___________________________________________
Por Mikel Martínez (en V.N.)
05/04/2020
___________________________________________
¡Hola
a todos! Espero que tanto tú como los tuyos os encontréis bien; y que estéis
afrontando este tiempo de confinamiento obligatorio con espíritu
positivo, orden, paciencia, solidaridad y creatividad.
Han
pasado ya unos cuantos días desde que el Gobierno declaró el estado de alarma,
y nuestra vida ha cambiado de una manera que nunca habíamos imaginado. A
lo largo de las últimas semanas he ido escribiendo estas reflexiones que ahora
paso a compartir contigo.
1.
Una agenda inútil y absurda
Nos encontrábamos haciendo planes para esta
próxima Semana Santa cuando un bichejo microscópico, pero terriblemente
infeccioso para nuestro organismo, ha desbaratado no solo cuanto pensábamos
hacer, sino también todo cuanto estábamos haciendo. Él solito nos ha sacado
de nuestras rutinas particulares, y nos ha impuesto una rutina general: el
confinamiento en nuestras casas.
Recordando lo que hice ayer, me doy
cuenta que no tiene mucho que ver con lo que tenía apuntado en la agenda.
Y si miro la agenda hoy, descubro que lo que escribí en su día apenas se
corresponde con lo que estoy haciendo. Y así, esa agenda llena de tareas y
compromisos que hace poco consultábamos varias veces al día, de repente se
ha convertido en inútil y absurda. Inútil, porque mientras dure esta
situación hay quehaceres y citas a los que no podemos responder. Y absurda,
porque la situación creada requiere de un ‘planning’ distinto. Un ‘planning’
que nos permita distribuir el tiempo de otra manera, con unas propuestas
completamente distintas a las que escribíamos estos días atrás.
Nos
pasamos la vida haciendo planes; pero casi nunca pensamos en lo frágil que es
el soporte que nos permite llevar a cabo esos planes. La vida y la salud son
ese gran soporte que nos permite llevar a cabo todo cuanto soñamos,
proyectamos, decidimos y realizamos. Pero ese gran soporte es enormemente
frágil. No dependen de nuestros méritos, ni de nuestros cuidados y esfuerzos.
Como nos dice Jesús en el evangelio: “¿Quién de vosotros, por más que se
esfuerce, puede añadir una sola hora al tiempo de su vida?” (Lc 12, 25).
2. La
vida es frágil e insegura
Aunque las personas mayores son el
colectivo con mayor riesgo de ser afectadas por el COVID-19, conocíamos que, el
día 18 de marzo, fallecía por su causa un guardia civil, Pedro Alameda, de 37
años de edad, que no presentaba patologías previas. Una epidemia como esta
nos ayuda a reconocer que la vida es frágil e insegura para todos, y en
todas las etapas de la vida.
Francisco
de Rojas, en su obra ‘La Celestina’, escribió: “Ninguno es tan viejo, que no
pueda vivir un año más; ni tan joven, que no pueda morirse hoy”. Es una frase
rotunda, pero llena de verdad. Pero preferimos soslayar esta verdad. ¿Cómo lo
hacemos? Coleccionando cosas, fundamentalmente bienes. Esos bienes nos ofrecen
la falsa seguridad de contar con algo a lo que recurrir en caso de que nos
vengan mal dadas. Pero la verdad es que cuando nos sobreviene una enfermedad
grave o una epidemia como esta nos damos cuenta de lo poco que vale la tarjeta
de crédito.
3.
Gigantes con pies barro
El ser humano, que ha sido capaz de
fecundar un óvulo con un espermatozoide fuera del útero, de clonar una oveja a
partir de una célula adulta, o de realizar la secuenciación completa del genoma
humano… contempla hoy, con una mezcla de perplejidad y estupefacción,
cómo un agente microscópico, infeccioso y acelular es capaz de alterar por
completo su vida. Esto pone de manifiesto, al propio tiempo, nuestra grandeza y
fragilidad.
Somos
como aquel gigante con pies de barro que soñó el rey Nabucodonosor II, y cuya
interpretación le dio el profeta Daniel (Cf. Dn 2, 26-45). La epidemia
provocada por el coronavirus nos ayuda a bajarnos de ese pedestal al que
impulsados por la soberbia, la vanidad y la arrogancia nos habíamos subido
sin apenas darnos cuenta.
4.
Ciudadanos ejemplares… y no tanto
El sábado 14 de marzo, en la comparecencia
ante los medios del presidente del Gobierno, me gustó la alusión al ejemplo
de generosidad que nos dieron nuestros mayores durante la pasada crisis
económica, y cómo de sus pensiones salió el dinero para llenar la despensa,
cubrir gastos o pagar la manutención de los nietos universitarios. Y la
invitación que nos hizo a demostrar ahora lo que aprendimos de su ejemplo y
de su amor: protegiéndoles y velando por ellos protegiéndonos.
