Jesús Martinez Gordo
El debate, recientemente abierto, por
una
parroquia de la diócesis
de Bilbao aconsejando
no dar limosna a las
personas que la piden en la entrada de la iglesia y canalizarla hacia Caritas diocesana, ha sido
objeto de un interesante diálogo entre algunos de los que formamos parte del
Foro de curas de Bizkaia.
Con estas líneas quisiera aportar mi
reflexion sobre un asunto que, si siempre es delicado, lo es de modo particular
en los tiempos que corren. Creo que es preciso ubicar el
hecho concreto en el marco de una cuestión mas amplia: el modelo de
organización de la dimensión de la caridad y la justicia que está en juego en
nuestra diócesis de Bilbao (que no de Cáritas).
1.- En los últimos años he tenido la
inmensa suerte de encontrarme con muchas personas trabajando voluntaria y
profesionalmente en Caritas y con algunas personas (no muchas, es cierto) que
lo han hecho de manera “carismática” con un cierto respaldo (por lo menos
consentido) de otras organizaciones (la mayoría, eclesiales):
1.1.- una monja que iba
una noche si y otra también de bar de alterne en bar de alterne para contactar
y ayudar (en lo que podía, que no era mucho) a las latinoamericanas y rumanas
que ejercían la prostitución porque era el único medio que tenían para ganarse
la vida y mandar algún dinero a sus
familias.
1.2.- un fraile que vivía
en los vagones de trenes abandonados, compartiendo destino con otros vagabundos
1.3.- una maestra que
daba clases en una prisión de mujeres y que conoció ese durísimo mundo desde
dentro y no sólo de visita. De esta última hay algo publicado en la revista
“Surge” de la Facultad de Teologia de Vitoria
2.- Cuando hablo de la dimensión carismática de la
caridad y de la justicia me refiero a quienes tienen una vocación particular
para contactar y relacionarse también con los alejadas (por las razones que
sean) de la institución Caritas y de otras instituciones eclesiales (y también
civiles). Entiendo que una pastoral de caridad y justicia diocesana con futuro es la que sabe promover, acompañar y articular estas
vocaciones carismáticas sin que queden deglutidas en la institución y sin que
la institución “enloquezca” por mantener una relacion de cordial colaboración
con ellas.
3.- Ambos (instituciones y
carismáticos) tienen sus puntos fuertes y también sus riesgos. Me centro (por
no alargarme) en los riesgos: si el de los carismáticos es el “buenismo” y
llevar la institución a la ruina o al desastre “económico”, el de la
institución es, por lo menos, el de una capitalización de casi todos los
recursos y el de una cierta dictadura de la norma que, aunque pactada, acaba
dejando en algunos casos mal cuerpo porque se tiene la impresión de haberse
comportado coherentemente con la norma acordada, sin poder evitar el regusto de
estar incubando una cierta dureza
de corazón que chirría. En este caso, la de aconsejar no dar limosna (para no
favorecer ni incrementar la mendicidad) y la de canalizar dichos recursos a la
labor (admirable, por tantos motivos) de reinserción que desarrolla Caritas.
En nuestra diócesis de Bilbao y en nuestras parroquias la
institución (en este caso, Caritas) tiene demasiado peso en todo lo referente a
la caridad y la justicia y los pocos carismáticos que de vez en cuando afloran
son aparcados por sus “locuras” o, simplemente, por el temor a que puedan
hacerlas.
Y así nos podemos encontrar con alguna iniciativa
“carismática” (por su impronta eclesial) reconocida social y civilmente e
ignorada eclesialmente o, por lo menos, objeto de recelos domésticos: “va por
libre”, “no hay quien lo controle”…
4.- Aterrizando: hoy (como ayer)
seguimos encontrándonos con una Caritas desbordada por las solicitudes de ayuda
y con un voluntariado muchas veces descorazonado y quemado por la impotencia
que ello genera. Entiendo que haya gente que pida (“por el morro” o
desesperadas o coaccionadas por mafias y familiares o, simplemente, porque no
les queda otra salida ) en las puertas de las iglesias. Entiendo que se
recuerde que la manera más “eficaz” de ayudar es a través de Caritas, pero yo
nunca diré (y menos, públicamente) que no se les dé limosna. Yo procuro evitar
dar limosna, pero no lo logro. No tengo agallas para predicar que los pobres
son los preferidos de Dios y negarles sistemáticamente la ayuda que piden, a
pesar de colaborar económicamente con Caritas y otras instituciones. En este asunto, prefiero pecar de “buenismo”.
5.- Pregunto: estas personas, fuera
de la órbita reinsertiva de Caritas y de otras instituciones eclesiales y
sociales ¿no están necesitadas de gente “carismática” que sepa acompañarlas
desde su situación? Yo creo que si. Hace falta promover y predicar un poco de
locura en este asunto. Ya sé que esto puede sonar a demagogia, pero no importa.
La cordura es lo que me pone realmente nervioso
6.- Para acabar (pero no finalmente),
creo que un primer paso en la búsqueda del equilibrio perdido entre carisma e
institución en nuestra diócesis de Bilabo es la promoción en los territorios
del ministerio laical de la caridad y de la justicia. Se trataría de un
ministerio pastoral
que
sea la voz de nuestras comunidades en el mundo de la pobreza y, a la vez, de
ese mundo en nuestras comunidades. Por
tanto, no de un profesional
(asalariado) de Caritas.
Y también la potenciación
de vocaciones presbiterales en este mismo sentido, aunque nos vuelvan locos y
nos pongan contra las cuerdas con sus “excentricidades” de “buenismo”. Ya habrá
tiempo para reflexionar y reconducir lo que haya que reconducir.
Lo importante es que haya alguien con el coraje requerido
para abrir brecha. Está bien que haya consiliarios de Caritas, pero, creo que
en nuestros días (como en tantas otras ocasiones a lo largo de la
historia) también necesitamos
curas un poco más “carismáticos” que se sepan respaldados, por lo menos, por el
Foro. Y que se sientan empáticamente acogidos. Es el primer paso para poder
ejercer, cuando sea oportuno, la crítica. Si es que hay que hacerla. Y también
para escuchar lo que ellos tengan a bien decirnos.
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