La cuarta herida señalada por Rosmini se refería a la exclusión del bajo clero y del pueblo en la elección de los obispos. Hoy día se mantiene el mismo estilo de elección, con el agravante que es quizá más secreto y errático el procedimiento. Las comunidades cristianas reciben a sus pastores impuestos desde arriba, por decisiones unilaterales en las que muchas veces priman los criterios o los traumas de los nuncios y de los funcionarios vaticanos por sobre las recomendaciones de las conferencias episcopales.
Hasta 1925, en Chile como en tantos países los gobiernos presentaban al Papa una terna de candidatos en la que procuraban incorporar gente de gran capacidad y de aceptación común del pueblo. De algún modo, una opinión extra clerical se dejaba sentir en Roma. Eso terminó al separarse la Iglesia del Estado, mediante cambio constitucional. Desde ese momento la Iglesia quedaba en absoluta libertad para nombrar a los obispos. Resulta curioso sin embargo, que el primer arzobispo de Santiago nombrado en 1931 sin intervención del Estado, José Horacio Campillo, un santo y ejemplar presbítero, tuviera que salir, por la ventana, “invitado” a renunciar ocho años después. Un hecho que no sienta precedente pero que es una casualidad interesante. El actual sistema de nombramientos episcopales resulta misterioso, manipulable en las sombras, inconsulto al pueblo, sorpresivo.
Pero también es de esperar una reforma en el sistema de elección del obispo de Roma. El devenir histórico ha puesto en las manos de los cardenales una decisión demasiado importante. A su vez los cardenales son hechura (“creación”) de los obispos de Roma, que tienen un reconocimiento de primacía en la Iglesia universal. Pareciera que los presidentes de las conferencias episcopales tendrían mejor opción y mejor representación para ser electores.
El cónclave debe ser una de las pocas y más cerradas instituciones subterráneas que quedan en el mundo. Interesante como pieza de museo y tema de novelas policiales y de suspenso, pero bien lejano de la simpleza casi proletaria del evangelio. Todavía queda en la penumbra la opinión de las mujeres, de las comunidades de base, de los sencillos. No se ve la razón, aparte de ser reconocido como un sistema probado y práctico, que el cónclave reúna sólo a los cardenales, que tenga un secretismo propio de una logia, que no represente el sentir de grandes mayorías de creyentes, en el que el “pueblo de Dios” sea un mero espectador.
Se trata de una cuarta herida que va a demorar muchos años en sanar.
Hasta 1925, en Chile como en tantos países los gobiernos presentaban al Papa una terna de candidatos en la que procuraban incorporar gente de gran capacidad y de aceptación común del pueblo. De algún modo, una opinión extra clerical se dejaba sentir en Roma. Eso terminó al separarse la Iglesia del Estado, mediante cambio constitucional. Desde ese momento la Iglesia quedaba en absoluta libertad para nombrar a los obispos. Resulta curioso sin embargo, que el primer arzobispo de Santiago nombrado en 1931 sin intervención del Estado, José Horacio Campillo, un santo y ejemplar presbítero, tuviera que salir, por la ventana, “invitado” a renunciar ocho años después. Un hecho que no sienta precedente pero que es una casualidad interesante. El actual sistema de nombramientos episcopales resulta misterioso, manipulable en las sombras, inconsulto al pueblo, sorpresivo.
Pero también es de esperar una reforma en el sistema de elección del obispo de Roma. El devenir histórico ha puesto en las manos de los cardenales una decisión demasiado importante. A su vez los cardenales son hechura (“creación”) de los obispos de Roma, que tienen un reconocimiento de primacía en la Iglesia universal. Pareciera que los presidentes de las conferencias episcopales tendrían mejor opción y mejor representación para ser electores.
El cónclave debe ser una de las pocas y más cerradas instituciones subterráneas que quedan en el mundo. Interesante como pieza de museo y tema de novelas policiales y de suspenso, pero bien lejano de la simpleza casi proletaria del evangelio. Todavía queda en la penumbra la opinión de las mujeres, de las comunidades de base, de los sencillos. No se ve la razón, aparte de ser reconocido como un sistema probado y práctico, que el cónclave reúna sólo a los cardenales, que tenga un secretismo propio de una logia, que no represente el sentir de grandes mayorías de creyentes, en el que el “pueblo de Dios” sea un mero espectador.
Se trata de una cuarta herida que va a demorar muchos años en sanar.
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