Dos de los
imputados en aquel proceso eran
sacerdotes presos en la cárcel de Zamora que nos tuvieron a los demás
compañeros presos puntualmente informados sobre los preparativos del juicio.
Uno de los sacerdotes imputados, Jon Etxabe, era guipuzcoano; el otro, Julen
Kalzada, vizcaino. Por esta razón, D. José María Cirarda estuvo involucrado en
los avatares de aquel proceso.
“Mucho antes de la fecha del proceso,
D. Jacinto, obispo de San Sebastián, y yo iniciamos gestiones ante el gobierno
de Madrid pidiendo que el proceso fuera público y que no fuera un juicio
militar sumarísimo sino civil ordinario. Escribimos una carta al ministro de
Justicia, arguyendo que el decreto-ley contra bandidaje y terrorismo no estaba
en pleno vigor cuando se cometieron los hechos de que eran acusados los
implicados en el proceso de Burgos”.
El Sr. ministro nos contestó
rápidamente, diciendo que el juicio sería público, como habíamos pedido. Y nos
replicaba que era cierto que el decreto-ley contra bandidaje y terrorismo
estaba parcialmente limitado cuando se produjeron los hechos que iban a ser
juzgados, pero tocaba al gobierno y no a los obispos determinar si tenía que
aplicarse o no en el juicio que iba a celebrarse en Burgos.
D. Jacinto y yo replicamos con una
segunda carta, abundando en nuestro parecer. Expusimos los graves males que
pudieran seguirse de un juicio militar sumarísimo y urgimos nuestra petición de
un juicio con todas las garantías del Código Civil. Esta carta no mereció
respuesta. Y el juicio fue sumarísimo. Ante un tribunal militar y según el
código militar”. (pag. 218).
Según nos
iban informando los compañeros procesados, los obispos realizaron las gestiones
a las que alude D. José María Cirarda por la petición insistente de los
abogados defensores y atendiendo a las razones expuestas por los mismos. Tanto
fue así que incluso le plantearon a Julen Kalzada que pidiera la secularización
para que así hubiera una razón menos para que el juicio fuera a puerta cerrada.
El mismo Julen Kalzada firmó dos cartas redactadas por su abogado defensor,
Miguel Castels. En la primera dirigida a los correspondientes mandos militares
solicitaba que el juicio fuera público; en la segunda, dirigida a la Santa Sede, pedía
tambien que el juicio fuera público añadiendo que si el tribunal no accedía a
esta petición, se vería abocado a pedir su secularización.
Aunque la finalidad primordial de este escrito es
poner de manifiesto las inexactitudes y omisiones del libro, no me duelen
prendas en reconocer las gestiones que D. José María Cirarda realizó con motivo
del juicio de Burgos y de las gravísimas condenas dictadas en el mismo. Las
transcribo tal como él mismo las narra.
“Por mi cuenta y riesgo fui a visitar
al general García Rebull en capitanía general de Burgos días antes de la
celebración del proceso. La situación era tan tensa que me creí obligado a
utilizar su ofrecimiento de amistad y confianza mutuas para tratar directamente
con él la situación. Me recibió muy amable. Me dijo que él tambien hubiera
preferido que el juicio fuera civil y no militar, y que se alegraba de que, al
menos, fuera público como fue. Dos cosas me añadió, que me tranquilizaron un
tanto. Me dijo que según el Código de Justicia Militar, si la sentencia dictaba
penas de muerte, necesitaba la confirmación del capitán general para ser
efectiva y él no estaba dispuesto a tal confirmación, lo que, sin embargo,
podía complicar más las cosas, porque tendría que celebrarse nuevo juicio ante
el Tribunal Supremo Militar. Y añadió que el fiscal pedía una pena de muerte
para Izco, uno de los acusados por haber asesinado al comisario Manzanas en
Irún en agosto de 1968, porque al ser detenido, llevaba la pistola con que le
habían asesinado, pero era seguro que él no lo había matado, porque el día del
asesinato estaba hospitalizado en Bayona por una operación en una pierna”.
(pags. 218-19).
Da cuenta
asimismo de otras actuaciones juntamente con D. Jacinto Argaya y con la
aprobación de Mons. Tabera, Arzobispo de Pamplona.
“Fracasadas nuestras gestiones ante
el gobierno, D. Jacinto y yo decidimos escribir una carta pastoral conjunta,
que debía leerse en todas las misas parroquiales el 22 de noviembre de 1970,
festividad de Cristo Rey. Antes de publicarla, nos reunimos en Pamplona con su
arzobispo, Mons. Tabera, con quien solíamos charlar con frecuencia para
constatar nuestros criterios en temas que nos afectaban de modo parecido en nuestras
respectivas diócesis. Le dió el visto bueno a nuestra carta, aunque diciéndonos
que traería cola la alusión que hacíamos a tres clases de violencia: la
estructural, la subversiva y la
represiva.
