Escribo estas líneas mientras oigo de fondo voces de adolescentes que gritan juegan y ríen. Escribo desde unas convivencias de verano en nuestro Pirineo. En este largo encuentro con chavales, intentamos ayudarles a descubrir, a través de experiencias y testimonios, un modo de entender la vida en la que la generosidad y la solidaridad con el otro nos hagan descubrir lo mejor de nosotros mismos. Con Jesús de Nazaret como telón de fondo, los chavales van haciéndose preguntas y descubriendo que el amor es lo más hermoso que podemos vivir.
Mientras oigo el griterío, miro las noticias
electrónicas y veo los resultados de las elecciones. Es curioso, ningún chaval
ha preguntado quién había ganado. Preocupados, eso sí, por una selección de
fútbol que ha acabado perdiendo, no han manifestado ningún interés por los resultados
electorales, ni la más absoluta mención.
Esa distancia, ese desencuentro entre política y
adolescentes es más que significativo. Y es que ellos, que no tienen ningún
pudor en decirlo, están hartos; hartos de palabras, de descalificaciones, de
insultos, de corruptelas, de promesas. El discurso de los políticos suena a tan
vacío que ha conseguido ser absolutamente irrelevante para muchos chavales. Si
uno de ellos saca el tema de la política, siempre hay otro que termina diciendo
“Todos son iguales” y a otra cosa mariposa, a otro tema más interesante, el
resultado de los partidos o los ligues de los cantantes.
Me preocupa una generación que está cansada de los
políticos sin haber tenido tiempo de saborear la democracia.
Tengámoslo todos en cuenta. A los educadores nos
tocará alentar la convivencia democrática en los jóvenes; a los políticos les
tocará, dejarse de milongas, ponerse de acuerdo y comenzar a gestionar la
convivencia en un país, en las que las siglas de los partidos parece que
prevalecen a la concordia, en donde se rehúye el saludo al adversario y en
donde parece que para triunfar hay que ser un sinvergüenza o un maleducado.
Pónganse de acuerdo, señores políticos, entonen el
mea culpa por su testimonio patético de no querer pactar hasta el punto de
llevarnos a unas segundas elecciones, y recuperen la credibilidad en un país en
el que, con su actuación, han conseguido la desconfianza de los mayores y la más
absoluta ignorancia de sus jóvenes.
JOSAN MONTULL
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