la pregunta mayor que rueda desde el salmista y los filósofos antiguos: ¿Qué es el hombre?

 

Una inteligencia precoz abierta a la realidad

A partir de sus biógrafos, sabemos que, sin una educación sistemática, su padre decidió que no estudiara matemáticas hasta cumplidos los quince años. Pero nada pudo frenar la curiosidad de un niño que a los doce abordaba cuestiones no fáciles de geometría y a los catorce, siguiendo a Fermat, Gassendi y otros autores, planteaba interesantes teoremas de geometría. Inventó una primera máquina de calcular que tuvo varias réplicas y, tras importantes  experimentos sobre la presión atmosférica y el vacío - cuestión en la que no estuvo acorde con Descartes- , escribió tratados sobre matemáticas y física que fueron apreciados por sus coetáneos. Como el Tratado sobre el equilibrio de los líquidos (1653) en el que explica la ley de la presión atmosférica, o el Tratado sobre el triángulo aritmético, el más importante sobre este tema que, al parecer, influyó en Newton. También, en correspondencia con Fermat, puso las bases para la teoría de la probabilidad.

Pero la vida del joven Pascal, entregada a la búsqueda en varios campos de la ciencia, estuvo marcada por algunas pérdidas y conoció serias dificultades que le llevaron a reflexionar sobre su sentido. En 1646 su padre se lastimó una pierna y tuvo que recuperarse en su casa. Lo cuidaban dos jóvenes hermanos de un movimiento religioso en las afueras de Rouen que influyeron en las convicciones religiosas del joven Pascal.  Se le hizo más urgente atender a la gran cuestión del ser humano y al alcance de la fe cristiana en relación con las aspiraciones de la humanidad

 

¿Qué es el hombre?

La pregunta, planteada desde antiguo, llegaba a su tiempo y seguía escapando a una “razón geométrica”. El viejo poeta Píndaro de Tebas había cantado las glorias de los triunfadores de Nemea sin esconder “la distancia que separa a los humanos de los inmortales”. Y Sófocles dejó plasmada en el canto coral de Antígona la extrañeza ante lo admirable y terrible de nuestra condición. A distancia de  siglos,  Pascal anotó que el ser humano es “una nada respecto al infinito, un todo respecto a la nada" en una meditación recogida luego en sus famosos Pensamientos, fragmentos publicados póstumamente que, como veremos, recogen los apuntes de alguien impactado por las grandes cuestiones.

En su  Carta reciente recuerda el Papa que Pascal habló de la condición humana de una manera admirable, sabia, mostrando su fe en Cristo y que situaba la Escritura en el centro de su pensamiento. Había llegado a la convicción de que “no solo no conocemos a Dios más que por Jesucristo, sino que no nos conocemos a nosotros mismos más que por Jesucristo”, una afirmación audaz en un filósofo dotado de una mente asombrosa, que afirmó que Dios y verdad son inseparables,  y que, sin amor, no hay verdad. Con la inteligencia y la fe que fueron suyas, señaló el valor humanista y humanizador de la religión cristiana, que conoce y afecta a nuestra existencia con sus oscuridades y sus dolores, pero con una incurable ansia de bien.

Hay que decir también -así lo reconoce esta Carta - que la apertura a la realidad y la entrada en los varios mundos del conocer se dieron en él junto con la atención a las urgencias de aquella sociedad, en favor de la que realizó algunos de sus inventos y para la que ideó el primer sistema de transporte público de la historia: los “carruajes de cinco centavos”. Una atención unida a la voluntad de poner por obra las obras de misericordia, actitud que se manifestó muy explícitamente en su última enfermedad. Según uno de sus biógrafos llegó a decir: "Si los médicos dicen verdad y Dios permite que salga de esta enfermedad, estoy resuelto a no tener más ocupaciones ni otro empleo el resto de mis días que el servicio de los pobres". Había llegado a la convicción de que “el único objeto de la Escritura es la caridad”

Así, en el itinerario de Pascal se entrelazan las búsquedas de un  científico y un creyente.

 

Convicciones religiosas

Sufrimientos y muertes de familiares le afectaron profundamente. En una carta a Fermat, de julio de 1654 habla de la enfermedad que le obligaba a estar postrado, pese a lo cual prosigue sus trabajos. Cuando su padre, Étienne Pascal, murió en septiembre de 1651, Blaise Pascal escribió a una de sus hermanas dando un significado profundamente cristiano a la muerte, en general, y al fallecimiento del padre, en particular. Además, por entonces, sufrió un grave accidente y una  singular experiencia religiosa que dejó plasmada en su Manifiesto,  un texto breve escrito de su puño que llevó consigo hasta el final de su vida.

Sus convicciones de creyente aparecen también en los célebres Pensées (pensamientos)  publicados póstumamente entre los que se encuentra la famosa  “apuesta”, que quiere mostrar lo razonable y sensato de creer: “Si Dios no existe, no se pierde nada creyendo en Él, mientras que si sí existe, se perdería todo no creyendo”.

