miércoles, 29 de febrero de 2012

La cárcel de curas de Zamora 06: Torturas


Fui detenido el 19 de abril de 1969. Estuve en la comisaría de Indautxu, al igual que los otros tres compañeros  sacerdotes detenidos en la misma fecha, durante tres días. Fui torturado, primero con golpes por todas las partes del cuerpo, luego con tres sesiones del llamado “el gusano” o tambien “el paseíllo” y finalmente tambien me aplicaron “el quirófano”. Y con toda clase de amenazas, insultos y vejaciones.

Al agotarse las 72 horas de detención, me trasladaron a la prisión de Basauri donde estuvimos los cuatro en período de aislamiento durante nueve días. Al salir del aislamiento y juntarnos, les comenté a los compañeros que sentía un fuerte escozor en las nalgas. Como la arquitectura y el mobiliario de las cárceles no ofrece ninguna posibilidad para poder comprobar lo que pudiera ser, les enseñé las nalgas a los compañeros. No se me olvida todavía el gesto que hizo y lo que dijo Joseba Atxa: “¡Cómo no te va a escocer si tienes el culo como una sartén!”.

El mismo día en que salimos del aislamiento, vino D. José María Cirarda a visitarnos y nos pasaron aviso de que quería estar primero a solas con cada uno y luego con todos juntos.

Pasé yo el primero a estar con él; me recibió en un despacho que bien podría ser el del Director de la prisión. Inmediatamente después de saludarnos, me preguntó:

-  ¿Te han torturado?

A lo que contesté:

-  Pues, sí, y para que no se pueda recurrir a excusas de que no hay pruebas, voy a enseñarle
   las  marcas  que tengo todavía.

Empecé a soltarme los pantalones, pero él me replicó textualmente:

-  No, no hace falta,  ¡cómo no le voy a creer yo a un sacerdote mío!

La versión que da D. José María Cirarda de esta entrevista, es la siguiente:

“Se ha dicho que yo había visto las huellas de algunos malos tratos en el cuerpo de un sacerdote detenido. No es verdad. Solo uno, al que visité en la cárcel de Basauri a poco de su detención, me dijo que le habían golpeado y que, si quería, podía enseñarme las secuelas de los azotes que tenía todavía en sus nalgas. Pero no se las vi”. (pag. 204).
 
Confieso que mucho más que el hecho de que no quisiera ver las secuelas de las torturas, me duele lo que dice a continuación:

“Tanto D. Jacinto como yo mismo estábamos convencidos de que se aplicaban torturas, más o menos graves pero siempre injustas, en algunos interrogatorios policiales”  ... ¿nos equivocamos al pensar, tras no pocas dudas y consultas, que no podíamos afirmar la existencia de torturas en un documento oficial sin tener pruebas de las mismas?”. (pag. 204).

Repito que esta apreciación me duele mucho más, porque además de no querer comprobar las secuelas no concede credibilidad a mi testimonio.  Por otra parte, si hubiera tenido un mínimo interés por tener pruebas de las torturas las tenía, en aquella ocasión, muy a su alcance. Efectivamente, en las mismas fechas fue internado en la cárcel de  Basauri el sacerdote guipuzcoano Jon Etxabe, (seminarista en el Seminario de Vitoria en tiempos de D. José María Cirarda) detenido en Mogrovejo (Santander). Después de pasar varios días en la comisaria de Indautxu, llegó a la cárcel con todo su cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, lleno de moratones; ni D. José María Cirarda se interesó por él ni D. Jacinto Argaya se dignó visitarle

Por otra parte, resulta paradógico el diverso uso que D. José Maria Cirarda hace del conocimiento que tenía de las torturas. Así, en la entrevista con Franco, se refiere abiertamente a las mismas.

-  “Muchos sacerdotes vizcaínos han pasado por las comisarías. No me consta que haya sido torturado más que uno. Tambien han pasado por ellas tres padres jesuitas de mi diócesis y solo dos fueron torturados.

Y, una vez metido de lleno en el tema, añadi:
-  Si desea V.E., puedo explicarle algunas de las torturas que se aplican con cierta frecuencia, sin que dejen huellas.

Me pidió que se las describiera. Le conté en qué consistía lo que llamaban “el quirófano”, en que se colocaba al detenido desnudo sobre una mesa con el cuerpo de la cintura para abajo al aire, y se le azotaban las plantas de los pies con fuerza pero cuidando de no hacer heridas. Le expliqué tambien la humillación que suponía “el gusano”, cuando obligaban al detenido a dar vueltas por una habitación puesto en cuclillas con las dos manos unidas bajo los muslos, lo que les hacía caerse repetidas veces, ocasión en que se les pegaba para que volvieran a la posición inicial”.  (pag. 235).

