El Papa encaró la misión de transparentar las finanzas de la Santa Sede, un camino lleno de espinas y algunos crímenes mafiosos.
Fuente: TN
Por Sergio Rubin
27/11/2022
El papa Francisco asiste a su audiencia general en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el miércoles 16 de noviembre de 2022. (AP Foto/Alessandra Tarantino, Archivo)
Cuando los cardenales de todo el mundo debatieron los desafíos que debía afrontar el sucesor de Benedicto XVI, uno de ellos fue transparentar las finanzas vaticanas. Lejanos habían quedado los resonantes escándalos que envolvieron al banco vaticano a comienzos de los ‘80, que incluyó la aparición colgado de un puente en Londres del presidente del Banco Ambrosiano, Roberto Calvi, con ladrillos en los bolsillos, en lo que se interpretó como un asesinato mafioso.
Más atrás en el tiempo, en 1978, se había producido la súbita muerte de Juan Pablo I tras un papado de apenas 33 días que generó la sospecha -potenciada por el libro “¿Por voluntad de Dios?”- de que había sido envenenado por mafiosos en complicidad con clérigos que se oponían a que pusiera en orden las cuentas vaticanas.
La trama de aquellas intrigas terminaron inspirando el guión de la tercera parte de la célebre saga fílmica de “El Padrino”, de Francis Ford Coppola.
Aunque con menor dramatismo, los casos de corrupción siguieron y Jorge Bergoglio, convertido en Papa, debió encarar el saneamiento. Pero observadores del quehacer de la Santa Sede no albergaban muchas esperanzas de que pudiese ir a fondo.
“Habrá que ver cuánto logra porque es muy difícil penetrar una estructura muy compleja, donde se cruzan muchos intereses”, decían al comienzo del pontificado del argentino.
Francisco -que recibió de Benedicto XVI un informe sobre la compleja situación que heredaba- no solo no la tuvo fácil, sino que apenas tres meses después de asumir la policía italiana detuvo al titular de la administración del patrimonio de la Santa Sede, monseñor Nunzio Scarano, cuando, procedente de Suiza, intentaba ingresar a Italia en un avión privado 20 millones de euros para depositarlos en el banco vaticano.
En sus casi diez años de pontificado Francisco dispuso una gran cantidad de medidas que no estuvieron exentas de marchas y contramarchas, pero que modificaron sustancialmente la estructura administrativa a la par que fue renovando a sus responsables. Entre las acciones se contó someter las finanzas a la supervisión periódica de Moneyval, la agencia para el combate del lavado del Consejo de Europa.
Hubo, sin embargo, un caso que estalló durante su pontificado que con el paso de los años se convirtió en emblemático.
Comenzó a trascender en 2019 cuando -en un hecho sin precedentes- la justicia vaticana allanó oficinas de la secretaria de Estado del Vaticano por una operación inmobiliaria ruinosa para la Santa Sede por unos 300 millones de dólares efectuada por funcionarios de ese organismo.
Se trataba de la adquisición de un local en una elegante zona de Londres con fondos del Óbolo de San Pedro, que concentra las donaciones que llegan de todo el mundo para las obras de caridad del Papa, y por la cual intermediarios se habrían quedado con millones.
La maniobra fue denunciada ante Francisco por el director del banco vaticano y el Auditor General de la Santa Sede.
No solo comenzaron a ser imputados funcionarios de la secretaría de Estado -además de asesores inmobiliarios externos-, sino que empezó a ser apuntado quien había sido en ese momento nada menos que el número tres del Vaticano como secretario para Asuntos Generales, el otrora poderoso cardenal Angelo Becciu, ahora al frente de un ministerio de la Santa Sede.
Al año siguiente, Francisco le pidió a Becciu la renuncia y le quitó los derechos cardenalicios. Los tribunales vaticanos -en un hecho sin precedentes en la Iglesia- le iniciaron un juicio por malversación de fondos. Se le sumaron imputaciones por corrupción por adjudicarle obras a un hermano y enviarle dinero a otro para presuntas obras de caridad.
A todo eso se sumó la contratación por parte de Becciu de una mujer supuestamente experta en seguridad, Cecilia Marogna, para que creara una red de protección de las nunciaturas (embajadas papales) y a la que presuntamente le transfirió 600 mil euros que ella habría terminado gastando en artículos de lujo como bolsos y carteras.
Como Becciu también es investigado por haber dispuesto de 500 mil dólares para el pago del rescate de una monja colombiana que estaba secuestrada en Mali, planeó en 2021 una aviesa jugada que se conoció esta semana con el fin de “demostrar” que ese pago había sido autorizado por el Papa y así deslindar su responsabilidad.
¿En qué consistió? A los pocos días de que Francisco fue operado de diverticulosis en el colon, por lo que estuvo internado más de una semana, Becciu lo llamó por teléfono y procuró que le dijera que, efectivamente, lo había autorizado a disponer de esos fondos, mientras su sobrina grababa el diálogo.
Becciu no logró el objetivo. Francisco le dijo que recordaba “vagamente” la charla y le pidió que lo hiciera por escrito la consulta. La grabación fue descubierta, escuchada por los jueces y sumó un bochorno para el cardenal que evidenció su desesperación ante un fallo de culpabilidad que ve venir.
Con el paso del tiempo podrá determinarse hasta dónde llegó Francisco con la reforma económica que encaró siguiendo el anhelo de los cardenales. Episodios como el de Becciu, sin embargo, revelarían que no fue para nada superficial.
No obstante, no deja de llamar la atención que haya que apelar a tantas medidas de control en una institución como la Iglesia. Aunque, se sabe, el hombre es bueno, pero lo es más si se lo controla.
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