Fui detenido
el 19 de abril de 1969. Estuve en la comisaría de Indautxu, al igual que los
otros tres compañeros sacerdotes
detenidos en la misma fecha, durante tres días. Fui torturado, primero con
golpes por todas las partes del cuerpo, luego con tres sesiones del llamado “el
gusano” o tambien “el paseíllo” y finalmente tambien me aplicaron “el
quirófano”. Y con toda clase de amenazas, insultos y vejaciones.
Al agotarse
las 72 horas de detención, me trasladaron a la prisión de Basauri donde
estuvimos los cuatro en período de aislamiento durante nueve días. Al salir del
aislamiento y juntarnos, les comenté a los compañeros que sentía un fuerte
escozor en las nalgas. Como la arquitectura y el mobiliario de las cárceles no
ofrece ninguna posibilidad para poder comprobar lo que pudiera ser, les enseñé
las nalgas a los compañeros. No se me olvida todavía el gesto que hizo y lo que
dijo Joseba Atxa: “¡Cómo no te va a escocer si tienes el culo como una
sartén!”.
El mismo día
en que salimos del aislamiento, vino D. José María Cirarda a visitarnos y nos
pasaron aviso de que quería estar primero a solas con cada uno y luego con
todos juntos.
Pasé yo el
primero a estar con él; me recibió en un despacho que bien podría ser el del
Director de la prisión. Inmediatamente después de saludarnos, me preguntó:
- ¿Te han torturado?
A lo que
contesté:
- Pues, sí, y para que no se pueda recurrir a
excusas de que no hay pruebas, voy a enseñarle
las
marcas que tengo todavía.
Empecé a
soltarme los pantalones, pero él me replicó textualmente:
- No, no hace falta, ¡cómo no le voy a creer yo a un sacerdote
mío!
La versión
que da D. José María Cirarda de esta entrevista, es la siguiente:
“Se ha dicho que yo había visto las
huellas de algunos malos tratos en el cuerpo de un sacerdote detenido. No es
verdad. Solo uno, al que visité en la cárcel de Basauri a poco de su detención,
me dijo que le habían golpeado y que, si quería, podía enseñarme las secuelas
de los azotes que tenía todavía en sus nalgas. Pero no se las vi”. (pag. 204).
Confieso que
mucho más que el hecho de que no quisiera ver las secuelas de las torturas, me
duele lo que dice a continuación:
“Tanto D. Jacinto como yo mismo
estábamos convencidos de que se aplicaban torturas, más o menos graves pero
siempre injustas, en algunos interrogatorios policiales” ... ¿nos equivocamos al pensar, tras no pocas
dudas y consultas, que no podíamos afirmar la existencia de torturas en un
documento oficial sin tener pruebas de las mismas?”. (pag. 204).
Repito que
esta apreciación me duele mucho más, porque además de no querer comprobar las
secuelas no concede credibilidad a mi testimonio. Por otra parte, si hubiera tenido un mínimo
interés por tener pruebas de las torturas las tenía, en aquella ocasión, muy a
su alcance. Efectivamente, en las mismas fechas fue internado en la cárcel
de Basauri el sacerdote guipuzcoano Jon
Etxabe, (seminarista en el Seminario de Vitoria en tiempos de D. José María
Cirarda) detenido en Mogrovejo (Santander). Después de pasar varios días en la
comisaria de Indautxu, llegó a la cárcel con todo su cuerpo, desde la cabeza
hasta los pies, lleno de moratones; ni D. José María Cirarda se interesó por él
ni D. Jacinto Argaya se dignó visitarle
Por otra
parte, resulta paradógico el diverso uso que D. José Maria Cirarda hace del
conocimiento que tenía de las torturas. Así, en la entrevista con Franco, se
refiere abiertamente a las mismas.
- “Muchos
sacerdotes vizcaínos han pasado por las comisarías. No me consta que haya sido
torturado más que uno. Tambien han pasado por ellas tres padres jesuitas de mi
diócesis y solo dos fueron torturados.
Y, una vez metido de lleno en el
tema, añadi:
-
Si desea V.E., puedo explicarle algunas de las torturas que se aplican
con cierta frecuencia, sin que dejen huellas.
Me pidió que se las describiera. Le
conté en qué consistía lo que llamaban “el quirófano”, en que se colocaba al
detenido desnudo sobre una mesa con el cuerpo de la cintura para abajo al aire,
y se le azotaban las plantas de los pies con fuerza pero cuidando de no hacer
heridas. Le expliqué tambien la
humillación que suponía “el gusano”, cuando obligaban al detenido a dar vueltas
por una habitación puesto en cuclillas con las dos manos unidas bajo los
muslos, lo que les hacía caerse repetidas veces, ocasión en que se les pegaba
para que volvieran a la posición inicial”.
