(De RyL)
Por un lado están quienes —amparados en el poder de su
dinero, de sus privilegios y comodidades— han actuado eficazmente para
silenciar la Evangelii gaudium... (Marco A. Velásquez).
No hay duda que el papa encuentra una férrea oposición
dentro de la Iglesia. Los hechos están a la vista. Mientras unos expresan de
manera cada vez más abierta sus diferencias; otros lo hacen sentir de manera
menos visible y explícita.
En un
comienzo lo criticaron por la sencillez de sus atuendos, luego por su libertad
litúrgica, más tarde por su crítica al sistema económico. Ahora les molesta que
visite a sus amigos -más bien que tenga amigos, peor aun sin son judíos,
musulmanes o pentecostales. No les gusta que ría, que juegue, que sorprenda,
que improvise, que dialogue, que telefonee, en resumen, que actúe humanamente.
En un
plano más reservado, el descontento se acompaña de la felonía del chisme, donde
la indignación con el papa cunde por su crítica y denuncia sistemática contra
la corrupción del clero. No le perdonan que exponga públicamente sus
debilidades, aunque con ello el papa busque contener el proceso de degradación
que experimenta
la noble y necesaria función sacerdotal.
la noble y necesaria función sacerdotal.
En un
nivel más elevado, y de manera más orgánica, se estructura una oposición
dogmática contra el magisterio del papa Francisco. Silenciosamente va tomando
fuerza una corriente teológica que, sin pudor, va enmendando la plana a los
anhelos reformistas del papa.
Por un
lado están quienes -amparados en el poder de su dinero, de sus privilegios y
comodidades- han actuado eficazmente para silenciar la Evangelii gaudium.
Sorprende que una exhortación pontificia tan incisiva no sea suficientemente
socializada en foros, seminarios, jornadas u homilías; menos aun en tiempos de
globalización de las comunicaciones.
Por
otro lado, están quienes, convencidos de defender el buen Nombre Dios,
advierten públicamente contra todo gesto de apertura o supuesta laxitud moral
que pueda desencadenar la misericordia papal. En esta categoría caben los temas
relativos a la comunión y confesión de las personas separadas o divorciadas
vueltas a casar, los temas de la moral sexual, la ordenación de los viri
probati y de las mujeres, así como los nombramientos de obispos, entre otros.
La
oposición al papa se articula bajo la misma estructura piramidal de la Iglesia
y opera en forma directamente proporcional al poder eclesial. Donde hay más
poder, hay mayor oposición. Consecuente con ello, los núcleos de oposición
están radicados en la jerarquía, y más precisamente, en no pocos obispos.
Quienes
se aglutinan tras la oposición del papa son los obispos que han comprendido su
ministerio episcopal bajo una concepción administrativa de ejercicio de poder
eclesial. Son quienes han renunciado a asumir la tarea episcopal como un
encargo evangélico orientado eminentemente al servicio del Pueblo de Dios. Son
los obispos que se han dejado guiar por sus propios miedos y prejuicios, más
que por la guía fiable del Espíritu Santo. Son quienes no confían en su clero
ni en sus fieles, y que consecuentemente dedican gran parte de su tiempo a
controlar, reprimir y sancionar. Son quienes se dejan interpelar más por el
Código de Derecho Canónico que por los Evangelios. Son quienes no han asimilado
esa gracia divina de la misericordia y que por tanto “dicen una cosa y hacen
otra. Atan cargas pesadas, imposibles de soportar, y las echan sobre los
hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas ni siquiera
con un dedo.” (Mt 23, 3b – 4). Son quienes, en definitiva, apagan el Espíritu y
quienes han sumido a la Iglesia, de todos, en una crisis de grandes
proporciones, habiendo tanto bien que compartir y tanto sufrimiento que
contener.
Mientras
ayer la Iglesia era remecida por vergonsosos escándalos provocados por algunos
de sus ministros, en el presente aflora en la conciencia del Pueblo de Dios esa
otra crisis, que persiste a través de la historia, es la crisis que provoca la
tentación del ejercicio del poder en la Iglesia. Esta es la crisis que afecta
de manera más incisiva al servicio apostólico del papa Francisco y que lo lleva
insistentemente a pedir que el Pueblo de Dios lo sostenga con la oración.
El
papa, como fiel hijo de san Ignacio de Loyola, con su testimonio actualiza esa
Guerra del Reino descrita en los Ejercicios Espirituales. La escena de un campo
de batalla donde se enfrentan la vida y la muerte, el bien y el mal, y donde
los hombres se disponen a luchar bajo una de Las Dos Banderas, la de Jesucristo
o la de Santanás, es una adecuada escenificación para graficar las tensiones
que afectan a la Iglesia y al papa. (EE 135-149).
Tan
fuerte es la tentación del poder que invade al ministerio episcopal, que San
Agustín, como obispo bueno de Hipona, quiso advertir a sus contemporáneos y a
sus sucesores de los peligros que encierran el ejercicio del episcopado,
diciendo: “Desde que se me impuso sobre mis hombros esta carga, de tanta
responsabilidad, me preocupa la cuestión del honor que ella implica. Lo más
temible en este cargo es el peligro de complacernos más en su aspecto
honorífico que en la utilidad que reporta a vuestra salvación. Mas, si por un
lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy
con vosotros. Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros. La
condición de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la primera
comporta un peligro, la segunda una salvación.” Sermón 340.
No
está lejano el día en que el Pueblo de Dios comience a sustituir sus
reverencias por exigencias de conversión a sus pastores, porque nada alienta
más a vivir la alegría del Evangelio que el buen ejemplo de esos hombres que
están llamados a guiar a los hijos e hijas de la Iglesia. Mientras tanto, ese
mismo Pueblo seguirá sosteniendo fielmente al papa Francisco con su modesta y
agradecida oración.
Marco Antonio
Velásquez Uribe
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