viernes, 22 de agosto de 2014

Los tres curitas y el vicario feroz


El otro día subieron a mi autobús dos aldeanos que volvían de  asistir a un funeral celebrado en una parroquia de nuestra provincia. Al hablar entre ellos en voz alta se podía seguir muy bien su conversación, aunque su euskera era tan cerrado que algunos matices se me escapaban.
 
El aldeano con txapela se desdecía en elogios sobre el cura que había dicho la misa y expresaba su pena porque dicho sacerdote abandonaba este verano aquel pueblo.
 
El aldeano sin txapela le explicaba como habían sido las cosas, no en vano, su mujer era catequista y amiga de uno de los curitas de dicha parroquia.
 
En resumidas cuentas, eran tres los curitas de la parroquia: el curita párroco, muy amigo del señor Obispo, el curita aprendiz o jovencito, y el curita que acababa de celebrar el funeral, el curita que se marchaba.
 
Le explicaba el aldeano sin txapela a su compañero, y a quien quisiera escuchar, que un día llegó el Vicario feroz y dió la orden de que los tres curitas tenían que abandonar la parroquia. Un nuevo equipo se haría cargo de la misma. No había excusas.
 
El curita párroco explicó, contaba el aldeano ilustrado, que era absurdo un cambio total de equipo, que alguien tenía que pasar el testigo a los nuevos, que él no se movía.
 
El Vicario feroz llamó al Obispo. Éste se encontraba en un aeropuerto: tras una novena a la Virgen, en una provincia del sur de España,  viajaba a Roma, a un encuentro  con simpatizantes de la Obra. Así y todo, fue resolutivo: "ofrécele estudiar un año en Madrid y a la vuelta párroco de la catedral... de Santiago, la otra ya está ocupada". Ni por esas, el curita párroco se hizo una casita de cemento, y aunque el Vicario feroz soplaba y soplaba, allí se quedó.
 
El curita joven, recién salido del seminario, fiel al Obispo, en un comienzo aceptó el nuevo destino que le ordenaban. La obediencia es la obediencia, dicen que dijo. Pero le dio vueltas a la cuestión, se lo pensó un poco más, y al final le dijo al vicario que no, que no se movía. Se hizo otra casita de cemento y a la puerta puso el cartel: La salud es la salud.
 
El curita mayor, ya en edad de jubilarse, con un enorme deseo de terminar sus años en la parroquia, al final fue el único que aceptó la decisión del Vicario feroz de cambiar de destino, aunque no fuera esa la costumbre de los curas jubilados en la vicaría, o eso explicó el aldeano ilustrado e informado al aldeano con txapela.
 
Tras unos segundos de silencio, el aldeano con txapela soltó la siguiente joyita:
-Si yo fuera el obispo me preocuparía si sólo los curitas del Foro me hicieran caso con los nuevos destinos y  los curitas obedientes se...
 
Aquí ya no pude entender el final de la sabia frase. Tenía que bajarme en la siguiente parada y me levante, con pena, con mucha pena, para tocar el timbre del autobús. Había llegado a mi destino.


NOTA: Resulta útil (e inútil al mismo tiempo) repetir que lugares y nombres son resultado de la invención. Y a quien pudiera quejarse de alguna coincidencia, le recuerdo que la vida misma (muy superior, en cuanto a invención, a la fantasía) no es más que una pura coincidencia.

Juan San Sebastián

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