Según D. José
María Cirarda la denominación de “cárcel
concordataria” no es adecuada. “Por
aquellos días, de otra parte, el gobierno creó la cárcel de Zamora, mal llamada
“concordataria” (pag.145). “Los cinco sacerdotes
pasaron a cumplir su condena en la que se llamó impropiamente “cárcel
concordataria” de Zamora. (pag. 184).
Pero, por
otra parte, dice: “ El concordato decía
que los clérigos cumplirán sus penas de prisión o en una cárcel especial o en
casas de religiosos” (pag. 206). “Y el gobierno decidió dedicar un ala de la
cárcel provincial de Zamora, -no era
un ala sino toda la cárcel provincial- optando
por sí y ante sí por esta vía prevista en el concordato, para internar a los
sacerdotes condenados a prisión por una o por
otra causa”. (pag. 26).
Si el
concordato decía, como el mismo D. José María Cirarda constata, “que
los clerigos cumplirán sus penas de prisión o en una cárcel especial o
...” “y el gobierno decidió dedicar un
ala de la cárcel provincial de Zamora optando por sí y ante sí por esta vía
prevista en el concordato, para internar a los sacerdotes condenados a prisión
...” no parece que la expresión “cárcel
concordataria” sea ni mal llamada ni impropia.
Sacerdotes detenidos: reacciones
y valoraciones diversas
El 9 de abril
de 1969 un etarra mató en Orozko a un taxista. A raíz de aquel homicidio fuimos
detenidos el 19 del mismo mes cuatro sacerdotes vizcainos, -no tres como dice
repetidamente D. José Maria Cirarda-
Joseba Atxa, Pedro Mari Ojanguren, Martin Orbe y Jose Mari Ortúzar .
Con este
motivo, Mons. Cirarda escribió una carta pastoral que ordenó se leyera íntegra
y sin comentarios en las misas del domingo, 4 de mayo. He aquí lo que se dice
en la citada carta pastoral sobre el clero vizcaino y sobre los detenidos: “Es deber mío urgente el afirmar que el
clero de Bizkaia, en general, es un clero lleno de virtudes: piadoso,
trabajador, desprendido, fiel a su obispo, amante de su tierra pero abierto a
la catolicidad como lo demuestra su desvivirse por los inmigrados venidos de
toda España y el número crecidísimo de sacerdotes que trabajan en Madrid, en
Andalucía y en las misiones de África y América. Es un deber mío proclamarlo
hoy, para reparar, en alguna medida, las noticias turbadoras de posibles
delitos de algunos que han sido difundidos en informaciones al menos
tendenciosas. Todos somos pecadores y puede haber entre nosotros quienes sean
responsables de estos o aquellos delitos. Puede haber tambien quien haya
invertido los valores de su vida sacerdotal. Tengo que dar un dolorosísimo “NO”
en tales casos, aunque de momento, no puedo tener certeza ni concretar nada en
este orden de cosas. Esperemos que se haga la luz”. (pag. 178-79).
Tambien
publicó en la prensa santanderina el 30 de abril un artículo titulado Carta desde Bilbao en el que decía: “Entre mis sacerdotes de Bilbao puede haber
unos pocos que sean responsables de algunas desviaciones y aun de delitos ...”
(pag. 136).
“Debo decir mucho más, pero no puedo
hacerlo ahora. .... De momento no
puedo concretar nada en este orden de cosas. Esperemos que se haga luz. ... Pero no pensaba en ello en mi discutida
promesa de hablar más claro, si se hacía luz en mi noche oscura. Me refería simplemente
a que no sabía exactamente la parte de culpabilidad de algunos sacerdotes
detenidos, ni si tenían alguna, como acusaba el juez militar sin dar pruebas. Y
estaba dispuesto a hablar del caso, cuando tuviera conocimiento exacto del
mismo, pero hice mal, sin duda, al dejar ese cabo suelto en mi pastoral.
Aprendí para toda mi vida que no es bueno hacer promesas sin estar cierto de
poder cumplirlas”. (pag. 181).
“Me pidieron permiso para
procesarlos, sin decirme la razón de su detención y dándome dos horas para
contestar. Respondí que ni tenía conocimiento de lo sucedido ni podía formar
juicio en tan breve tiempo. Sin hacer caso alguno a mi respuesta, el juez
militar procedió a encausarlos”. (pag. 173).
“Cierro este apartado diciendo que
los tres -queda dicho que
fueron cuatro- sacerdotes detenidos por los sucesos de Orozco fueron condenados a
largos años de prisión en sentencia abiertamente desorbitada, dictada en juicio
sumarisimo por un tribunal militar”. (pag. 181).
Cinco
sacerdotes vizcaínos -Xabier Amuriza,
Alberto Gabikagojeaskoa, Julen Kalzada, Josu Naberan y Nikola Telleria- se encerraron en las oficinas del obispado en
huelga de hambre indefinida. La iniciaron el 30 de mayo de 1969.
El mismo D.
