Fuente: Atrio
Carlos F. Barberá
23-junio-2021
En una antigua novela de François Mauriac uno de los personajes decía a otro: “Yo no creo ¿le asombra?”. El interpelado contestaba: “No, lo que me asombra es creer, lo que me asombra es que lo que creo sea verdad”.
Y ciertamente, rodeados de no creyentes o simplemente desinteresados, a quienes creemos se nos plantean de cuando en cuando preguntas como las siguientes: Con ese atrevimiento de los ignorantes Rufián ha ironizado no hace tanto sobre “serpientes que hablan y palomas que embarazan” pero ciertamente ¿por qué afirmaciones o historias que a algunos nos parecen luminosas son para otros despropósitos ajenos a cualquier razón normal? ¿por qué determinados enunciados han condicionado nuestra vida –y a mi entender la han hecho más rica- y otros no ven en ellos sino afirmaciones sin sentido?
A veces quiero recurrir a la siguiente comparación. En youtube y con el título El arte de la dirección, puede verse un pequeño discurso muy divertido de Riccardo Mutti, que termina diciendo que, en la senda de la música él está a medio camino, porque al final se halla el infinito y el infinito es Dios. Pues bien: sin llegar a decir como Napoleón que es el menos molesto de los ruidos, la verdad es que nunca me ha emocionado la música. En el mejor de los casos la escucho con agrado pero ahí queda todo. Acepto que las sinfonías de Beethoven son obras magníficas pero me aburro mortalmente con el serialismo de Schönberg. Lo contrario me pasa con las artes plásticas: si he ido a Viena no se me ha ocurrido ir a una ópera de Mozart sino al Kunst Historisches Museum con sus magníficos Velázquez. No asisto a conciertos pero visito exposiciones y museos, que en muchas ocasiones literalmente me entusiasman.
Algo semejante parece ocurrir en el mundo de la fe. Hay quienes a veces de forma abrupta pero en general a lo largo de la vida han encontrado personas, textos, razones que les han parecido esenciales para su existencia y les han llevado a tomar decisiones que antes no hubieran previsto. A otros les ha sucedido acaso lo contrario y en ocasiones han hallado una liberación al desembarazarse de la fe que les habían inculcado y que les suponía un peso poco razonable que debían soportar.
No es que los creyentes no tengan en ocasiones dificultades con su fe pero finalmente miran alrededor y no encuentran ofertas que sustituyan con ventaja a la que ellos viven: un ser humano libre y autónomo creado por un Dios que acompaña con su Espíritu, que no violenta ni condiciona ni determina pero que acompaña, anima, sugiere y promete.
Un Dios misterio creador no es fácil de asumir pero tampoco lo es contestar a la pregunta de Leibnitz: por qué hay algo y no más bien nada. Y si creer en una vida de plenitud eterna para el ser humano tiene sus dificultades, no son menores las de quienes piensan que la muerte acaba con la riqueza de la existencia y el ser humano no es finalmente sino una pasión inútil (Sartre)
He recordado que Karl Rahner escribió un artículo preguntándose por qué seguía siendo cristiano y, si la memoria no me falla, la razón era que nunca había encontrado nada que destruyera esa fe. Yo puedo decir lo mismo e, igual que leo libros sobre arte, acudo a charlas o exposiciones e invito a veces a quienes me parecen interesados, lo mismo procuro hacer con mi fe. También leo libros, escucho charlas, acudo a eventos religiosos y procuro comunicar esas experiencias a quienes me parecen receptivos. ¿Cómo va a ser de otro modo si es para mí una gran riqueza?
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