Tras algunas visitas al monasterio de Port-Royal en el que residía desde 1852 su hermana Jacqueline, se vio envuelto y hasta acusado en la controversia del jansenismo, que fue muy seguida en el país y que al día de hoy nadie sostiene. Escribió, en defensa de un amigo y en contra de la posición de algunos jesuitas, las dieciocho Cartas provinciales que fueron leídas con gran interés por un público amplio.

 

El Memorial de una noche de fuego

Asombrado por “el abismo” de la condición humana, incansable buscador de verdades y de la Verdad, tras un tiempo de desánimo, vivió una experiencia singular de la que dejó constancia en un manuscrito que llevó hasta su muerte cosido a su abrigo: se trata del Memorial, el famoso texto al que ya nos hemos referido.

Fechado el 23 de noviembre, víspera de la fiesta de varios mártires santos -como cuida de anotar- se refiere entrecortadamente a lo acontecido  en el espacio de dos horas: “Fuego. Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, no de los filósofos ni de los sabios. Certeza, certeza, Sentimiento. Alegría. Paz. Dios de Jesucristo. Deum meum et Deum vestrum. Tu Dios será mi Dios ...”.

El Memorial representa un momento decisivo del Pascal defensor de  la fe sin renunciar a la inteligencia. La debilidad y la grandeza de la condición humana se reflejan y conjugan también en este texto que evoca el episodio bíblico de la zarza. El manuscrito prosigue reiterando el olvido del mundo, con la mención de “lágrimas de alegría” y la súplica de no ser jamás separado de ese Dios vivo y de Jesucristo, en cuyo conocimiento consiste la vida eterna y al que conducen los caminos del Evangelio. Y concluye con la afirmación de una “alegría eterna por un día de fatiga sobre la tierra”.

 

Los Pensamientos

Debilidad y grandeza, razón y corazón son los términos elegidos por Pascal para decir del ser humano, “caña pensante”, que se encuentran también en los fragmentos que se conservan manuscritos. que salieron a la luz como Pensées y siguen siendo considerados una joya de la literatura francesa. Un clásico del que algunos párrafos, se han hecho célebres, como el que define al ser humano, pese a su fragilidad, como “una caña que piensa”.

Al parecer de los estudiosos, los Pensamientos debieron ser apuntes para una Apología que el autor no llegó a completar. Hablan de lo problemático de nuestra condición y de lo decisivo del conocimiento de Dios y de Jesucristo. Un saber inestimable para aguardar lo eterno y atravesar la oscuridad de la vida y de la muerte.

Son retazos que condensan una sabiduría que desborda la razón “geométrica” y hacen valer las “razones del corazón” en forma de una “inteligencia cordial”: “El corazón -dice uno de los más citados- tiene razones que la razón no conoce. Se sabe esto por mil cosas...”.

Con brevedad y justeza siempre llamativas, tratan de la flaqueza, la incertidumbre, la inquietud y el atisbo de eternidad que se hallan en los hombres, y de la diferencia entre las personas según busquen o se despreocupen de conocer la verdad. Hay también en ellos varias llamadas de atención respecto del amor propio que encapsula el existir, sobre la inconstancia o el distraimiento en quienes debieran buscar justicia y verdad. Y, tras reconocer que “el último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que la superan” se advierte en ellos lo escondido del Dios en quien el creyente confía, con claras referencias a la Escritura

De ahí que, desde la situación religiosa de nuestro siglo, se pueda decir que “leer la obra de Pascal, es ponerse en la escuela de un cristiano con una racionalidad fuera de lo común, que tanto mejor supo dar cuenta de un orden establecido por el don de Dios superior a la razón". Ahora bien -cuida de decir el Papa- sin renunciar a la razonabilidad de una fe que, eso sí, no puede ser impuesta puesto que es deudora de la gracia: “No se demuestra que debamos ser amados sometiendo a método las causas del amor; sería ridículo’", observó Pascal con humor entrando en la larga y ya lejana controversia de pelagianos y molinistas en su siglo.

 

Morir en compañía de los pobres

Aunque la historia haya conservado buena parta de su legado, no es muy conocido el hecho de que este genial físico y filósofo compuso en 1659, ya debilitado, una Oración para pedir a Dios el buen uso de las enfermedades. Estando en punto de muerte -escribe su biógrafo- "tenía un gran deseo de morir en la compañía de los pobres" y después de recibir los Sacramentos, sus últimas palabras fueron: "¡Que Dios no me abandone jamás!" Concluían así sus no muchos años gastados en búsquedas que le condujeron hasta una verdad que hermana con la caridad.

Murió a los 38 años a causa de un doloroso tumor que llegó a afectar a su cerebro.

 

Felisa Elizondo

 

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