En los siglos medievales, como es sabido, la liturgia en latín ya no es
comprendida por el pueblo, la mesa de la palabra de Dios ya no alimenta
y apenas se predica; en esta liturgia clerical, de ordinario, los
fieles ni cantan, ni comulgan. En este contexto surge una "nueva piedad
eucarística" cuyo centro es la adoración.
Los fieles, indignos de recibir la comunión, desean ardientemente ver,
admirar y adorar el augusto sacramento. Surgen nuevos ritos, que
alcanzan su apogeo en el siglo XIII, como la elevación de las especies
consagradas, la fiesta del Corpus con su procesión, la comunión (cada
vez menos frecuente) de rodillas y en la boca. Aun careciendo de suelo
bíblico, esta nueva piedad eucarística, compensación en gran parte del
vacío sentido en la liturgia oficial, se aceptó como legítima en
occidente, aunque nunca fue compartida por el oriente.
Un segundo momento de esta corriente devocional se da en la
Contrarreforma; con razón el barroco ha sido llamado "época de las
procesiones" y también "siglo de la exposición frecuente" con su
adoración perpetua y reparadora, la devoción de las Cuarenta-Horas y los
espectaculares "monumentos" del jueves santo. El trono eucarístico con
su custodia es el centro focal de los templos barrocos y una peculiar
"tendencia a la periferia" (J.A.Jungmann) caracteriza el conjunto de su
vida litúrgica. Esta línea devocional conocerá una gran expansión, y
como una tercera oleada, en el siglo XIX. Se fundan más de treinta
institutos religiosos bajo la denominación del Santísimo Sacramento que
cultivan las horas santas, la adoración nocturna y reparadora, las
bendiciones vespertinas y los congresos eucarísticos. En la eucaristía
se privilegia la presencia real, separada de la acción eucarística
misma. En este movimiento eucarístico-reparador del siglo XIX se asocian
la exaltación del poder pontificio, el culto de la Virgen en línea
maximalista, junto a un anti-protestantismo y una anti-ilustración de
carácter virulento.
Alguien reconocerá en las líneas anteriores el retrato de ciertos movimientos eclesiales del presente. Acabamos de cumplir 45 años de la conclusión del Vaticano II, reconocido en su día "como un paso del Espíritu Santo por la Iglesia". El Vaticano II impulsó la renovación litúrgica, jerarquizando justamente lo central como central, y lo periférico como periférico. Pero ¿qué hemos hecho del Concilio?
Xabier Basurko
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