Pedro Hernández
La Asamblea Diocesana fue una experiencia profunda vivida en esta Diócesis que supuso un tiempo de ilusiones y esperanzas que, al no ser bien vista por Roma, se convirtió en fracasos y desalientos con el nombramiento de obispos que la “desactivaron”. Las parroquias, sin juventud, unas desaparecen y otras se ven “asaltadas” por comunidades con intereses conservadores que van aumentando su presencia institucional en la Diócesis. Grupos de creyentes que se “desenganchan” del obispado para poder respirar. Un Seminario que no tiene relación normal con la Diócesis, y por tanto, con poco futuro. La presencia de la mujer sin solucionar...
El obispo que venga tendrá que ser un auténtico pontífice= capaz de crear puentes entre los grupos creyentes, entre sí y con el obispado.
Deberá superar lo de “consultivo-decisorio” de los consejos con la búsqueda del consenso a base de diálogo, de modo que se sientan apoyados: el obispo por la Diócesis y la Diócesis por el obispo en la solución de los desafíos que se presentan: parroquias, comunidades, mujer, jóvenes, seminario...
Deberá defender la presencia de la mujer, sin despreciar los nuevos ministerios de lector y acólito: un paso muy sencillo pero que va en la buena dirección.
Deberá desprenderse, por su valor simbólico, de las vestimentas litúrgicas, e inventar vestirse como uno de los nuestros y servidor de todos según el evangelio que leemos uno de estos domingos ➜ Mc 12, 38-44
Y la pregunta fundamental: qué pueden esperar los pobres de nosotros, de nuestra Diócesis con su obispo y pastor.
(Nota: Ya siento tener que usar el imperativo).
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