El Pontífice visita una barriada marginal en Eslovaquia donde 4.500 personas de esa etnia viven en una situación de extrema precariedad
Fuente: El País
Kosice
A Luník IX hay que ir, no se llega de paso. Tres curvas y un pequeño puente lo separan del resto de la ciudad. Nadie aquí recuerda exactamente cuándo ni cómo llegó. Pero la mayoría no deja de preguntarse sobre el momento en que podrá largarse. De Lunik IX se fueron primero los soldados y policías con los que fue concebido originalmente el barrio, muy cerca de un vertedero en la ciudad de Kosice, la segunda más grande de Eslovaquia. Luego se marcharon los eslovacos que quedaban. También los profesores de la escuela. Y, poco a poco, se fueron incluso la mitad de los 8.000 gitanos que llegaron a vivir aquí en condiciones de precariedad extrema. El resto sobrevive hoy como puede en un lugar donde apenas se dispone de suministros de agua y luz. Un sitio dejado de la mano de Dios que el Papa, tal y como hacía con las Villas Miseria de Buenos Aires cuando era Arzobispo, visitó este martes durante su estancia en Eslovaquia.
Francisco, como acostumbra a hacer en sus viajes, preguntó y buscó a los desfavorecidos. Y esta vez los encontró en la barriada Lunik IX, en la segunda ciudad más poblada y al este de un país donde viven 400.000 personas de etnia romaní (el 8% de la población). El lugar, una suerte de asentamiento donde conviven hacinadas 4.500 personas (el doble de lo que se concibió en su origen), se ha convertido en uno de los guetos gitanos más grandes de Europa. Le recibieron en los balcones, con banderas y música. Y francotiradores de la policía en las azoteas.
El barrio es también un foco de conflicto. Muchas de las viviendas ni siquiera tienen calefacción en una zona que en invierno puede alcanzar los 15 grados bajo cero. Algunos suministros funcionan solo algunas horas al día con tarifas prepago. Fue mucho antes de que el país se olvidase de ellos e intentase construir un muro de tres metros, del que todavía quedan algunos restos, para aislarlos del resto de ciudadanos. Por eso muchos aquí no han entendido que Francisco quisiera dedicar una de sus jornadas a visitarles. Por unas horas, el barrio enloqueció de alegría cuando vio salir del coche a aquel hombre de 84 años vestido de blanco que les dijo que eran titulares en su equipo. Y que no dejasen que nadie les dijese que eran menos. El Papa, a veces incómodo en las recepciones de palacio, sonrió más que en ninguna otra parada del viaje.
Lunik IX se edificó en 1981 en las afueras de la ciudad. De aquí se marcharon todos menos los gitanos y los hermanos salesianos, que intentan garantizar la educación pública y que este martes recibieron al Pontífice. El estigma no ha ayudado a remontar y ha perseguido fuertemente a esta comunidad en Eslovaquia, uno de los países de la Unión Europea con mayores índices de racismo hacia los gitanos. Según una encuesta de 2008, el 47% de los eslovacos afirmaba que no le gustaría tener gitanos como vecinos. Y el Papa afrontó el tema desde el principio. “Queridos hermanos y hermanas, demasiadas veces han sido objeto de prejuicios y de juicios despiadados, de estereotipos discriminatorios, de palabras y gestos difamatorios. De esta manera todos nos hemos vuelto más pobres, pobres de humanidad. Lo que necesitamos es recuperar dignidad y pasar de los prejuicios al diálogo, de las cerrazones a la integración”.
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