en V.I.
«El escándalo de los abusos y la
deslegitimación del episcopado han creado un gran vacío de poder en la Iglesia»
de Estados Unidos, en donde se aplica «una mentalidad de corporación, en la que
el Papa es visto como el administrador delegado y los obispos como sus
gerentes, a quienes él puede simplemente despedir». Lo explica en esta
entrevista con Vatican Insider el profesor de teología y estudios religiosos
Massimo Faggioli, de la Villanova University de Filadelfia.
¿Qué ha surgido con la publicación del informe de Pennsylvania y por qué ha
sacudido tanto a la opinión pública?
El Gran Jurado instituido por el procurador general de Pennsylvania
presentó el 14 de agosto un informe que expone con detalles (1400 páginas) la
manera en la que los directivos de la Iglesia católica en seis diócesis de
Pennsylvania ocultaron los abusos sexuales cometidos por el clero (300
sacerdotes acusados; más de mil víctimas) en los últimos setenta años (en las
otras dos diócesis del estado, entre las que está Filadelfia, se había
presentado un informe hace algunos años). Surge un marco de encubrimiento
sistemático, “de manual”, de los casos de pederastia cometidos por el clero. Un
informe semejante, por extensión, pero mucho más sistemático y científico, es
el que publicó el John Jay College de la City University of New York en 2001.
Los hechos del Gran Jurado no son nuevos, sino en gran parte “históricos”, es
decir que se verificaron (en su mayoría) a lo largo de un período que llega
hasta los años noventa. El informe ha sorprendido a la opinión pública por
algunos motivos. En primer lugar, casi ninguno de los acusados será procesado,
no solo porque algunos han fallecido mientras tanto, sino porque los delitos
han prescrito. Un segundo factor es la importancia de la Iglesia católica en
Pennsylvania, que es uno de los estados cuna del catolicismo estadounidense,
tanto en la historia de los últimos dos siglos como en la actualidad
(Filadelfia y Pittsburgh son dos diócesis que han dado un elevado número de
obispos a la Iglesia estadounidense). El Informe fue publicado en un momento en
el que otros escándalos crean un mosaico particularmente inquietante para la
Iglesia en Estados Unidos: las revelaciones sobre la doble vida del ex
arzobispo de Washington, McCarrick, que provocaron su renuncia del Colegio
Cardenalicio (una sanción con poquísimos antecedentes en la historia), y una
serie de investigaciones sobre algunos seminarios estadounidenses (Boston,
Lincoln, Filadelfia), surgidas gracias a denuncias de abusos sexuales contra los
seminaristas dentro de los mismos seminarios.
¿Qué surgió contra el cardenal Donald Wuerl? ¿Qué le parece su posición?
En contra del cardenal Wuerl hay un panorama complejo: por una parte, Wuerl
no tuvo miedo de enfrentarse al tribunal de la Signatura Apostólica del
Vaticano, que quería que se volviera a admitir a un sacerdote de la diócesis de
Pittsburgh al ministerio (y Wuerl prevaleció), mientras
en otros casos parece que hubiera colaborado en el encubrimiento de algunos casos, por ejemplo sin ofrecer a la diócesis de llegada de un sacerdote pederasta proveniente de su diócesis toda la información sobre el caso. Es una posición muy difícil, sobre todo porque Wuerl se ha convertido en un símbolo (obispo de Pittsburgh de 1988 a 2006 y arzobispo de Washington desde 2006), más allá de las acusaciones en su contra, de las que no se ha podido defender en público. Un elemento esencial para comprender el contexto es que los escándalos son también la oportunidad, para el catolicismo neo-tradicionalista de las jóvenes generaciones estadounidenses, para atacar a obispos y cardenales cercanos al Papa Francisco. El escándalo de los abusos y la deslegitimación del episcopado han creado un gran vacío de poder en la Iglesia de Estados Unidos y es un vacío que alguien llenará. Se engañan quienes piensen que la solución es la renuncia masiva de todos los obispos estadounidenses: el vacío dejado por los obispos no lo llenarán los simples laicos.
en otros casos parece que hubiera colaborado en el encubrimiento de algunos casos, por ejemplo sin ofrecer a la diócesis de llegada de un sacerdote pederasta proveniente de su diócesis toda la información sobre el caso. Es una posición muy difícil, sobre todo porque Wuerl se ha convertido en un símbolo (obispo de Pittsburgh de 1988 a 2006 y arzobispo de Washington desde 2006), más allá de las acusaciones en su contra, de las que no se ha podido defender en público. Un elemento esencial para comprender el contexto es que los escándalos son también la oportunidad, para el catolicismo neo-tradicionalista de las jóvenes generaciones estadounidenses, para atacar a obispos y cardenales cercanos al Papa Francisco. El escándalo de los abusos y la deslegitimación del episcopado han creado un gran vacío de poder en la Iglesia de Estados Unidos y es un vacío que alguien llenará. Se engañan quienes piensen que la solución es la renuncia masiva de todos los obispos estadounidenses: el vacío dejado por los obispos no lo llenarán los simples laicos.
En algunas de las réplicas al informe del Gran Jurado ha habido obispos que
critican algunas de sus interpretaciones en relación con los encubrimientos.
¿Qué puede decir al respecto?
