viernes, 2 de marzo de 2012

La cárcel de curas de Zamora 07: Visitas de D. José María Cirarda a la cárcel de Zamora


D. José María Cirarda se muestra contrariado en sus Memorias y Recuerdos porque algunos de los sacerdotes presos en Zamora nos negamos a recibir sus visitas.

“En cuanto supe que algunos de nuestros sacerdotes bilbaínos habían sido encerrados en la prisión de Zamora, fui a visitarlos. Me acompañaron  D. Juan Ángel Belda, mi asesor jurídico, obispo luego de Jaca y de León y el P. Ezcurdia, provincial de los jesuitas de Loyola, que tenía tres jóvenes estudiantes de la Compañía en dicha prisión.

Los tres detenidos por los sucesos de Orozco acudieron a nuestro encuentro llenos de cordialidad.

De los otros cinco, los que hicieron huelga de hambre en el obispado, vino a verme uno solo. Me dijo que lo hacía en nombre de los cinco con dos fines: agradecerme la visita y decirme que si quería hablar con ellos, debía publicar un escrito como el que ellos difundieron cuando se encerraron, porque entonces me llevaría (sic) a la cárcel y podríamos hablar ampliamente estando todos juntos. Al terminar nuestra reunión, el sacerdote susodicho me pidió que fuera portador de una carta que llevaba oculta. Me negué, porque no podía abusar del permiso que me habían dado para estar con mis sacerdotes sin rejas ni guardias vigilantes”. (pag. 206 - 207)

Reconozco que la petición concreta de que escribiera una carta similar al que los huelguistas del obispado habían difundido, expresada así, es exagerada. Y lo digo en primera persona porque el compañero al que se  alude  accedió a la visita, a diferencia de lo que dice D. José María Cirarda, no solo en nombre de los cinco huelguistas, sino de todos los demás sacerdotes presos , a excepción, claro está, de los “tres” detenidos por los sucesos de Orozko.

Fundamentalmente, se le quiso hacer ver  que, para proporcionarnos ayuda material y apoyo humano contabamos, afortunadamente, con mucha gente dispuesta; lo que esperábamos del obispo era que, como primer representante institucional de la iglesia diocesana, se desmarcara de la connivencia de la Iglesia con el   régimen y  denunciara las tropelías de la sanguinaria dictadura con su secuela de opresión y represión, que estaba produciéndo tanto dolor y sufrimiento y durante tanto tiempo, en Euskal Herria, con consecuencias de distinto signo, pero igualmente dolorosas todas. No estábamos dispuestos a contribuir a que las ayudas y visitas a sacerdotes represaliados se utilizaran como pantalla para aparentar un compromiso ante una situación angustiosa que, en realidad, no se asumía.  

A propósito de lo que D. José María Cirarda dice de sus frustradas visitas a la cárcel de Zamora, inevitablemente me vienen a la mente las visitas de nuestros familiares. Solamente podían visitarnos familiares de primer grado; el lugar de la visita era la llamada “sala de comunicaciones”, una sala interior, lúgubre, sin ninguna ventana,  con dos rejas metálicas paralelas que llegaban, en toda su anchura,  hasta el techo, una en la parte de los visitantes y la otra en la de los presos, con un espacio de medio metro más o menos entre ambas; en todo momento bajo la vigilancia de un funcionario; algunos funcionarios, al vigilar las visitas,  incluso se sentaban en una silla  -tanto los visitantes como los presos, de pié, por supuesto-  en el espacio de entre las dos rejas para tomar nota de lo que se hablaba en la comunicación; así llamaban  a la visita; la comunicación, de media hora, tenía que ser obligatoriamente en castellano con nuestros padres o familiares con los que nunca nos habíamos comunicado en esa lengua, bajo la amenaza de que se nos cortaría la comunicación a la primera palabra que dijéramos en euskara.

 Cuando D.  José María  Cirarda dice que se negó a ser portador de una carta que se le quería entregar en la visita que él sí podía realizar en condiciones totalmente ventajosas y excepcionales, porque no podía abusar del permiso que me habían dado para estar con mis sacerdotes sin rejas ni guardias vigilantes, no sé hasta qué punto era sensible a las condiciones tan inhumanas en que los familiares tenían que realizar las visitas a sus familiares  presos.



Tres sacerdotes y un religioso capuchino salen a un convento

Tres sacerdotes vizcaínos a los que D. José María Cirarda se refiere reiteradamente como los “tres” condenados por los sucesos de Orozco y un religioso capuchino al que no se le nombra para nada en todo el relato del libro, acogiéndose a la posibilidad que el Concordato les otorgaba para cumplir la condena en una casa religiosa, optaron por esa vía.  

“En cuanto supe que algunos de nuestros sacerdotes bilbaínos habían sido encerrados en la prisión de Zamora, fuí a visitarlos.   .... Los tres detenidos por los sucesos de Orozco acudieron a nuestro encuentro llenos de cordialidad. Me explicaron detalles de su detención y del delito del que se les acusaban. Los tres me pidieron que hiciera todo lo posible para que pudieran salir de Zamora.   ...  Les dije que haría todo cuanto estuviera en mis manos para trasladarles a una casa religiosa”. (pag. 206).

La razón que aducían para salir a una casa religiosa a cumplir su condena se recoge así en el libro:
“El clima de la prisión era tan tenso y tan antijerárquico, según me contaron, que temían perder hasta la fe, si su reclusión se prolongaba mucho”. (pag. 206).