La
verdad es que la ciudadanía, mayoritariamente, está teniendo un
comportamiento ejemplar. No solo cumpliendo las normas que las autoridades
sanitarias y el Gobierno han decretado, sino preocupándose por los demás. Así,
hay personas que cada día pasan, puerta por puerta, preguntando a sus vecinos
mayores solos si están bien, si necesitan que les hagan algún recado, o que les
bajen la basura. Desde aquel sábado 14, todas las noches a las 20 h. salen
muchas personas y familias a las ventanas y balcones de sus casas para reconocer
con un largo aplauso la entrega y el valor con que están realizando su trabajo
los sanitarios y demás profesionales de servicios básicos. El miércoles 18,
la epidemia se cobró la primera vida entre el personal sanitario. Se llamaba
Encarni, tenía 52 años, y era enfermera en el Hospital de Galdakao. Había
atendido al primer paciente que murió en Bizkaia a causa del COVID-19, y se
contagió.
Pero este
virus nos está retratando a cada uno como somos. Pues hay ciudadanos que
prefieren hacer acopio de papel higiénico, de leche, de huevos, etc. como si se
fuera acabar el mundo. “¡Insensato! Si mañana caes con el coronavirus, ¿de qué
sirve todo lo que has acaparado?” (cf. Lc 12, 20). Hay jóvenes que se ofrecen
como voluntarios en Cáritas, el Banco de Alimentos u otras ONG. Hay
personas que donan sangre, escriben cartas de ánimo a los enfermos que están
hospitalizados e incomunicados, o llevan a cabo otras acciones altruistas. Pero
hay también personas desalmadas que hacen correr bulos que tratan de
sembrar el miedo, o tratan de robar a ancianos solos haciéndose pasar por
inspectores de no sé qué institución inventada, o tratan de timar a
través de Internet.
5. No
quedarnos en la superficie más visible
El sábado día 21, la televisiva Olga Viza
contaba en ‘Radio Nacional de España’ que había ido el día anterior a visitar
un familiar que está enfermo por otro problema en un hospital, y le llamó la
atención el aplauso que los médicos y las enfermeras tributaron al personal
de limpieza del centro. Y añadía Olga: “El personal que hace la limpieza en
los hospitales está tan expuesto o más al contagio que los médicos y las
enfermeras. Es un equipo enorme; pero nosotros solo vemos una parte, la que
resulta más visible”. Abrimos un grifo en casa y sale agua o pulsamos un
interruptor y se enciende la luz… pero ¿hemos caído en la cuenta en la cantidad
de personas que hay detrás de cada uno de esos “milagros”?
La
vida siempre presenta varias capas, pero nosotros, en muchas ocasiones, nos
quedamos en la superficie. En estos momentos, hay muchas personas
arriesgando su vida para que todo discurra con normalidad (barrenderos, basureros,
proveedores de artículos de primera necesidad, almacenistas, transportistas,
dependientes de grandes superficies, cajeras, policías, técnicos de centrales
eléctricas, conductores de medios de transporte público, etc.). Sin embargo,
quienes aparecen en los medios de comunicación son los inconscientes que
ponen en riesgo su vida y la de las demás tontamente. Como esos dos jóvenes que
hacían botellón con otros que lograron huir en un parque público en Silleda
(cerca de Santiago de Compostela).
6.
Crisis sanitaria, económica y laboral
El coronavirus, al amenazar la salud de
todos por igual, trae consigo una crisis sanitaria. Pero, además de producir un
incremento extraordinario en el gasto sanitario y farmacéutico, está generando
una crisis económica que, hoy por hoy, es muy difícil de cuantificar. El
cierre temporal de empresas supone pérdida de productividad y de riqueza.
El cierre de fronteras y la suspensión de celebraciones (Fallas, Semana Santa…)
repercute de modo directo y muy fuerte en la hostelería, el turismo (el 20% de
nuestro PIB), y el comercio (los autónomos tienen que afrontar unos gastos
fijos sin tener ningún ingreso).
Por
otra parte, las familias se van a ver obligadas a echar mano de unos ahorros
que quedaron muy menguados con la crisis anterior. El plan económico presentado
por el presidente de Gobierno paliará en parte la situación, pero la
recuperación económica será lenta y asimétrica. La hostelería y el turismo
tardarán en recuperarse, pues dependerá de cómo evolucione la epidemia no
solo en nuestro país, sino también en los países de procedencia de los turistas
que nos visitan (el año pasado batimos el récord: nos visitaron 82,8 millones
de turistas).