José María Cirarda explica cuál fue su actuación ante este caso:
Respecto al
manifiesto difundido por los sacerdotes huelguistas, recoge el siguiente
pasaje:
“Uno
de sus párrafos más estridentes decía:
Nuestro
pueblo vive bajo
el imperio de un
auténtico terrorismo, pues,
aparte de
verse
privado de los derechos más
elementales, sufre la
amenaza constante de las
torturas policiales. De aqui que es el mismo pueblo quien tiene
sobrados motivos para
aplicar al Estado actual la ley de
terrorismo y bandidaje”. (pag. 182).
Explicita
tambien las inciativas que tomó:
“Mi reacción ante la situación la
fijé, con dos coordenadas.
1) Se ha dicho que visité
personalmente a los encerrados en el obispado en dos ocasiones. No sé si hice
bien o mal, pero no fuí a verles en ningún momento. Envié a mi secretario de
cámara y gobierno, D. Carmelo Echenagusia, hoy obispo auxiliar de Bilbao y
condiscípulo de algunos de los huelguistas,
- Carmelo Echenagusia no era condiscípulo de ninguno de los
huelguistas- para decirles,
de mi parte, que no podía aprobar su acción, porque quebraban la parte de razón
que puedieran tener con la sinrazón de su proceder. Tambien fue a visitarles,
por orden mía, mi médico personal. Vino diciéndome que estaban bien de salud,
que habían sido adoctrinados por (sic) una
huelga de hambre, llevando abundante agua azucarada, y que la huelga podía
durar más de un mes”. (pag. 183)
Consultados
los cuatro supervivientes de aquella huelga de hambre, aseguran rotundamente
que D. José María Cirarda fue a visitarles durante la huelga de hambre; y
recuerdan muy bien algunas de las reconvenciones que les hizo, tales como “podíais
haber elegido el hotel Carlton para
hacer la huelga” o “vais a ser la
rama desgajada de la Iglesia”.
2) Escribí una carta personal a todos
los sacerdotes diocesanos, en la que decía textualmente:
No dejeis de predicar la Palabra de Dios, es decir
la homilia que glosa los textos bíblicos litúrgicos. No pretendais sustituirla
con notas o documentos ajenos a la Sagrada Liturgia. Que nadie piense en no realizar
la Eucaristía,
alegando que nuestras divisiones nos incapacitan para la misma ... Tócanos a
nosotros enseñar doctrina del Evangelio, proyectarla sobre los problemas
temporales y dar a los fieles aliento para que la lleven a la vida. Pero
nosotros no tenemos el secreto para solucionar los problemas de nuestra
sociedad, ni tenemos derecho a invadir terrenos que son propios de la acción
seglar”. (pag. 183).
Detalla
tambien cómo fue la detención de los huelguistas:
“La policía me pidió autorización
para entrar en el obispado, de acuerdo con el concordato, a fin de detener a
los sacerdotes huelguistas. La negué. Pero entró. Podía hacerlo “en caso de
urgencia” sin mi placet. El concordato, sin sospechar situaciones como las que
estábamos viviendo en Bilbao, se olvidó de precisar a quién correspondía
declarar la urgencia”. (pag.183 - 184).
Hay que
matizar que la contestación exacta de Mons. Cirarda fue que no podían entrar
más que en caso de urgencia. Como la policía juzgó que era caso de urgencia,
entró.
Añade un
apunte inimaginable sobre la estancia de los sacerdotes en la comisaría.
“Los cinco sacerdotes fueron llevados
a dependencias policiales. Mi secretario canciller fue a visitarles de
inmediato. Los encontró bien, de buen humor, cenando unos buenos platos, que
encargaron a un restaurante cercano al cuartel de la policía”. (pag.184).
Habiendo
conocido por propia experiencia las
condiciones que se dan durante la detención en comisaría, me resultaba
totalmente inverosímil la descripción que de las mismas se hace en este párrafo. Para cerciorarme
consulté a los interesados. Esta es su contestación: “estuvimos, como todo
detenido, en los calabozos, aislados e incomunicados; una vez que nos sacaron
de los mismos y nos hicieron subir a una planta superior, para trasladarnos a la prisión de Basauri, íbamos aterrorizados
temiendo que fuera para someternos a
sesiones de tortura”.
Contrariamente
a lo que afirman sobre la visita de D. José María Cirarda durante la huelga de
hambre, ninguno de ellos recuerda visita alguna del canciller secretario, y
respecto a que estaban cenando unos
buenos platos encargados a un restaurante cercano, es asombroso pensar cómo
se puede decir una cosa tan inconcebible.
“Andando el tiempo, dichos sacerdotes
fueron juzgados por un tribunal militar en Burgos, acusados de rebelión militar
consumada con propaganda ilegal. Fueron condenados a penas entre diez y doce
años de prisión”. (pag. 184).
Tambien
recuerdan los citados huelguistas que les visitó durante su estancia en la
prisión de Basauri y cómo les planteó la cuestión del permiso episcopal para su
procesamiento. Les dijo exactamente que “suponía que no querrían tratos de privilegio y por tanto aceptarían que
fueran juzgados”. Le contestaron que, “efectivamente, no querían privilegios
pero la decisión de dar o no el permiso para su procesamiento era de su
incumbencia, por lo que la decisión que tomara sería constatada y recordada
como decisión suya, y no consentida por los encausados”.
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