(pag. 235).
Hay que
reconocer que afirma la existencía de torturas, haciendo una descripción,
detallada y muy bien hecha, por cierto, de algunas de sus modalidades, y
mostrándose incluso conocedor del argot policial. La entrevista con Franco tuvo
lugar en septiembre del 69, un mes
antes de la fecha de la carta pastoral, como lo deja anotado el mismo José
María Cirarda. (pag. 204).
El
tratamiento que se le da en la carta
pastoral “Nuestro momento diocesano. Dificultades y Esperanzas” suscrita por
D. José María Cirarda y D. Jacinto Argaya, sobre las torturas es bien distinto:
“No podemos pasar por alto en este
Ver un punto especialmente delicado. Aunque todos sabemos que la ley lo
prohibe, está extendida en amplios sectores la voz de que algunos detenidos han
sufrido malos tratos antes de su ingreso en establecimientos penitenciarios. La
misma Prensa nacional recogió no hace mucho un eco de dicha voz, al publicar o
comentar el informe de la OIT,
que alude al problema. Si el dato fuere objetivo, entrañaría injustas
violaciones por parte de algunos agentes de la autoridad. En la medida en que
fuere infundado o exagerado supondría una injusta violencia en la propaganda
contra la autoridad. No es fácil conocer la verdad exacta, donde unos niegan y
otros afirman, y donde juega tanto el secreto por la misma naturaleza de los
hechos. Pero no podemos dejar de recoger el dato, a pesar de haber dicho que
fundaremos siempre el Ver sobre hechos ciertos, porque cierto es el hecho de la
extensión de dicha voz, que es un factor decisivo en el endurecimiento de la
psicosis de violencia, de que venimos hablando”. (pag. 194).
Sorprendentemente
la referencia al problema de las torturas no es la misma en el texto que D.
José María Cirarda reproduce como tercera y definitiva redacción de la misma y
el texto completo que viene en la carta pastoral conjunta de D. Jacinto Argaya
y suya, recogida en la cita precedente. He aquí la que llama tercera redacción,
que se entiende que es la definitiva:
“ Mi decepción fue grande, lo mismo la de D.
Jacinto. Quedamos desconcertados. El párrafo sobre la tortura había tenido tres
redacciones. La primera afirmaba claramente su existencia y denunciaba su
injusticia. La más débil decía que se hablaba de torturas y las condenaba
hipotéticamente. Nos decidimos por una tercera, que decía:
Aunque todos sabemos
que la Ley lo prohibe,
está extendida en amplios sectores la
voz de
que algunos detenidos
han sufrido malos
tratos antes de
su ingreso en
establecimientos penitenciarios. La misma prensa nacional recogió no
hace mucho un
eco de
dicha voz, al
publicar o comentar
un informe de la OIT, que
alude al
problema. No
podemos dejar de
recoger el dato,
a pesar de
haber dicho que
fundaremos
el Ver
sobre hechos ciertos, porque
cierto es el hecho de la extensión de
dicha voz, que es factor decisivo
en el endurecimiento de la
psicosis de violencia, de
que veníamos hablando”. (pags.
203-204).
Los párrafos omitidos le delatan bien
a las claras.
Cuando D.
José María Cirarda se lamenta de que “este
punto dejó malparado e infructuoso un documento en el que D. Jacinto y yo mismo
trabajamos juntos con grande ilusión, pensando en el mejor servicio a nuestras
diócesis de San Sebastián y de Bilbao”
(pag. 204 - 205), vuelve e repetir
no tener pruebas sobre la aplicación de la tortura: “¿Por qué escribimos lo que escribimos? No por cobardía, ciertamente.
Nos frenó el no tener pruebas de tales torturas”. (pag. 204).
Se podrá
argüir que cuando hablan de no tener pruebas, se refieren a pruebas judiciales.
Aunque me resulta incómodo el decirlo, no creo que D. José María Cirarda y D.
Jacinto Argaya fueran tan ingenuos como para no saber que una de las agravantes de la tortura es,
precisamente, que es prácticamente imposible el acceder a pruebas para poder
probarla, porque la práctica de la tortura no es decisión de algunos agentes de la autoridad psicópatas
o sádicos sino un arma política del Poder, empleada para reprimir y ahogar toda
disidencia y para destruir a los disidentes, y lógicamente el Poder se vale de
sus medios, que son todos en este caso, para
que el uso de la tortura se haga con toda opacidad y con total
impunidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.