Todo
esto deviene en crisis laboral: muchas empresas se verán obligadas a hacer reestructuración
de plantillas, muchos autónomos no podrán mantener a flote sus negocios, y
muchos trabajadores irán al paro. Como consecuencia de todo esto, la clase
media se verá “adelgazada”, y el país se endeudará más de lo que ya está.
Quienes compren la deuda serán quienes decidirán. Así que superaremos la
epidemia por coronavirus, pero seremos un país más pobre y con un Estado de
Bienestar con menos prestaciones.
7.
Nuestras vergüenzas, al descubierto
Es muy loable el trabajo que están
realizando los profesores con sus alumnos a través de sistemas ‘online’, con el
fin de que niños y niñas puedan continuar adquiriendo conocimientos, y el curso
académico se vea lo menos perjudicado posible. Sin embargo, muchos padres y
madres con hijos en Primaria (es donde más se visibiliza el problema) tienen
serias dificultades para funcionar con el ordenador y ayudar a sus hijos en las
tareas académicas. Y es que hay una parte significativa de la población
que, por falta de medios, de formación o de interés, es tecnológicamente
“analfabeta”.
Y
este es un problema serio en tres sentidos: 1) El que la gente esté todo
el día con el móvil en la mano viendo fotos o mandando wassap no significa que
sepan funcionar con un ordenador: confundimos utilización con capacitación;
2) Disponemos de unos medios tecnológicos que poseen una capacidad muy
superior a la que tienen las personas para utilizarlos de forma provechosa. Si
se me permite la imagen, tenemos botas de siete leguas; pero muchas personas
poseen unas piernas que solo les permiten dar pasos de cincuenta centímetros.
En el futuro inmediato corremos el peligro de que los medios tecnológicos y
la ambición por progresar nos lleven a creer que lo deseable es posible; y,
en aras de tal empeño, dejemos atrás a muchas personas y familias. Sería
terrible que ahora nos empeñemos en no dejar a nadie atrás y, una vez superada
la epidemia, y aceptado el teletrabajo, las plataformas digitales y otra serie
de avances tecnológicos, nos olvidemos de los que no son capaces de adaptarse a
las nuevas tecnologías. 3) La pobreza, además de económica, es
educativa y afectiva. Quien no tiene medios para formarse y carece de amor
corre la carrera de la vida con una enorme desventaja. En semejantes
condiciones, la pobreza no solo se padece, sino que, además, se transmite de
padres a hijos.
8.
Días de miserias y mentiras
A medida que pasan los días, el
confinamiento se nos va haciendo más cuesta arriba a todos. El pasado 19 de
marzo, una mujer de 35 años era asesinada en su domicilio de Almassora
(Castellón) por su compañero delante de sus dos hijos menores. En una situación
así, de convivencia extensa e intensa, los casos de violencia doméstica
aumentarán. Y también saldrán a la luz adicciones, dobles vidas, y otras
miserias que algunas personas mantienen ocultas.
Tenían
planes urdidos y mentiras que les funcionaban en su “normal” sistema de vida.
Pero, a partir de la declaración del Estado de alarma, quedó rota esa normalidad
y, a medida que se prolongue la presente situación de confinamiento, resultará
difícil urdir mentiras, y lograr que todos los elementos encajen sin que los
demás se den cuenta de eso que hasta ahora han logrado mantener en secreto o
disimular. Habrá personas que sufrirán al verse engañadas o utilizadas, y cuando
volvamos a la normalidad muchas relaciones de amistad, parejas y familia se
habrán roto.
Estos
días está circulando a través de wassap la declaración de una científica
española a un grupo de periodistas: “Ustedes le dan a un futbolista 1 millón de
euros por mes, y a un biocientífico 1.800 euros por mes. Y ahora están buscando
un tratamiento para este virus; pues busquen a Cristiano Ronaldo o a Messi para
que encuentren la cura”. Se trata de una falsa noticia (no se cita el
nombre de la científica, ni los periodistas a los que hace la declaración. De
ser cierta, les hubiera faltado tiempo para contar todo con pelos y señales).
Sin embargo, el bulo contiene una gran verdad de fondo: el futbol en nuestro
país está sobrevalorado. Es cierto que entretiene, entusiasma, satisface, y
da trabajo a miles de personas; pero es un disparate que un futbolista pueda
ganar cuarenta veces más que un presidente de gobierno, cien veces más que un
médico o mil más que un maestro cuando la responsabilidad de un presidente de
gobierno, de un médico o de un maestro es mucho más grande y de mayor calado.