Hay que reconocer que afirma la existencía de torturas, haciendo una descripción, detallada y muy bien hecha, por cierto, de algunas de sus modalidades, y mostrándose incluso conocedor del argot policial. La entrevista con Franco tuvo lugar en septiembre del 69,   un mes antes de la fecha de la carta pastoral, como lo deja anotado el mismo José María Cirarda. (pag. 204).

El tratamiento que se le da en  la carta pastoral  “Nuestro momento diocesano. Dificultades y Esperanzas” suscrita por D. José María Cirarda y D. Jacinto Argaya, sobre las torturas es bien distinto:

“No podemos pasar por alto en este Ver un punto especialmente delicado. Aunque todos sabemos que la ley lo prohibe, está extendida en amplios sectores la voz de que algunos detenidos han sufrido malos tratos antes de su ingreso en establecimientos penitenciarios. La misma Prensa nacional recogió no hace mucho un eco de dicha voz, al publicar o comentar el informe de la OIT, que alude al problema. Si el dato fuere objetivo, entrañaría injustas violaciones por parte de algunos agentes de la autoridad. En la medida en que fuere infundado o exagerado supondría una injusta violencia en la propaganda contra la autoridad. No es fácil conocer la verdad exacta, donde unos niegan y otros afirman, y donde juega tanto el secreto por la misma naturaleza de los hechos. Pero no podemos dejar de recoger el dato, a pesar de haber dicho que fundaremos siempre el Ver sobre hechos ciertos, porque cierto es el hecho de la extensión de dicha voz, que es un factor decisivo en el endurecimiento de la psicosis de violencia, de que venimos hablando”. (pag. 194).

Sorprendentemente la referencia al problema de las torturas no es la misma en el texto que D. José María Cirarda reproduce como tercera y definitiva redacción de la misma y el texto completo que viene en la carta pastoral conjunta de D. Jacinto Argaya y suya, recogida en la cita precedente. He aquí la que llama tercera redacción, que se entiende que es la definitiva: 

Mi decepción fue grande, lo mismo la de D. Jacinto. Quedamos desconcertados. El párrafo sobre la tortura había tenido tres redacciones. La primera afirmaba claramente su existencia y denunciaba su injusticia. La más débil decía que se hablaba de torturas y las condenaba hipotéticamente. Nos decidimos por una tercera, que decía: 

Aunque  todos sabemos  que  la Ley  lo prohibe,  está extendida en amplios sectores la
                     voz  de  que  algunos  detenidos  han  sufrido  malos  tratos   antes  de  su  ingreso  en
                     establecimientos penitenciarios. La misma prensa nacional recogió no hace mucho un
                     eco  de  dicha  voz,  al  publicar  o  comentar  un  informe  de  la  OIT,  que  alude  al
                     problema.   No  podemos  dejar   de  recoger  el  dato,   a  pesar  de  haber  dicho  que
                     fundaremos el  Ver  sobre hechos ciertos,  porque cierto es el hecho de la extensión de
   dicha voz, que es factor decisivo  en el endurecimiento  de la psicosis de violencia,  de
que veníamos hablando”. (pags. 203-204).
 
          Los párrafos omitidos le delatan bien a las claras.  

Cuando D. José María Cirarda se lamenta de que “este punto dejó malparado e infructuoso un documento en el que D. Jacinto y yo mismo trabajamos juntos con grande ilusión, pensando en el mejor servicio a nuestras diócesis de San Sebastián y de Bilbao”  (pag. 204 - 205), vuelve e repetir  no tener pruebas sobre la aplicación de la tortura: “¿Por qué escribimos lo que escribimos? No por cobardía, ciertamente. Nos frenó el no tener pruebas de tales torturas”. (pag. 204).

Se podrá argüir que cuando hablan de no tener pruebas, se refieren a pruebas judiciales. Aunque me resulta incómodo el decirlo, no creo que D. José María Cirarda y D. Jacinto Argaya fueran tan ingenuos como para no saber que  una de las agravantes de la tortura es, precisamente, que es prácticamente imposible el acceder a pruebas para poder probarla, porque la práctica de la tortura no es decisión de algunos agentes de la autoridad psicópatas o sádicos sino un arma política del Poder, empleada para reprimir y ahogar toda disidencia y para destruir a los disidentes, y lógicamente el Poder se vale de sus medios, que son todos en este caso, para  que el uso de la tortura se haga con toda opacidad y con total impunidad.

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