El gobierno conoció nuestra carta el
miércoles 18, fecha en la que tuvimos que enviarla a todos los sacerdotes para
que la pudieran leer los días 21 y 22 en todas las misas dominicales. El
ministro de Justicia, Sr. Oriol, me llamó a altas horas de la noche, para
decirme que nuestra carta le había alarmado grandemente y que el ministro de la Guerra estaba irritado y
dispuesto a tomar medidas drásticas. Me pidió, por ello, que la retiráramos de
inmediato. Le contesté que los dos obispos habíamos considerado grave deber
nuestro publicarla, que estaba ya distribuída con orden de proclamarla, sin
comentarios, en las misas del domingo y que acababa de escuchar su lectura
íntegra en la emisión castellana de Radio Paris a las 11 de la noche. Le dije,
además, que yo pensaba leerla personalmente en la parroquia del Carmen de
Bilbao, en cuya casa parroquial tenía mi residencia.
-
Lo único que se me ocurre para aclarar las cosas -le añadí-
es publicar las cartas que los dos obispos nos hemos cruzado con Vd., a
las que hacemos referencia en nuestra carta pastoral.
-
No se le ocurra tal cosa -me
replicó, nervioso- Lo estropearían todo
más y más. Se despidió pidiéndome.
-
Pida a Dios que no pase nada irremediable.
Lo curioso es que el capitán general
de Burgos, Tomás García Rebull, me llamó pasadas las 12 de la noche, para
decirme que conocía nuestra carta, porque acababa de llegar de Madrid, donde
había tenido reunión con varios ministros, entre ellos el militar y el de
Justicia. Le conté lo que acababa de decirme este último y lo comentó con las
siguientes palabras textuales:
-
No me extraña. Estaba muy nervioso, como tambien el ministro de la Guerra. Pero yo les
he dicho que no tenían Vds. más remedio que publicar esa carta u otra parecida,
dada la tensión existente en todo el País Vasco. Le llamo por eso -añadió-: para felicitarles por haberla
publicado y para decirles que estén Vds.
tranquilos. No pasará nada”. (pags. 219-220).
Otras
gestiones, una vez conocida la sentencia:
“El Tribunal Militar de Burgos dictó
nueve penas de muerte, Seis eran los condenados, pero fueron dictadas dos penas
de muerte contra tres de los juzgados, entre los cuales estaba el antes
mencionado Sr. Izco”. (pag. 223).
“Tanto D. Jacinto como yo quedamos
espantados con la dureza de la sentencia. La consideramos no solo dura sino
injusta. D. Francisco Peralta, obispo de Vitoria, a quien el caso le afectaba
menos porque no tenía diocesanos condenados, se sumó a nuesta preocupación.
Juntos hicimos algunas gestiones que contaré.
La primera gestión la hice yo solo.
Fui a Burgos para hablar con el general García Rebull y le dije casi
bruscamente:
-
Mi general, no entiendo lo que ha hecho. Me dijo Vd. que Izco no había
podido ser el asesino del comisario Manzanas y es uno de los condenados a dos
penas de muerte. ¿Cómo ha podido ratificar la sentencia, que me dijo no era
firme sin su conformidad?
-
Sr. obispo -me contestó-. No sé
si he hecho bien o mal. La tensión que está sacudiendo a España estos días es
terrible y muy peligrosa. Puede suceder algo trágico. Si no hubiera firmado la
sentencia, tendría que celebrarse otro juicio ante el Tribunal Supremo de
Justicia Militar dentro de unas semanas. La situación actual no puede
prolongarse ni un día más. Estoy seguro de que el Caudillo va a conceder
indulto para todas las penas de muerte. Y he decidido firmar para evitar males
mayores”. (pag. 225).
D. Jacinto, D. Francisco y yo fuimos
a Madrid en Talgo en medio de un temporal de nieve. Estuvimos con el Sr.
Nuncio, Mons. Dadaglio. Estaba muy preocupado. Le urgimos que consiguiera una
acción personal del papa Pablo VI ante el general Franco, Jefe del Estado,
pidiendo el indulto instanter, instantius, instantissime. De su casa fuimos a la sierra de
Guadarrama en coche que el Sr. nuncio nos prestó, dado el temporal reinante,
para encontrar a D. Casimiro Morcillo, arzobispo de Madrid. Estaba ya aquejado
por los primeros síntomas de la enfermedad que le causaría la muerte. Llegamos
al convento en que se hospedaba, poco antes de comer. Le expusimos la gravedad
del momento en nuestras diócesis y en toda España, y le pedimos que hablara con
Franco, para urgirle la concesión del
indulto para las nueve penas de muerte dictadas en el proceso de Burgos. Lo
hizo de inmediato. Y tras comer con él, volvimos a nuestras diócesis”. (pag. 225).
“Franco acotumbraba dirigir un radiomensaje
a todos los españoles el 30 de diciembre.
... Dicho año 1970, Franco, fiel a su costumbre, apareció en la pequeña
pantalla. ... Y terminó diciendo que, en
virtud de sus facultades, cumplidos todos los requisitos legales, conmutaba las
nueve penas de muerte dictadas en el proceso de Burgos por la inmediata
inferior de cadena perpetua. Respiramos todos nosotros: los más afectados por
la situación y la inmensa mayoría de nuestro pueblo”. (pag. 226).
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