Dado que nos vamos a tener que apretar todos el cinturón ¿No habrá llegado el
momento de reestructurar económicamente el futbol en primera y segunda
división? ¿Cómo se puede entender que un país que se ve empobrecido por una
epidemia tenga una liga de futbol que maneja un presupuesto económico superior
a Investigación y Universidades, lucha contra la droga, o contra la violencia
de género?
9.
Despojados del último adiós en compañía
El lunes día 16, deberíamos haber celebrado
el funeral de una señora mayor que había fallecido el viernes día 13. Pero no
se llegó a celebrar porque ya estaba declarado el estado de alerta, y la
familia ha decidido aplazarlo y celebrarlo cuando todo esto pase. Sin embargo, a
lo largo de todos estos días, y por distintos motivos, las personas se
siguen muriendo sin la cercanía de los suyos, y sus entierros se llevan a
cabo sin celebración litúrgica.
Esta
situación pone de manifiesto –de una manera descarnada y brutal– el carácter
insignificante a que queda reducida la vida humana cuando se la despoja de dos
dimensiones que le son constitutivas: la relacional y la transcendente. Somos
lo que somos gracias a Alguien, ante Alguien y para Alguien. Y somos con
otros que nos ayudan a ser, y a los que ayudamos a ser. Sin esta relación
con Dios y el prójimo, la vida humana se vuelve tan plana e insignificante como
la de un perro o un caballo.
10.
¿Dónde está Dios?
En medio de esta situación hay personas
que, como el pueblo judío en medio del desierto, se pueden preguntar: ¿dónde
está Dios? Recuerdo que Elie Wiesel, superviviente del campo de exterminio
de Auschwitz-Birkenau, en su libro de memorias ‘La noche’, cuenta cómo tras
la fuga de varios presos del campo, los alemanes eligieron arbitrariamente a
tres presos, dos adultos y un niño, con el fin de ahorcarlos y dar un
escarmiento al resto de los presos. Los SS nos mandaron formar a todos, y los
cuellos de los tres condenados fueron introducidos en tres lazos. “Viva la
libertad”, gritaron los adultos. Pero el niño no dijo nada. “Detrás de mí,
cuenta Elie Wiesel, alguien en voz baja preguntó: ‘¿Dónde está Dios? ¿Dónde
está?’ Las tres sillas cayeron al suelo… los dos hombres ya no vivían…, pero la
tercera cuerda aún se movía…, el niño agonizaba, retorciéndose en la horca…
Detrás de mí el compañero seguía preguntando: ‘¿Dónde está Dios? ¿Dónde está
Dios?’ Y dentro de mí oí una voz que respondía: ‘¿Que dónde está? Ahí
está, colgado de la horca‘”.
Podemos
reconocer en este relato lo que nos dice el mismo Jesús en el evangelio: “Los
justos le preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer o
con sed y te dimos de beber? ¿cuándo estuviste enfermo y fuimos a verte? Y Él
nos contestará: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos
hermanos míos más necesitados, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 38-40).
Dios
está en cada enfermo afectado por el coronavirus que
se encuentra aislado, y en sus familiares que viven con angustia dicha
situación. Dios está, también, en cada uno de los profesionales sanitarios
que, a pesar de saber el riesgo que corren, fieles a su vocación, atienden a
los enfermos. Dios está en las personas mayores que, solas o en las
residencias, se encuentran preocupadas y con un cierto miedo. Dios está en esos
hijos y nietos que protegen, cuidan y atienden a sus padres y abuelos. Dios
está en cada uno de los proveedores de artículos de primera necesidad,
almacenistas, transportistas, cajeras, policías, conductores de medios de
transporte, basureros, profesores, locutores de radio… que en medio de esta
situación nos hacen la vida más llevadera.
Dios
está en esas familias donde alguno de sus miembros sufre una enfermedad mental.
Dios está en cada persona que ayuda a sus vecinos mayores, y les aporta
cercanía y humanidad en este confinamiento. Dios está en esos padres y madres
que, a pesar de estar preocupados por su futuro laboral, hacen las tareas de
casa, hablan y juegan con sus hijos, y organizan actividades compartidas (ver
una película o las fotos de las vacaciones, hacer un karaoke o una velada
literaria…) y tratan así de hacer más llevadero el confinamiento a toda la
familia. Dios está en cada persona que sufre, y en quien hace las cosas
pensando en los demás.
Espero
que estas reflexiones te hagan más llevadero este tiempo de confinamiento.
Y me alegraría mucho si te estimulan a poner por escrito tus propios
sentimientos o hacer un pequeño diario de estos días, bien solo o en familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.