Las gestiones para conseguir este traslado, tal como lo explica el mismo D. José María Cirarda, no resultaron nada fáciles:

“Hice gestiones ante el ministro de Justicia y ante el capitán general. El ministro decía que el asunto dependía de la autoridad militar. Y Capitanía de Burgos alegaba que el caso pertenecía al gobierno”. (pag 207).

Además de los tres sacerdotes, tambien el religioso capuchino Pablo Muñoz optó por cumplir su condena en una casa religiosa. No sabría decir por qué, pero la verdad es  que el religioso no mantenía  relación con los superiores de su orden. Por otra parte, se le acumularon problemas familiares con un hermano o hermana gravemente enfermo/ma, un cuñado  en la cárcel, etc. En esta situación recurrió a los servicios de D. José María Cirarda y acudía a las visitas que hacia a los “tres” de Orozko.

Uno de los días en que había estado en la visita nos hizo, a la noche, esta confidencia: “Reconozco que es una deslealtad por mi parte, pero lo que nos ha dicho hoy Cirarda os atañe a vosotros y creo que es lo suficientemente grave como para que lo ignoreis, y por eso os lo hago saber. Nos ha dicho que las gestiones para trasladarnos al convento se le han puesto tan difíciles que ha decidido plantear la cuestión al mismo Franco. La razón que va a aducir es la siguiente: en la cárcel de Zamora hay unos sacerdotes que, aun estando en la cárcel, quieren perseverar en su condición de sacerdotes, pero el grupo mayoritario de los sacerdotes allí encarcelados ha antepuesto sus ideales sociales y políticos a los sacerdotales  por lo que los sacerdotes en cuestión, si tienen que seguir conviviendo con los de este grupo, temen que puedan perder hasta la fe, por lo que, ateniéndose a la claúsula del Concordato, como Obispo responsable de sus sacerdotes, va a exigir que sean sacados de Zamora a una casa religiosa para que cumplan allí su condena”.

La versión de D. José María Cirarda es la siguiente:

“Mons. Morcillo, arzobispo de Madrid y presidente de nuestro episcopado, me insistió en que tenía que hablar personalmente con Franco para que cambiara su juicio sobre mí. Lo mismo me pidió el ministro de Justicia, Sr. Oriol”.   ... Fue un día de muchísimas audiencias.  ... Pasé al despacho del Caudillo el primero de todos. La entrevista se prolongó hora y cuarto.   ... La audiencia tuvo tres partes perfectamente diferenciadas, de que doy cuenta brevemente.  ... He contado ya que los tres sacerdotes condenados a prisión en el juicio por el homicidio de un taxista en Orozco, me habían pedido cumplir su condena en una casa religiosa, y cómo el ministro de Justicia y el capitán general de Burgos me hacían bailar como una pelota de tenis, diciendo el uno y el otro que la solución del caso no les atañía. Fue el primer asunto que planteé a Franco. Me oyó atentamente.
-  Si puedo algo, saldrán - me dijo.

Y, en efecto, a los pocos días salieron mis tres sacerdotes  susodichos, para cumplir su prisión en el noviciado que los jesuítas tenían en Villagarcía de Campos, como he dicho a su tiempo”.  (pags. 233-234). 

A propósito, todo muy secreto. Tanto que en la reseña sobre la presentación  del libro que se hizo en los locales de Barria, se dice: “Tal como ha manifestado el Vicario General de la época, José Angel Ubieta, “cuenta algunos pasajes que no conocía, como las entrevistas que realizó con Pablo VI o con Franco ...” (Boletín Oficial del Obispado de Bilbao. 624. maiatza . 2011. mayo. pag. 341. Y PRESBYTERIUM, nº 23, pag. 5).

La cuestión de cómo se eligió el convento de Villagarcía de Campos lo explica así D. José María Cirarda:

“De otra parte, no era fácil encontar casas religiosas, que quisieran recibir a mis sacerdotes, con los disparates que se dijeron de ellos en los medios de comuncación social. ¿Solución? Hablé con el P. Arrupe, general de la Compañía de Jesús, natural de Bilbao. Se comprometió a recibir a mis tres sacerdotes en una casa de la Compañía en cuanto el gobierno autorizara su salida de Zamora. Y visité al Jefe del Estado en septiembre de 1969. Le dije que quería asegurar la fe de unos sacerdotes que sufrían mucho en la cárcel de Zamora. Y me contestó escuetamente:

-  Si puedo algo, saldrán.

Y como era claro que podía, salieron de inmediato. Los tres fueron trasladados al noviciado que la Compañía de Jesús tenía en Villagarcía de Campos, un lugar de ensueño, donde Juan de Austria había pasado su infancia. Allí visité a mis tres sacerdotes muchas veces”. (pag. 207).

Los compañeros que optaron por cumplir su condena en una casa religiosa estaban en su perfecto derecho de exigirlo, puesto que era una de las posibilidades establecidas  en el Concordato; y D. José María Cirarda cumplía con  lo que le correspondía hacer, al tratar de conseguirlo. Lo que no es justificable es que para conseguirlo llegara a denigrar hasta tal punto al resto de los sacerdotes encarcelados en Zamora y que los  que plantearon cumplir su condena en un convento dieran por bueno que se emplearan unas razones tan poco dignas para apoyar su petición.

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