El informe del Gran Jurado es el resultado no de un proceso, sino de una
investigación. Por lo tanto, el informe del Gran Jurado es el documento de la
acusación: los jurados escuchan y ven solamente lo que los procuradores de la
acusación producen ante ellos y, por lo tanto, en el informe no existe la
posibilidad para que se defiendan los acusados. En este sentido, es
perfectamente comprensible que la Santa Sede no quiera basarse sobre un informe
del Gran Jurado (y sobre las reacciones de la prensa) para decidir la suerte de
muchos obispos implicados en el encubrimiento de los abusos. El caso de
Pennsylvania es diferente, por ejemplo, del caso del obispo de Adelaide
(Australia) que renunció hace algunas semanas, después de la sentencia del
tribunal. Por otra parte, el Gran Jurado publicó también los documentos
originales que, si no representan la última palabra desde el punto de vista de
la responsabilidad penal, hay una responsabilidad moral y pastoral por parte de
algunos obispos que es difícil no ver.
El informe reconoce que la Iglesia ha dado pasos positivos en los últimos
años. ¿Cuál es la percepción en Estados Unidos al respecto? ¿Se ha afirmado una
cultura de la protección de los niños?
Diría que se está afirmando. Puedo atestiguar personalmente que tuve que ir
a dos cursos de prevención de abusos (uno como padre de niños que van a una
escuela católica y otro como profesor de una universidad católica). La Iglesia
estadounidense ha dado enormes pasos a partir de 2002, gracias a la llamada
“carta de Dallas”: es uno de los hechos positivos que el informe del Gran
Jurado reconoce. El problema es que los casos de abusos sexuales por parte del
clero son denunciados años o décadas después: entonces, la Iglesia debe
prepararse a un periodo muy largo (durante, por lo menos, toda la próxima
generación) de revelaciones de abusos cometidos antes de la aplicación de las
líneas guía y de los protocolos elaborados después del escándalo revelado por
el “Boston Globe” en 2002 (después de alrededor de una década de denuncias por
parte de la prensa católica progresista desde los años noventa, y
sistemáticamente ignoradas).
¿Por qué, en su opinión, la carta de Francisco al “pueblo de Dios” sobre el
tema de los abusos ha sido tan criticada? ¿Qué es lo que se espera que haga?
La carta ha sido apreciada porque identifica el problema del clericalismo
como la cuestión principal. Ha sido criticada porque no enuncia pasos concretos
que hay que dar o que se han dado en la lucha contra los abusos sexuales y
contra el silencio en la Iglesia. Especialmente en Estados Unidos se espera que
el Papa Francisco pase a una fase legislativa y ejecutiva en relación con la
“accountability” de los obispos que no vigilaron (o peor). Se espera que el
Papa Francisco haga con una lista de obispos estadounidenses lo que ya ha hecho
en otros casos, es decir aceptar la renuncia o invitar a que estos obispos
renuncien. Después está la cuestión de la corresponsabilidad del laicado y de
la sinodalidad en la Iglesia (que permanece en el papel, después del discurso
de Francisco de octubre de 2005) y de la formación del clero en los seminarios,
que en Estados Unidos es un problema serio. La distancia entre el Vaticano y
Estados Unidos es también cultural: por una parte, la cultura estadounidense se
toma muy en serio las leyes y tiende a aplicar a la Iglesia una mentalidad de
corporación, en la que el Papa es visto como un administrador delegado (CEO) de
la Iglesia católica mundial, y los obispos como sus gerentes, a quienes el Papa
puede simplemente despedir. Por otra parte, el “demos” estadounidense siempre
sospecha de la autoridad y de la élite (política, cultural y religiosa: la
deslegitimación del episcopado estadounidense debe entenderse en este marco).
También hay que decir que hay un problema de comunicación institucional por
parte del Vaticano, que no logra alcanzar al mundo anglófono y,
particularmente, estadounidense: durante el Pontificado del Papa Francisco se
han hecho cosas importantes en el frente de la lucha contra la pederastia, pero
no hay una comunicación eficaz, que en este ámbito es crucial, no solo para
defender al Papa, sino también para la reputación misma de la Iglesia.
Francisco, en la carta, acusa al clericalismo y al abuso de poder. Varios
de los que lo critican afirman que el verdadero problema es la homosexualidad
extendida y practicada en el clero. ¿Qué le parece?
La actual crisis es diferente de la de 2002, porque entonces estaba el Papa
Juan Pablo II, que era el garante con respecto a la transición de la Iglesia
del Concilio al post-Concilio. La Iglesia estadounidense en los últimos quince
años ha vivido una radicalización del conservadurismo religioso en el sentido
de un neo-tradicionalismo, especialmente en las jóvenes generaciones de
sacerdotes e intelectuales. La actual crisis de los abusos es interpretada por
ellos como un fenómeno que nace de los errores del Concilio mismo y no solo del
post-Concilio, y se relaciona con el surgimiento de la cuestión homosexual y de
la legalización del matrimonio homosexual en Estados Unidos en 2015. Este
catolicismo neo-tradicionalista cree que los abusos sexuales son cometidos
solamente por el clero homosexual (cosa que los datos del informe del John Jay
College desmienten) y que la crisis de los abusos puede ser resuelta por una
especie de jacobismo católico que debería eliminar a todos los obispos y
sacerdotes mínimamente comprometidos en el diálogo con la cultura moderna, para
sustituirlos con un clero joven caracterizado por una santidad personal y por
una fascinación por una Edad Media mítica y por el rechazo de una relación
Iglesia-mundo basada en el principio de realidad. La homosexualidad en el clero
es una cuestión que debe ser afrontada, pero la crisis de los abusos no se
resuelve convirtiendo a los homosexuales de la Iglesia en chivos expiatorios de
un escándalo que tiene raíces antiguas, que se remontan a mucho antes del
Concilio Vaticano II. El debate sobre el escándalo de los abusos cometidos por
el clero corre el peligro de convertirse, desgraciadamente, en otro capítulo de
la historia de las “batallas culturales” de los últimos 30 años del catolicismo
estadounidense.
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